Javier Bardem: “El cine ha quedado muy herido. Hay que recuperar la experiencia comunal”
El actor vuelve a hacer tándem con Fernando León de Aranoa y ambos brillan en la contundente ‘El buen patrón’, que se estrena en el Festival de San Sebastián y llega en octubre a las salas. Una comedia ácida con trasfondo social que ambos definen como el reverso de la magistral ‘Los lunes al sol’, su primera película juntos. Entonces, Bardem rechazó una oferta de Spielberg por trabajar con el director. Una lealtad que ha dado sus grandes frutos creativos para el cine español.
El día en que Javier Bardem vio por primera vez El buen patrón lloró. No es que el actor acostumbre a emocionarse cada vez que se observa reflejado en pantalla con esa extraña sensación entre propia y ajena de verse transmutado en alguien que es y al tiempo no es él. Pero la película que ha rodado junto a Fernando León de Aranoa —van tres, con Los lunes al sol y Loving Pablo— ha salido adelante en otras circunstancias. ...
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El día en que Javier Bardem vio por primera vez El buen patrón lloró. No es que el actor acostumbre a emocionarse cada vez que se observa reflejado en pantalla con esa extraña sensación entre propia y ajena de verse transmutado en alguien que es y al tiempo no es él. Pero la película que ha rodado junto a Fernando León de Aranoa —van tres, con Los lunes al sol y Loving Pablo— ha salido adelante en otras circunstancias. “Tantas y tan duras que no pude evitar emocionarme”, asegura.
Para empezar, un rodaje en plena pandemia. “El hecho de participar en un proyecto creativo como este en un tiempo tan difícil, limitado, constreñido y dramático fue algo que no vamos a olvidar y de lo que hemos aprendido mucho”, dice Bardem. Se metió en el proyecto después de haber sufrido un golpe previo a su carrera con Cortés. A las dos semanas de comenzar la superproducción de la serie de cuatro capítulos sobre la conquista en México llegó el encierro. “Me afectaba a mí también como productor, estábamos en Yucatán, dentro de una situación ya de por sí extraña, metidos en faena, con un increíble decorado de Eugenio Caballero. En un proyecto donde estaba involucrado [Steven] Spielberg por medio de Amblin, con un guion firmado por Steve Zaillian —Oscar por La lista de Schindler— y se vino todo abajo. Amazon lo suspendió, pero yo no me rindo, haré lo posible para que salga adelante”.
Aquel palo tuvo cierto aroma a Apocalypse Now, ese rodaje improbable y legendario que fue posible a costa de la salud mental y física de Francis Ford Coppola. Apenas se había sobrepuesto el actor del bajón cuando decidió regresar al buen cobijo del cine que siempre le tiene preparado su amigo Fernando León. Lejos de México le andaba esperando. Concretamente en un indeterminado polígono español de provincias. Con las cuartillas a punto de El buen patrón, la película que ha sido seleccionada a concurso para este Festival de San Sebastián (que comienza el 17 de septiembre) y que tiene previsto llegar a las salas de cine en octubre. “Vino Fernando con esta propuesta, pero me era muy difícil imaginarme de nuevo en un rodaje. Difícil, digo, y hasta cierto punto casi irresponsable, por las circunstancias. Pero poco a poco fuimos viendo que con extremo cuidado se podía hacer. Por eso uno llora también al ver el resultado. Y porque es consciente de que nos ha salido un homenaje al cine y a esa necesidad de alimentar una industria para ofrecer consuelo con historias que la gente necesita ver, sentir y oír. Películas así dotan todo lo que hacemos de sentido”.
Además, en su caso, representa el cierre de un círculo que se inició hace casi 20 años con Los lunes al sol, producida entonces también por Mediapro y Jaume Roures junto a Elías Querejeta. “En cierto modo, El buen patrón es el reverso, el contracampo de aquello. La primera contaba el panorama del desempleo, y esta, el del empleo, con sus relaciones viciadas, jerárquicas y hasta cierto punto serviles”, asegura Fernando León. “Nos gusta decir, medio en serio, medio en broma, que es la otra cara de la moneda”, comenta Roures. “En la primera, el personaje de Bardem luchaba contra el poder, en esta última lo disfruta”, añade el productor.
Si en la anterior todo giraba en torno al personaje de Santa, entre sus diatribas filosóficas y sus verdades a pedradas, en esta nueva película Bardem da vida a Julio Blanco. Se trata de un fabricante de balanzas, cacique con agenda de una pequeña localidad sin nombre y de todos reconocible como un trasunto de nuestra posología social. Un seductor que se deleita con Julio Iglesias entre el traqueteo de su Jaguar. Un manipulador, con maneras de gallo exhibicionista y tensión continua disimulada, aunque difícil de ocultar, en los omóplatos.
