La máquina de desidentificar
Incluso ignorando la utilidad de los objetos de la imagen, dan ganas de relegarlos por su tosquedad y aspecto a la Edad del Hierro. Aunque, por su crueldad aparente, podrían ser también instrumentos de tortura del medievo. No resulta fácil deducir su función, tal vez, piensa uno, formaran parte de una máquina áspera de la Revolución Industrial. Su simple visión provoca en cualquier caso un rechazo íntimo. Casi preferiríamos continuar en la ignorancia, pues no parecen haber salido de una metalurgia elegante, dedicada a la confección de objetos de uso ornamental, sino de una fragua vulgar, feroz...
Incluso ignorando la utilidad de los objetos de la imagen, dan ganas de relegarlos por su tosquedad y aspecto a la Edad del Hierro. Aunque, por su crueldad aparente, podrían ser también instrumentos de tortura del medievo. No resulta fácil deducir su función, tal vez, piensa uno, formaran parte de una máquina áspera de la Revolución Industrial. Su simple visión provoca en cualquier caso un rechazo íntimo. Casi preferiríamos continuar en la ignorancia, pues no parecen haber salido de una metalurgia elegante, dedicada a la confección de objetos de uso ornamental, sino de una fragua vulgar, feroz y un poco chapucera si nos fijamos en las irregularidades de las piezas. La sutileza, en fin, brilla por su ausencia.
Pues bien, son obra del nazismo y servían para tatuar un número en el cuerpo de los judíos de los campos de concentración. Los punzones que sobresalen de sus bases constituían por lo visto diferentes juegos de agujas en uno de cuyos extremos figuraba el guarismo a estampar sobre la piel de los detenidos. Da cierto reparo intelectual denominar “aguja” a esas piezas que evocan más bien las formas de destornilladores primitivos, pero técnicamente hablando es lo que eran. Llámenlas sellos, término con menos connotaciones agresivas.
Lo curioso es que estas máquinas de desidentificar, pues servían para convertir a las personas en meras cifras, fueron fabricadas por una empresa alemana de servicios sanitarios. Pero también hubo médicos dedicados al estudio de los diferentes modos de torturar y de dar muerte a sus semejantes. Médicos de la Edad del Hierro, podríamos decir.