David Foenkinos: “Hemos reducido tanto nuestra felicidad que el bienestar puede llegar de ver tropezar a los demás”
Llegó a ser considerado una especie de Woody Allen francés —por su humor y sus obsesiones—, pero él se distanció de esa reputación escribiendo la biografía de una pintora asesinada en Auschwitz, Charlotte Salomon, y otra de John Lennon. Del éxito de crítica de obras de ficción tempranas como ‘El potencial erótico de mi mujer’ o ‘¿Quién se acuerda de David Foenkinos?’ pasó a fenómeno editorial con ‘La delicadeza’ (más de 1.300.000 ejemplares vendidos). En septiembre llegará a España su última novela: ‘La familia Martin’.
En la portada de La familia Martin —que Alfaguara pondrá a la venta el 9 de septiembre— David Foenkinos (París, 46 años) aparece sentado en el salón de una casa, rodeado de sus habitantes y tomando notas sobre sus vidas. Un nuevo ingenio made in Foenkinos: el reto de escribir la historia de la primera persona que vio al salir a la calle. La entrevista es en el destartalado piso del que salió —”los muebles estaban cuando llegué”, asegura— en el barrio parisiense de Monceau. Nos rodean los juguetes y un dibu...
En la portada de La familia Martin —que Alfaguara pondrá a la venta el 9 de septiembre— David Foenkinos (París, 46 años) aparece sentado en el salón de una casa, rodeado de sus habitantes y tomando notas sobre sus vidas. Un nuevo ingenio made in Foenkinos: el reto de escribir la historia de la primera persona que vio al salir a la calle. La entrevista es en el destartalado piso del que salió —”los muebles estaban cuando llegué”, asegura— en el barrio parisiense de Monceau. Nos rodean los juguetes y un dibujo de su hija Alice, de cinco años. Hay también un póster de Charlotte Salomon, la pintora cuya trágica vida le ha valido tantos premios, y un retrato oficial de Mitterrand: “Es el póster de 1981. Lo tengo porque es kitsch. Fue un verdadero personaje de novela: un poco torturado por momentos y con una doble vida”. Ofrece agua, en vasos de plástico fucsia, y explica que vive solo con su niña: “Hace tiempo que dejé de creer en la pareja”. He ahí uno de sus temas.
¿Por qué soñamos con el amor eterno?
La idea de la posteridad amorosa resta vida, pero creo que la pareja inteligente puede existir cuando nadie renuncia a su propia vida en favor de la común.
“La fuerza de una historia de amor es proporcional al vacío que la precedió”.
Es exponencial. Cuando John Lennon encontró a Yoko Ono, su amor fue potentísimo porque llegaba de la nada. Parecía tenerlo todo, pero no tenía nada. La intensidad amorosa es relativa.
¿Se nutre como otros autores de su propia vida?
Seguro. Compartir la vida en un apartamento es difícil. Y sin embargo soñamos con la fidelidad eterna.
Usted también, ¿no? Tiene dos hijos de madres diferentes y vuelve a tener pareja.
Pero he cambiado de método: no vivo con ella. Mis parejas anteriores se estropearon justo después de tener un hijo. Con frecuencia los periodistas me piden consejos matrimoniales y, sin ser psicólogo marital, contesto que todo es posible. Por eso mucha gente se reconoce en mis libros.
¿El fracaso nos hace reconocernos?
¿Cree que mi gran triunfo es el fracaso? Donde se pasa mal hay una novela. Sin embargo, son los libros lo que ayuda a salir de las dificultades. Para mí son el antídoto frente al fracaso.
Siente empatía por los perdedores, pero usted es un ganador.
Sé que el bienestar no dura, el declive acecha. Y no crea, me costó alcanzar cierto éxito.
Venga. Publicó muy joven. ¡Y en Gallimard!
¿Sabe qué es para mí el triunfo? Haber conseguido no escribir nunca el mismo libro. No repetir una fórmula. Tengo obsesión por la fragilidad humana. Para mí, estropear algo es ser humano. Pero no tuve éxito temprano ni amargura por no tenerlo. Una vez a la presentación de una obra solo asistió una mujer. Me contó que era vecina, había olvidado las llaves y decidió esperar a que llegara su marido sentada.
