Diseño tecnológico con espíritu humanista
Isabel Inés Casasnovas crea aplicaciones y entornos tecnológicos, pero cuando se refiere a su trabajo habla de las personas. “Cuanto más digital soy, más analógica me siento”, dice. Su carrera acaba de ser reconocida con una mención en los Premios de Innovación y Diseño. La visitamos en su estudio.
Su nombre induce a equívocos, quizá por eso al presentarse lo explica. Se llama Isabel Inés Casasnovas. Inés es su primer apellido y el segundo lleva una “ese”, pero no hace falta tanto detalle porque toda la profesión la conoce como Ludita. “Hasta el Rey se equivocó el otro día”, cuenta. Fue en Granada, donde recibió una mención especial en los ...
Su nombre induce a equívocos, quizá por eso al presentarse lo explica. Se llama Isabel Inés Casasnovas. Inés es su primer apellido y el segundo lleva una “ese”, pero no hace falta tanto detalle porque toda la profesión la conoce como Ludita. “Hasta el Rey se equivocó el otro día”, cuenta. Fue en Granada, donde recibió una mención especial en los Premios Nacionales de Innovación y Diseño que reconocía su trabajo en “la promoción del aprendizaje y la formación de nuevas generaciones de profesionales en las últimas disciplinas del diseño”. Un galardón que en 25 años de historia solo han ganado tres mujeres, asegura. Ella lo ha hecho trabajando muchas horas en La Nave Nodriza, un estudio situado en el barrio madrileño de Lavapiés del que se reconoce, más que cofundadora, capitana junto a sus socios Ignacio Buenhombre y Juan Leal.
Su apodo está inspirado en el ludismo, movimiento de artesanos ingleses del siglo XIX —uno de ellos, Ned Ludd, le habría dado nombre— que protestaba contra la destrucción de empleos causada por las máquinas. Pero Ludita aporta un segundo significado: según ella, describe a aquellos opuestos o que tardan en adoptar o incorporar en su estilo de vida la industrialización, la automatización o las nuevas tecnologías en general. “Este apelativo es una síntesis perfecta de mi figura profesional: en este mundo tecnológico del que formo parte, era y soy considerada una persona poco tecnológica, todavía hoy día justifico como magia muchos fenómenos que son la base de mi trabajo”, explica a modo de presentación. Y añade: “Aunque mi carrera ha estado marcada por la tecnología, cuanto más digital soy, más analógica me siento”.
Sorprenden muchas cosas de Ludita; la primera es que su teléfono móvil no es el último modelo y que solo hay un ordenador en su espacio de trabajo, un portátil. Eso sí, hay pizarras y rotuladores de muchos colores, a los que recurre cuando quiere que su discurso quede claro. Prefiere dibujar que hablar, pero su tono didáctico ayuda a que su mensaje sea comprensible. “La Nave Nodriza es la escuela en la que me hubiera gustado aprender”, confiesa.
Ha formado a un centenar de diseñadores. Se declara autodidacta. Tras cursar COU en Estados Unidos, terminó estudiando Publicidad. “Cuando estaba en cuarto de carrera, mi hermana mayor, que acababa de terminar Bellas Artes, me propuso montar un estudio de diseño, y yo, sin tener ni idea, acabé fundando con ella Tisana [Taller de Isa y Ana]. Mi primer contacto profesional fue por la puerta grande, como empresaria, y sin tener ni idea de diseño ni de ordenadores. Era 1995 y tenía 22 años”. Descubrió su vocación gracias a una profesora que en tercero de carrera le mandó leer La seducción de la opulencia, de José Manuel Pérez Tornero, un análisis de la sociedad de consumo.
