Entre el juego infantil y la metáfora lasciva: esta es la historia del columpio
Desde la antigua Grecia hasta hoy, este artefacto se ha balanceado de lo inocente a lo procaz, pasando incluso por lo filosófico. Un libro recorre su devenir.
Esos columpios que vemos en los parques ante niños que hacen cola para sentarse tres minutos en un refugio emocional desde el que balancearse por encima de la realidad no son inventos recientes. Llevan vinculados con el ser humano desde la Grecia clásica y sus usos no siempre han estado ligados al juego, sino también al erotismo, a la tortura, a la salud o al vértigo de la aventura.
Para saldar cuentas con la relegación a los parques infantiles de estos simbólicos artefactos que hacen del miedo un pasatiempo, ...
Esos columpios que vemos en los parques ante niños que hacen cola para sentarse tres minutos en un refugio emocional desde el que balancearse por encima de la realidad no son inventos recientes. Llevan vinculados con el ser humano desde la Grecia clásica y sus usos no siempre han estado ligados al juego, sino también al erotismo, a la tortura, a la salud o al vértigo de la aventura.
Para saldar cuentas con la relegación a los parques infantiles de estos simbólicos artefactos que hacen del miedo un pasatiempo, el ensayista Javier Moscoso ha escrito una erudita y luminosa Historia del columpio en la que confluyen antropología, ciencia, medicina o historia del arte.
Al respecto, el cuadro que mejor representa la importancia de esta metafórica máquina de alteración de pulsiones humanas, como lujuria, desorientación o melancolía, quizás sea el óleo de Jean-Honoré Fragonard El columpio, en el que una joven se columpia irradiando la misma cantidad de deseo que de inocencia. Mientras lanza un zapato al aire, sus faldas se levantan para goce del amante que, desde el suelo, cree ver el origen del mundo y el fin de la espera. Todo ante la escultura de Cupido, que, con los labios sellados, no tiene más remedio que admitir el amor clandestino. El columpio, dice Moscoso, “como los acantilados o los fantasmas de la literatura gótica, entretiene la conciencia a través de la evocación de un peligro”.
El propio Goya lo plasmó en un óleo de 1779 que recrea la atrevida mezcolanza de niños de la aristocracia con criadas y pastores. Hasta los nobles se balancean como pobres por culpa de un columpio. Como recuerda Moscoso, “la vida de quien se columpia no se encuentra ni más ni menos realizada por el uso de la máquina, ni esta tampoco sirve para dotar de significado a la experiencia. Es una forma de ansiedad diferente del miedo que produce la desorientación geográfica o social”. Al hilo de la angustia, el existencialista y lúcido Søren Kierkegaard concebía la vida como un péndulo que oscila sin reposo: quien vuelve se recuerda y quien va sabe que ya no es el mismo.
En su repaso por esta arquitectura de las emociones, Moscoso se detiene en la China Imperial, Asia Oriental o el sudeste asiático. Frente al templo de Wat Suthat de Bangkok resiste el Giant Swing, de más de 20 metros de altura. En las celebraciones anuales el balanceo se asociaba con la llegada de Shiva y Vishnu y con la buena fortuna, como demostraba ese rito en el que los hombres se columpiaban hasta agarrar una bolsa llena de monedas sujeta a un pilar.
Vale la pena dedicar dos minutos a la secuencia de la película de Jean Renoir Une partie de campagne (1936) y observar a la impulsiva Henriette columpiándose feliz mientras atrae miradas encandiladas de niños, curas y jóvenes soñadores que ven en el vuelo de las enaguas algo más que ropa.
El columpio, con su alegría oscilante y silenciosa, atesora poderes curativos, así como atributos del instinto: deseo, armonía, suspensión, belleza. Dadas sus cualidades, no podía faltar en la obra del Marqués de Sade. En Las prosperidades del vicio, los impulsos lascivos de Olympe, princesa de Borghèse, se acoplan a los de la protagonista Juliette, que recién salida del movimiento pendular, con la piel refulgente y la satisfacción del deber cumplido, aún con la mirada mórbida, descubre que “el vicio divierte y la virtud cansa”.