Triunfó con 35 años. Es casi insultante que no lo considere temprano.
Hasta publicar La delicadeza tuve problemas de dinero. Pero poco o mucho he sido feliz con lo que he tenido. Sabía que la literatura no era un oficio y sé ganarme la vida.
¿Cómo?
Dando clase de guitarra, haciendo de periodista o sirviendo mesas. Para mí lo importante ha sido escribir, no tener éxito. Y sé que escribiré toda la vida. El triunfo es hacer lo que quieres y tenerlo me permitió la libertad de escribir Charlotte, que es otro tipo de libro.
¿El fracaso acerca a los lectores más que el éxito?
No sé. Muchas obras se venden porque hacen sentir bien al lector. Si escribes que un tipo de 50 años pierde el trabajo, lo abandona su mujer y termina viviendo en casa de sus padres, donde lo tratan como a un niño…, no sé yo a quién me acerco. Creo que el tono es lo positivo en mis libros: el humor. A mí, el fracaso, la mediocridad o el aburrimiento me interesan.
Siempre supo que encontraría trabajo. ¿De dónde le venía la seguridad?
En mi casa no había libros. A mis padres no les gusta que lo diga en las entrevistas, pero es la verdad. No digo que sea negativo, es un hecho: no leían. Puede que por eso me fascinara la vida de Lennon, porque partía de la nada. En el lado positivo, mi madre trabajaba en Air France, mi padre construía torres de control en África y viajábamos. No tenían ningún tipo de interés cultural: ni cine, ni teatro ni literatura, pero querían conocer el mundo.
Creció en París.
En el extrarradio, en Villejuif, un lugar muy humilde.
Se convirtió en escritor, y su hermano, en cineasta. ¿Cómo sucedió?
Mi hermano llegó a París. Empezó a hacer teatro y televisión y me contagió su fascinación por el cine.
Usted comenzó a leer en el hospital.
Con 16 años estuve dos meses ingresado por una cardiopatía. No había internet ni móviles. Estaba solo y empecé a leer. Afrontar la posibilidad de la muerte cambió mi vida.
En sus novelas se da esa segunda oportunidad. ¿Qué leyó?
Lolita, Jane Eyre… La lectura me acompañaba y me consolaba.
¿Qué hace creíble la literatura?
La literatura es el dominio superior del engaño. Uno puede rozar la locura y la verdad sin que sea evidente. Eso no ocurre ni en el teatro ni en el cine.
Comenzó por el absurdo y ha ido volviéndose realista. ¿Por qué?
La primera siempre es la novela de un buen alumno. Se lo digo a todo el mundo: “No compréis mi primer libro”. El primero con cierto éxito fue El potencial erótico de mi mujer. Puede que el título ayudara.
Siendo desconocido publicó ¿Quién se acuerda de David Foenkinos? ¿Esa broma estaba más destinada al mundo literario que a los lectores?
Posiblemente. Pero la gente está cansada de que los escritores escribamos sobre escritores. Libros conceptuales, inseguros, de segunda clase.
¿Tiene varias clases de obras?
Sin duda. Reírte de ti mismo no garantiza que el libro sea bueno. Tras escribir Charlotte, que está construida con hechos reales, quedé agotado. Y por eso La biblioteca de los libros rechazados es una crítica a la maquinaria, al circo, del mundo editorial y mediático. Es un texto lúdico, irónico y crítico, pero no está centrado en mí mismo. Quise disfrutar escribiéndolo después de pasar un año enterrado en el dolor.
Con La delicadeza aprendió a ser sencillo. Y fue la obra más vendida en Francia durante año y medio. ¿Cómo mantenerse lúcido tras el éxito?
Encima después salió la película. Me planteé si debía hacer de esa novela una fórmula. Pero me interesa el futuro. Soy una persona que busca. Por eso después hice un libro cortante, como es la historia de la pintora Charlotte Salomon. Eso es lo que permite el triunfo: arriesgarlo.
En su última novela, La familia Martin, se centra en lo extraordinario oculto en lo ordinario. ¿El vecino ha pasado a interesarle más que lo excepcional?
