Svetlana Tijanóvskaya: “Quizás sea mi destino morir por la democracia en Bielorrusia”

Cuando Serguéi Tijanovski, su marido, fue detenido por el régimen de Lukashenko para evitar que concurriera a las elecciones en su país, dio un paso al frente y se convirtió en el símbolo de la lucha por la democracia en Bielorrusia. Así lo reconoció el Parlamento Europeo con el Premio Sájarov al movimiento de resistencia bielorruso, que ella recogió.

Svetlana Tijanóvskaya, retratada durante una visita a Madrid.Daniel Ochoa de Olza (EPS)

Es complicada la traducción al español de la palabra fearless. Puede significar audaz, intrépido, temerario, aunque lo que más se ajusta a la intención que le da Svetlana Tijanóvskaya (Mikashévichi, Bielorrusia, 38 años) nos conduce a lo más literal: sin miedo. Cuando ella la pronuncia y alza el gesto como un reto y una especie de resurrección en los foros internacionales, sin descanso, uno sabe perfectamente lo que significa. Muy probablemente,...

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Es complicada la traducción al español de la palabra fearless. Puede significar audaz, intrépido, temerario, aunque lo que más se ajusta a la intención que le da Svetlana Tijanóvskaya (Mikashévichi, Bielorrusia, 38 años) nos conduce a lo más literal: sin miedo. Cuando ella la pronuncia y alza el gesto como un reto y una especie de resurrección en los foros internacionales, sin descanso, uno sabe perfectamente lo que significa. Muy probablemente, Alek­sandr Lukashenko también. Sobre todo cuando la ve y la escucha decir ese vocablo a cada paso de su lucha opositora fuera de Bielorrusia, después de que decidiera salir del país tras ser amenazada por las autoridades, como cuenta en esta entrevista, tras el alzamiento de protesta que provocaron las últimas elecciones en su país, el pasado 9 de agosto. La comunidad internacional —menos algunos defensores, como Vladímir Putin— no aceptó el resultado de los comicios. Y los ciudadanos salieron cada día a manifestarse contra la fuerza de un tirano atrapado en el tiempo de la ruina que fue la Unión Soviética. De hecho, Lukashenko conserva antiguas instituciones de horrible memoria, como el KGB, con las mismas siglas. Es como si casi nada hubiera ocurrido allí, para él, desde hace 30 años. Pero sus conciudadanos se empeñan en mostrarle la evidencia de que el siglo XX pasó y ya llevamos buena parte del XXI en marcha. Svetlana Tijanóvskaya es la primera dispuesta a enseñar a Lukashenko el reloj con la cuenta atrás para él. Y al resto del mundo, la aspiración de un país desconocido en mitad de un agujero del que quiere salir con fuerza acogido a una sola receta: democracia. Ella utiliza el inglés para ser entendida en el panorama de una globalidad que ha ignorado hasta el pasado verano el vestigio de un régimen sátrapa en Europa. Primero encarcelaron a su marido, Serguéi Tijanovski, nada más anunciar su decisión de presentarse a las urnas. Entró en prisión en mayo. Como no pudo concurrir a las elecciones, Svetlana Tijanóvskaya tomó el relevo. Primero en el país, luego fuera. Hoy reside en Lituania con sus dos hijos. Desde allí alza la voz, viaja constantemente para recabar apoyos y centra la estrategia de una oposición cuyo objetivo es debilitar al régimen desde fuera. El Premio Sájarov, otorgado por el Parlamento Europeo este año al movimiento de resistencia bielorruso, ha supuesto un impulso para su lucha. Una vez se celebren elecciones democráticas y sus compatriotas puedan decidir su destino con transparencia y sin lugar a dudas, Tijanóvskaya dice que desaparecerá del foco: “No soy política, estoy aquí para cumplir una misión determinada. Cuando la lleve a cabo, deseo volver a mi vida normal porque soy una persona normal”, nos cuenta en la entrevista que mantuvimos en la sede del Instituto Elcano en Madrid. Pero está por ver hacia dónde la conduce esta jugada del destino, tal como ella lo considera. Allí donde sea, Svetlana se dirige a su encuentro con audacia y una nada desdeñable actitud intrépida. Y, desde luego, sin miedo.

Pregunta. Hay algo que produce bastante impacto cuando se la escucha pronunciarlo. La palabra fearless, en inglés. ¿Qué significa para usted? ¿Por qué la ha convertido en el eje de su discurso?

Respuesta. No puedo asegurarle que no tenga miedo, pese a que signifique lo contrario. Sentimos el miedo que cualquiera en nuestro país siente. Pero lo cierto es que una gran mayoría luchamos por deshacernos de ese miedo. Quienes salen a manifestarse, por ejemplo, lo demuestran cada día. El miedo es algo que ha formado parte de nosotros al levantarnos por la mañana. El miedo a este régimen, tan experto en utilizar herramientas para amedrentarnos. Pero este año, ha cambiado. Todos los días me doy cuenta de la unión que significa nuestra revuelta, en el sentido de que debemos superar ese miedo a cada paso. Por eso debo estar a su lado. Esa es mi obligación.