El éxito le llegó pronto y de manera inesperada. “En esos años nos pilló de lleno el boom de internet. Yo tenía amigos en empresas como Teknoland o NetJuice, pero nosotras en Tisana sobre todo hacíamos branding, comunicación y diseño editorial. Diseñábamos y desarrollábamos identidades corporativas y líneas editoriales, pero en el día a día nos manteníamos gracias a las maquetaciones. Hacíamos revistas, colecciones de libros”. Luego se centró en el desarrollo de productos digitales, interfaces y, más tarde, en el diseño de la experiencia de los usuarios en empresas como Idealista y Secuoyas. Al principio se ocupaba de la capa visual del producto y ahora, tras 25 años de carrera, lo hace del concepto y de la estrategia. Actualmente compagina su trabajo en Ilios —”donde humanizamos la modernidad”, asegura— con su actividad en La Nave Nodriza. Una extensa carrera con un parón de dos años, tiempo en el que rompió con todo y se dedicó sobre todo a viajar. “Dejé un trabajo ideal, el chico perfecto, una casa maravillosa… Necesitaba aprender cosas. Mi vida iba al revés”, dice.
Ludita es una romántica declarada de su profesión. “La tecnología hay que saberla utilizar”. Y pone un ejemplo: “En los inicios, Airbnb fue una aplicación innovadora, que trataba de facilitar el hospedaje de la gente a través de opciones asequibles, pero con el tiempo se ha convertido en un gigante que hasta cambia las ciudades”. A ella ya no le gusta.
Formó parte del equipo de Idealista. “Era el año 2005 y en pleno bum inmobiliario surgió la oportunidad de trabajar con ellos. Mi misión era definir y diseñar desde cero una aplicación de escritorio para las agencias que facilitara la gestión de su cartera de inmuebles y además sincronizara su publicación en la web. Compartía mesa con la persona que daba soporte técnico a las agencias y los tres programadores que desarrollaban la aplicación. Allí pude seguir una metodología de libro: visité a los agentes inmobiliarios para entender su trabajo, hice etnografía; definí personas, escenarios, casos de uso, y a partir de ahí me puse a diseñar y definir prioridades. Me di cuenta de que el trabajo que iba a hacer estaba destinado sobre todo a las secretarias, que eran quienes iban a usar la aplicación, y pensé en ellas y sus necesidades”. Esta experiencia es un ejemplo de cómo la diseñadora hace su trabajo y donde la palabra clave es humanización. Ludita no cree en el diseño si no está pensado para las personas. “Soy humana por definición. Pongo a las personas en el centro de todos mis diseños, me interesa eso mucho más que el lado económico”.
Quizá por eso está especialmente orgullosa de uno de los trabajos desarrollados en La Nave Nodriza, destinado a ayudar a las personas trans a dar normalidad a sus vidas. Para ello, Inés Rosado e Itziar Osés, antiguas estudiantes del centro, crearon dos aplicaciones: una que minimiza la burocracia ante las Administraciones a las personas que se han cambiado el género y el nombre, y otra que se convierte en un coach, un logopeda virtual, dirigido a ayudar a mujeres transgénero en su cambio de registro de voz.
“Durante la pandemia ha quedado claro lo importante que es la tecnología en nuestras vidas, por eso es básico que se gaste bien el dinero de los fondos europeos”. Ludita ha estado muy involucrada este tiempo en ayudar a profesores que debían dar sus clases por internet. Ahora está fascinada con el proyecto de comedores escolares de la diseñadora Alex Filiatreau, compañera suya en Ilios.design. Comedores únicos para colegios e ikastolas innovadoras en los que no solo la alimentación es lo importante, también el espacio y la manera en que se convive.
Recuerda cuál fue el objeto tecnológico que más la impactó. “Mi primer iPhone. No solo era un teléfono, era una experiencia que comenzaba desde el envoltorio”. Y es que la tecnología, dice, fascina si está diseñada pensando en las personas. No cree en la dictadura de las pantallas. “Estamos en pleno auge, pero pasará y permanecerá lo verdaderamente necesario”. Cree que se está produciendo una redefinición de las redes sociales. “Twitter es claramente la plataforma para lanzar mensajes, Facebook permite mantener contactos, LinkedIn resulta fundamental para cuestiones profesionales e Instagram representa el postureo”. ¿Y cómo ve la dependencia de las redes? “Estamos en pleno bum, pero pasará”.