Para balanza, para equilibrio, el toque maestro que da León a la historia que también ha producido por medio de Reposado PC. Primero sobre el papel, con un guion de vitriolo. Luego en pantalla, donde el humor negro se combina con el territorio de la paradoja entre sutiles contrapuntos. La polisemia campa en sus líneas entre dobles, triples y cuádruples sentidos, a lomos de frases punzantes, donde es importante lo que se dice y cómo se dice. “Lo fundamental es el tono”, confiesa el cineasta.
Algo que no enseñan en las escuelas de cine ni en los cursos de guion, comenta Fernando León. “El tono es todo. Yo aquí sentía que desde el humor había un pretexto para contar dinámicas tremendas de jerarquía y vasallaje. De poder y competencia. No encontraréis muchos santos en la historia. El único del que te puedes fiar es del hombre que va armado, un vigilante lleno de bonhomía. Los demás tienen sus cosas. Por eso había que retratarlos con humor: a mí me importa mucho el humor”, enfatiza el director. Y lo aclara: “Aquí sentía que tenía que dar un paso más allá, hacia la sátira, pero sin despegarme del suelo. Buscar una comedia oscura. De ahí sale el tono, algo tan fino que manejas en cada ensayo, en el montaje, en la música, hasta el último instante. Es muy frágil y lo tienes que vigilar y cuidar”. El detalle da cuenta de su perfeccionismo, algo que lo acompaña como un martillo, a veces con queja del productor. “Eso convierte el proceso de las películas de Fernando en algo más lento”, afirma Roures. “Pero ya lo tengo asumido; en eso, con sus procesos creativos, él me recuerda al pintor Antonio López”.
Bardem se dio cuenta de la importancia del tono en El buen patrón nada más leer el guion. “Un buen texto me produce sensaciones encontradas. Algo misterioso que mezcla variantes dispares, eso es señal de que te enfrentas a un material rico. Si no veo contradicción, no me llama. Los trabajos de Fernando llevan eso. Al leerlo, primero sentí un enorme agradecimiento por el hecho de que pensara en mí. Después, todo tipo de inseguridades, miedos y dudas”, dice el actor. Al terminar una primera lectura, decidido a hacerlo, surgió la pregunta más inquietante: “¿Cómo coño se hace eso?”. Más cuando en el caso de Julio Blanco, Bardem da un paso con canas hacia una madurez evidente.
Poco a poco fue descubriendo cómo afrontarlo. Con una máxima en la mente y una prevención al tiempo: atención en primer lugar al lenguaje. Un respeto de reverencia al carácter sutil y extremo de cada frase. “Sí, porque es un trabajo tan centrado en la palabra, a base de grandes diálogos, diferentes ritmos, a veces con frases vertiginosas, otras sosegadas, para definir a un personaje que siente siempre que llega tarde a algo y que necesita ser reconocido”, cree el actor.
Julio Blanco se mueve por sus dominios como dueño y señor de su ínfimo territorio, tratado como el paterfamilias de vidas ajenas, con mando y mano para resolver a golpe de llamada cualquier minucia. Ya sea en la Delegación del Gobierno o en la prensa local. Por eso pierde los estribos cuando los cabos se desatan por cuenta ajena y la cosa queda fuera de control, desafiando el principio de incertidumbre de Heisenberg, al que apela sin cesar, bien por un empleado cornudo o una becaria más dotada que él para la seducción y la ambigüedad de sus procedencias. Pero no toca juzgar al personaje, sino mostrarlo, acompañarlo, penetrar en él con ambición de fundirse y hacerlo propio aunque te sea completamente extraño, cree Bardem. “Lo contrastas con el director y comienzas el trabajo de inmersión y búsqueda, el que realmente más me fascina. Consiste en dejarse de lado a uno mismo e intentar ver al otro que debes crear con sus cosas, no las tuyas”.
Ahí se abre paso el camaleón sin prejuicios. “Eso es lo que hace que me expanda un poquito más a nivel mental, emocional: no enjuiciar, sino entender; esa es la gran virtud del actor. Con un personaje así me pasaba. Al principio te puede parecer un señor con gran capacidad de manipulación y debes preguntarte si vas a ser capaz de superar eso. Un actor no debe coincidir a menudo con lo que está haciendo”.
Ya le ha ocurrido con otros personajes que le repelen, como el Anton Chigurh de No es país para viejos (2007), su Oscar hasta la fecha gracias a la película de los hermanos Coen. O como el mismo Pablo Escobar, al que afrontó también junto a Fernando León. “Chigurh es de los tipos más repulsivos que he interpretado en mi vida, simbolizaba la violencia y la sinrazón. Pero lo haces para mostrar sus riesgos y crear un debate, como espero que ocurra con El buen patrón”.