P. Cada vez que la escucho o, más bien, la veo pronunciarlo, siento como que lanza un reto hacia Lukashenko. ¿Es esa su intención?

R. La palabra, lo que nos da, es la fuerza necesaria para superar el miedo. Pero eso no quiere decir que no lo sintamos.

P. Sí, sí, pero, ¿qué me dice de ese reto directo que parece hacerle usted con ese mensaje?

R. No pienso en él cuando lo digo. No quiero gastar mi energía en él. Pienso más en todos aquellos que están en la cárcel o en quienes han sufrido palizas, violaciones, torturas, en quienes han experimentado la soledad de no saber qué hacer con sus hijos si son detenidos y deben salir del país. En las mujeres que se oponen a él y se manifiestan con todo el riesgo que conlleva. Pienso en…

P. Su marido…

R. Mi marido, desde luego, muchísimo, pero siento que no tengo derecho a personalizar en él toda esta tragedia colectiva. Por supuesto, para mí él y mis hijos son lo más importante, pero eso no debe prevalecer sobre mi compromiso con todos los demás.

P. Desde que usted proclama no padecerlo, ¿qué es para usted el miedo?

R. Ese miedo, esa conciencia del miedo, es muy reciente. Quizás desde que mi marido comenzó a involucrarse en su movimiento e inició una gira por todo el país hace más de dos años. Ahí empecé a sentir mucho.

P. ¿Es reciente su miedo, entonces?

R. Antes de eso, lo experimentábamos, claro. Lo sentías por la falta de libertad impuesta y la sensación de no tener derechos ni reglas que nos protejan.

Tijanóvskaya, durante un mitin en la localidad bielorrusa de Brest, pocos días antes de las elecciones del 9 de agosto de 2020. Sergei Grits; (AP Photo) (EPS)

P. ¿Qué le llevó a asumir el relevo de su marido en la oposición tras ser encarcelado?

R. El amor que siento por él, para empezar. Ese fue el primer paso. Apoyarlo. Pero después, me sobrevino la responsabilidad de continuar su tarea. La gente necesitaba confiar en que la situación empezaría a cambiar.

P. Y llegaron las elecciones. Un resultado que nadie conoce pero que tampoco le ha hecho a usted autoproclamarse como presidenta electa. ¿Por qué?

R. Todas las pruebas de estas últimas elecciones fueron destruidas. Para que te llamen eso, necesitas documentos. Es una palabra importante. No es cuestión de poner nombre a ningún cargo. Pero la responsabilidad que siento es parecida a la que sentiría si ostentara el cargo. Tampoco tengo que convencer a los bielorrusos de la legitimidad. Ellos saben lo que han votado y me conceden el honor de representarlos donde vaya.

P. La realidad es que, nada más terminar las elecciones, salió del país. ¿Cómo sucedió?

R. Fui puesta a disposición de, digamos, unas fuerzas especiales que me llevaron a enfrentarme a una decisión…

P. ¿Fuerzas especiales?

R. Sí…

P. ¿De qué tipo?

R. Gente del régimen que me amenazó. Y me amedrentaron. Me dijeron: o te vas o te metemos en la cárcel.

P. ¿El día después de las elecciones? ¿Para no dejarle tiempo a pensar…? Porque es una decisión que cambia radicalmente su vida.

R. Sí, sin que yo tuviera conocimiento de la situación. De cuánta gente perseguían o ya había huido del país. El caso es que, entre las cinco de la tarde y las diez de la noche, la tomé.

P. ¿Qué le decían?

R. No puedo ser muy específica porque pondría en riesgo a mi marido.

P. Hasta donde sea posible, cuénteme.

R. Me tuvieron tres horas interrogándome. Gente de Lukashenko. Pero para resumir, lo que la gente debe saber es que me lo plantearon así: la cárcel o mis hijos. Si iba a prisión, mis hijos entrarían en un orfanato, si me iba del país podría seguir con ellos. Que era madre y que mi marido ya estaba preso. Además, que había sido una vergüenza para el país, que ya me lo habían avisado, que era una traidora… No estaba preparada para esa conversación. No entendía por qué se ensañaban conmigo. No sabía cómo reaccionar. No estaba preparada para esa presión psicológica.

P. Más cuando usted no es política y ve los riesgos.

R. Podría haber sido diferente. Hoy hubiese sido diferente mi reacción. Estoy más preparada, desde luego.

P. ¿En qué sentido?

R. Conozco mejor a esta gente. Pero entonces, no.

P. ¿Sus debilidades?

R. No, mis fortalezas. Hoy podría resistir de otra manera. No hubiese creído sus amenazas al pie de la letra. Reaccionaría diferente.