Potencialmente todo el mundo es interesante. Una mujer que se aburre con su marido es Madame Bovary. Solo hay que bajar a la calle y fijarse en la gente.
Eso hace en esta novela: retarse a escribir sobre la primera persona con la que se cruce. Y baja a la calle convencido de que será la chica de la agencia inmobiliaria que sale temprano a fumar. ¿Pasa mucho rato mirando por la ventana?
Venga. Mire. Ahí está la agencia. Cuando se publicó el libro se lo llevé. Y me tomó por un loco.
¿Cómo empezó a interesarle más lo ordinario que lo extraordinario?
Me gusta crear historias y personajes. Cuando he trabajado con la realidad ha sido para tomar vacaciones de mi imaginación. Charlotte se la descubrí a muchos lectores. Pero hay que ser extraterrestre para no saber quién fue John Lennon. Por eso lo hice hablar en sesiones de terapia. Leí y escuché todas las entrevistas. Estudié obsesivamente sus canciones. Ahí está todo. Y con eso le construí el tono.
¿Qué le interesó de Lennon?
Que incluso en la vida más extraordinaria uno encuentra lo mismo: soledad, la búsqueda del esquivo bienestar y el deseo del amor. Es la vida ordinaria la que da nombre a la extraordinaria. Alguien amado por el mundo entero, rodeado de mujeres, que no supera nunca la falta de afecto de su infancia. Se pasó la vida buscando la sustitución de ese amor.
Escribe thriller psicológico. ¿Cómo analiza psicológicamente a sus personajes?
Un escritor no es como un periodista: no necesito informarme. Trabajo con la intuición. Necesito ser yo el que siente las cosas. Cuando lo siento, puedo escribirlo. Y a veces, como en Hacia la belleza, siento un dolor que no consigue aflorar. No me pasa todo el tiempo, solo cuando consigo concentrarme. Es como salir de mí mismo pero a la vez encarnar algo externo. Cuando siento eso, pienso que puedo escribirlo. Pero muchas veces me agoto. Por eso combino épocas de gran soledad con épocas de vivir rodeado de gente.
¿Las películas y los libros?
Sí. La imaginación y la investigación. Cuando investigué a Lennon, acabé con sobredosis.
¿Starting over, empezar de nuevo, como reza el título de una canción de Lennon, es siempre posible?
Lennon compuso ese último disco y no pudo volver a empezar. Eso me impresionó. Estaba en un momento dulce. Cuidaba a su hijo y no pudo volver a empezar porque lo asesinaron.
¿Cuántas veces ha recomenzado usted?
Cuando tuve la cardiopatía. Es un clásico: la gente que vive una situación límite y se vuelve más sensible.
¿Qué más nos cambia?
Seguramente el éxito, que llega con envidia y agresividad. El gran triunfo es ser feliz, pero hemos reducido tanto nuestra ambición de ser felices que el bienestar puede llegar de ver tropezar a los demás.
Tras el éxito de crítica a sus primeros libros fue cuestionado cuando alcanzó el aplauso del público.
Por eso digo que es más difícil lidiar con la victoria que con el fracaso. Claro que me proporciona placer gustar a los lectores, pero sé que mejoro cuando sigo pensando que lo puedo hacer mejor.
¿Existe el cliché de que el éxito de público no puede llegarle a un gran libro?
Sin duda. Yo era considerado literario, me publicaba Gallimard. Pero cuando llegó el gran éxito, cierta crítica decidió que me había vuelto popular. Dio igual que esos libros obtuvieran grandes premios [Renaudot o Goncourt des Lycéens]. Por eso me siento mejor en el extranjero, donde se valora cada novela y no se tiene en cuenta que hagas películas con Monica Bellucci y Carole Bouquet. Estar expuesto conduce a ser criticado. Claro que unos libros gustan más que otros, ¡a mí me pasa! Pero lo que no tiene vuelta atrás es el camino hacia lo sencillo. Estoy convencido.
“Deberíamos morir en grupo. Sería como un viaje organizado”. ¿Tiene muchos amigos?
Va con la definición de amigo que sean pocos. Ahora mismo somos dos: mi hija Alice y yo. Este año tengo la custodia y me ocupo de ella. Su madre ha sido hospitalizada y no puede cuidarla.