Lo que esperan también es que la gente vuelva a las salas, sentir la risa o el espanto contagioso que a la vez provocan ciertas secuencias. León es optimista, cree que el rito colectivo regresará. “Espero que con esta película la gente recupere la confianza en la experiencia colectiva. En obras como esta, con una sala llena de gente, el tercer elemento, es decir, el público, las completa. Su magia llega, cautiva, contagia. Me gusta que la gente se ría en las salas como un desahogo de catarsis. Me apetece ver cómo resuena esta película entre los espectadores”.
Bardem ha ido poco a las salas en medio de la pandemia, pero alguna vez se ha dejado caer. “A ver algunas infantiles con mis hijos, y también El padre, con Anthony Hopkins”, afirma. “Al estar dentro he notado un vacío tremendo, aunque también comprensible: puede vencerte el miedo, aunque está demostrado que las salas no son un foco de infección. La gente está callada, con sus mascarillas, no se puede comer ni beber. Sientes un pequeño desasosiego. El cine, como fenómeno colectivo, ha quedado muy herido. No sabemos si podrá retomar el vuelo como antes de la pandemia. Ojalá…”.
Él lo espera para un próximo estreno. La nueva versión de Dune que ha hecho Denis Villenueve, prevista para octubre y estrenada en el pasado Festival de Venecia. “Es una película evento. Necesita gente, la sala llena, pero me gustaría pensar que no son las únicas que van a sobrevivir. Queremos recuperar esa sensación, la experiencia comunal. Le conviene al cuerpo, a la cabeza. Ayuda a sentirse menos solo. Esta pandemia nos ha llevado al recogimiento; unos lo han utilizado para construir y crear, otros lo han llevado al individualismo, al yo antes que al nosotros. Es legítimo, lo puedo entender, pero el ejercicio de estar acompañado en una sala… No sé qué va a ser de tantas cosas que conocíamos antes de esta maldita pandemia”.
Bardem confía en que la superproducción conviva con la modestia de otras propuestas, en que el éxito asegurado se codee con la sorpresa que el propio público fabrica con su boca en boca. ¿Volverá eso a llenar los cines? El director y el actor mantienen su fe. El productor se muestra más cauto. “La pandemia nos ha dado un golpe, no sé cómo nos vamos a adaptar. Afrontamos un cambio cualitativo en el sector del que nos falta ver el alcance”, afirma Roures. Para empezar, según el dueño de Mediapro, los rodajes han aumentado sus costes un 15% con la duda de cuánto recaudarán en salas.
Pero tanto Fernando León como Javier Bardem, en ese tándem fructífero que han formado de cine comprometido, no han hecho otra cosa que apostar y jugársela. Después de El buen patrón, están seguros de que vendrán más. El mismo ADN de su relación se basa en una mezcla de entusiasmo y empecinamiento desde que un día, hace más de 20 años, se conocieran en Las Vegas. Dos entonces vecinos de Madrid con calles y bares comunes fueron a tropezarse en Nevada (EE UU). Y hasta hoy… “Yo estaba escribiendo un guion y andaba en el proceso de documentarme para ello dentro de ciertos escenarios. Estaba parado en un semáforo y pasó un coche en el que iban Jordi Mollà y Javier Bardem. Me pareció raro, pero oí que decían: ‘Es Fernando León’, como si a mí me conociera mucha gente y más en aquel lugar… Pararon y muy respetuosos me preguntaron qué hacía por ahí. Les expliqué y me comentaron que iban a cenar, pero que no querían interrumpir mi trabajo. Mira, yo casi salto al capó: ‘Sí, sí, por favor, llevadme con vosotros’, dije. Andaba ya harto de estar solo y aburrido”.
Más tarde, el director pensó en Bardem para Los lunes al sol. Pero él ya había sido candidato al Oscar con Antes de que anochezca y algunos grandes se lo empezaban a rifar en Hollywood. Concretamente Steven Spielberg, que lo quería junto a Tom Cruise para Minority Report. “Le propuse el papel de Santa y empezamos las lecturas. A cada paso sonaba el teléfono y era alguien más grande. Yo le decía: ‘Cógelo, no quiero que renuncies a nada y que pese sobre mi conciencia…”.
Bardem contestaba, daba largas. Fernando León sabía que lo tenía bien atado después de la primera lectura. “Él se había enamorado de Santa. Cuando leyó la secuencia de la cigarra y la hormiga se detuvo y dijo: ‘Lo hago’. No necesitó llegar al final. Pensé que si de alguien me podía fiar en que lo iba a interpretar era de él, que iba a resultar coherente con su oficio”. Bardem lo fue. Encarnó a Santa en Los lunes al sol y Colin Firth se quedó con el papel que Spielberg había reservado para el español en Minority Report.