¿Es amigo de sus exparejas?
De la madre de mi hijo Victor, sí.
¿Qué hace él?
Quiere ser periodista deportivo.
¿All we need is love?
Está claro. Aunque no lo ha sido siempre. Mis padres pertenecían a una generación atenta a nuestras necesidades, pero que no demostraba el afecto. No recuerdo caricias. Me paso el día abrazando a mis hijos, diciéndoles que son formidables. Espero que eso refuerce su futuro, porque yo siento que me ha faltado cariño y, cuando te falta, te pasas la vida buscándolo.
¿Viven sus padres?
Sí. Mi madre es mi vecina y recoge a Alice del colegio. Y mi padre vive en el sur de Francia. He podido comprarle un apartamento a cada uno.
¿No son eso formas de amor?
Claro. Pero necesitamos tocar y abrazar. Está en los Beatles: el amor que recoges es igual al amor que das.
Ha escrito que la creación y la vida sentimental son los dos grandes factores de la infantilización egoísta.
Los creadores están muy pendientes de gustar, como los niños. Y la vida sentimental es lo mismo: uno quiere que el otro lo vea perfecto.
¿Tiene amigos en el mundillo literario?
Más en el del cine. Mi mejor amigo es Florian Zeller [el director de la oscarizada El padre], que comenzó como escritor. A los escritores los conozco a casi todos. Pero soy amigo de Leïla Slimani y de Joël Dicker.
¿Cuáles de los vivos le gustan?
Kundera o Houellebecq. De Emmanuel Carrère me encanta cómo explota su ego y Delphine de Vigan escribe libros fascinantes.
En sus obras hay mucho arte.
Creo que la belleza cura. Pero no intelectualizo el arte. Es como la psicología de los personajes: tengo que sentirlo.
¿Cómo sintió que cura?
Porque acompaña, consuela e inyecta curiosidad. Cuando salí del hospital, todo me gustaba: los museos, la naturaleza, la música. Estaba bulímico. Lo quería saber todo. Entre los 16 y los 25 años leí como un poseso.
El erotismo es el tema de Les fantasmes, su película con Bellucci y Bouquet.
Me gusta la sensualidad. Me interesa la seducción y doy al sexo la importancia que tiene: mucha. Pero no me gustan las novelas que entran en los dormitorios.
Ha escrito sobre la delicadeza, la fragilidad y la finura. ¿Adoramos lo que no somos?
Claro. Pero ni todas las mujeres son delicadas ni todas aman a los hombres delicados. Las redes sociales han activado la excitación del deseo del otro. Pero Instagram es un nido de frustración. Es la propaganda del bienestar de los otros. Y además no es verdad. Estamos obsesionados con la imagen de la felicidad y deberíamos estar muy contentos con lo que somos.
Ha filmado fantasías y ya escribió sobre la de observar limpiar los vidrios de la ventana en El potencial erótico de mi mujer.
Pero no es mi fantasía. Aunque me he encontrado con alguna mujer que debía de pensarlo porque al llegar a mi casa se ha puesto a limpiar las ventanas.
¡Qué práctico!
Fue más bien loco.
“Trabajar excesivamente es una forma de depresión”.
Cualquier exceso lo es: comer mucho, hablar mucho, hacer obsesivamente deporte. Creo que hay que aceptar el silencio.
Usted es hiperactivo.
Soy intenso, pero he aprendido a estar sin trabajar.
¿Tiene la obsesión de ser cada vez más divertido escribiendo?
Antes sí. Pensaba que si no era divertido los lectores se aburrirían. Ahora he aprendido a escribir temas más serios de vez en cuando. Pero admiro a quien nos hace reír. Es hiperagradable reírse leyendo un libro o ir al cine y encontrarte a todo el mundo riéndose. Luego, claro, están los que no entienden que el humor no está reñido con la seriedad. Todo lo contrario: la subraya.
¿Ha ido mucho al psicólogo?
Muy poco. Pero me analizo todo el rato. Los psicólogos hacen ese trabajo por ti cuando no estás dispuesto a hacerlo y te pones trampas.
Y usted no se las pone.
Me conozco en todas mis sombras, tan profundas como mis luces.