Dice mucho del actor ese episodio. Palabra y pasión lo definen en su vida. Sentido transformador en su oficio, siempre con un pie en el mundo, pero sin desviarse de las raíces. Es algo que le inculcó su madre, fallecida el pasado mes de julio, de quien heredó un sentido ético de la existencia y una preocupación constante por el devenir de su país. Ahora lo ve herido pero fuerte, con sus cuitas, sus peleas y sus desgarros, con necesidad de encontrar un sentido con el que espantar nubarrones. “A menos que hagamos un esfuerzo por aceptar la diversidad en España, estamos abocados al fracaso y a la pelea”, dice Bardem.
Para eso, insiste, sirve el cine, de espejo al frente y también de retrovisor: “En el arte debemos reflejar quiénes y cómo somos, ponernos en el lugar del otro desde un espacio de imaginación. Sensorial, emocional, no mental. Ahí es donde se produce un cambio químico, ajeno al púlpito y a los adjetivos. Cualquiera que desee dedicarse a este arte busca la experiencia del espectador. Ese camino que te conduce a la paradoja, a la contradicción. A coger lo que uno da por seguro y ponerlo en duda, en solfa. Sin necesidad de imponer lo tuyo por encima de lo del otro”.
Es una actitud de encuentro, de comprensión, de abrazo. Pero que entraña dificultades en este tiempo que muchos prefieren vivir de espaldas: “En la pandemia se ha puesto de manifiesto la salud del cuerpo. Pero el alma, las instituciones, las relaciones, la política, se encuentran exacerbadas por las redes sociales. Es difícil abstraerse a eso cuando desde muchos ámbitos del espacio público ves cómo se masacran en un círculo vicioso donde el ciudadano no se ve representado y piensa: ¿con qué me quedo?”, explica el intérprete.
En opinión de Bardem, además, sufrimos déficit de atención: “Toca tanto simplificar los mensajes que no tenemos tiempo ni paciencia para atisbar la complejidad de cada asunto. En dos frases resulta difícil entender, empatizar, analizar. Construir acuerdos de convivencia, cooperación, colaboración, concordia… Todo eso que empieza por ‘co’ de comunidad, de construir. Pero quiero huir del ruido y quedarme con la sensación de que han existido unos señores centrados en aunar esfuerzos y crear unas vacunas en una tarea sin precedentes. Si lo han logrado, por ahí tenemos que ir”.
Ese es el camino y no otro para el actor. “Nada que ver con el conflicto que genera ira y lleva al populismo. En mis 52 años no recuerdo un momento igual, esa ola de rabia, negatividad, destrucción, odio… Situaciones incomprensibles”, dice. Concretamente en lo que se refiere a la extrema derecha, cuyo brote más sanguinario en la Transición retrató su tío, Juan Antonio Bardem, en la película Siete días de enero. Plasmó la matanza de los abogados de Atocha y el rechazo colectivo, de país, que aquello produjo. Nada que ver con las complicidades que discursos racistas o antiprogresistas despiertan hoy. Sin complejos. “No entiendo que consigan un eco y se ofrezca una justificación a la violencia ni a la xenofobia. Es algo que nosotros no habíamos vuelto a ver. Lo creíamos resuelto, pero ha regresado. Es más, nunca dejó de estar ahí, pero se ha reactivado. Y cuando algo tiene que ver con la exclusión, no debemos permitir que reviva”.
Menos en una generación como la suya. “Crecimos con unos referentes en democracia que sumaban, nos resulta difícil de entender esa obsesión por restar, excluir, condenar, desintegrar. Pienso en los chavales que ahora tienen 20 años y crecen con eso. Les tiene que estar afectando seriamente”, explica Bardem.
Por no hablar de la manipulación y el saldo que sufren palabras como libertad. “Cuando se lleva una idea tan hermosa a un lugar tan cargado de populismo, da pena. Esas son las señales que se hacen difíciles de ver entre tanto ruido”, dice el actor. Para remediarlo, educación con altos valores, la que él trata de transmitir a sus hijos, de 10 y 7 años. “La infancia es la semilla. La máxima felicidad va a ser la de tus descendientes. Pero no puedo evitar preguntarme qué va a pasar de aquí a 15 años. Porque corre todo tan deprisa. Te sientes impotente ante el desgaste del planeta, por ejemplo. Lo único que podemos hacer es plantar en la Tierra algo más de empatía, respeto y cuidado”.