P. ¿Le pegaron o la maltrataron?

R. No, no, eso no.

P. ¿Cómo se encuentran ahora sus hijos?

R. No hablamos mucho de la situación. Son pequeños, no quiero que el problema les afecte más de la cuenta. Mi hija pequeña tiene cinco años y sufre demasiado. Aunque le diga que su padre está de viaje, le hace dibujos y pregunta por él. Llora. Le echa mucho de menos. De hecho, el otro día me preguntó: “¿Papá está vivo?”.

P. Duro…

R. Sí, muy duro.

P. Y su marido, ¿cómo está? ¿Ha podido comunicarse con él?

R. No. Imposible. Lo hago a través de su abogado, que lo visita dos veces a la semana. Está físicamente bien. Ahora mejor que cuando estuvo aislado en una celda en la que no tenía ni una silla para sentarse.

P. Eso, ¿no es tortura?

R. Sí, pero ahora está mejor y esperanzado con nuestra victoria.

P. Bien, hoy que sabemos que usted está en el exilio, la oposición en la cárcel, su marido no muy bien tratado en su prisión, ¿qué más necesitan los países occidentales para mostrarse más contundentes con el régimen de Lukashenko?

R. Para empezar deberían involucrarse más en la situación. Yo comprendo que les supone un problema, para empezar de seguridad, que…

P. Putin tiene allí su área de influencia.

R. Si quiere verlo así… Pero, así y todo, creo que la comunidad internacional está mucho más preocupada y se siente más comprometida con nuestra situación. En eso creo que ha influido que, más que denuncias, yo me haya esmerado en trasladar emociones. Hablo de historias personales. Deseo contar el dolor que sentimos. Necesitamos desesperadamente la ayuda de los países democráticos. Con abrir un poco los ojos, te das cuenta. Aun así, decepciona un poco, más bien, me extraña que aún, en Europa, se nos considere en gran medida parte de Rusia. No lo somos. Ya no. Y no nos importará mantener con ellos una buena relación de amistad en el futuro, como con Occidente. Somos gente que desea un futuro mejor. Ni prorrusos ni proeuropeos.

P. Quizás el problema con Bielorrusia sea que la influencia del pasado soviético persiste, no solo en quienes formaron parte de la unión, también en el antiguo bloque del Este. Mire qué pasa con Hungría y Polonia. En el futuro, ¿qué quieren ser?

R. Ese no es ahora el problema ni en lo que nos debemos centrar. Para nosotros y para empezar, lo que queremos es tener la posibilidad de elegirlo. Y después, veremos. Yo no quiero imponer nada a nadie. Al contrario, solo pretendemos que nos reconozcan el derecho a escoger. Quién sabe luego qué ocurrirá. Demos el arma democrática para que la gente decida lo que quiera bajo su responsabilidad y sus derechos, si volver a formar parte de Rusia, incluso, o integrarnos en Europa.

Svetlana Tijanóvskaya, retratada durante una visita a Madrid.Daniel Ochoa de Olza (EPS)

P. No sé si esto último les gustaría a sus vecinos…

R. La realidad es que tenemos una sociedad civil muy avanzada por un lado y estructuras antiguas por el otro. Lukashenko es un ejemplo. Él no conoce las posibilidades que ofrece internet. Sigue anclado en el siglo XX y así lo ha estado 26 años mientras nosotros sobrevivíamos. Unos mejor que otros. Una nueva generación se impone ahora, jóvenes que miramos al extranjero y comprobamos la prosperidad de otros países, donde se respeta a sus ciudadanos. ¿Por qué hemos llegado a esta situación? Lo cierto es que un nuevo empuje es imparable mientras Lukashenko sigue ignorando cómo la nueva era digital cambia la vida de la gente y a él solo le interesa lo que aparece en la televisión. Cree que es eso lo que sigue influyendo sobre la gente. Empeñado en que vivimos en un koljós, en una granja colectivizada. ¿Por qué cree que ha perdido?

P. En ese aspecto, tampoco confíe en que internet representa la solución para todo. Tiene un lado oscuro que precisamente desde Rusia se ha sabido utilizar y no precisamente para bien.

R. Desde luego. Lo sé. Pero me quiero centrar en el caso de Lukashenko.

P. Sin que hayamos hablado todavía del concepto que tiene de las mujeres.

R. Bueno, para él somos una especie de cerdas…

P. ¿Cerdas, dice? ¿Literal?

R. Cerdas, sí, que deben ocuparse de sus cerditos.

P. No es casual entonces que, con esa mentalidad, los principales líderes de la oposición, Maria Kolesnikova, Veronika Tsepkalo y usted, sean mujeres.

R. Estoy segura de que eso hiere muchísimo su orgullo. Es una auténtica humillación para él. Seguro que jamás lo concibió y le pone muy nervioso. Más de lo que de hecho está, porque empieza a darse cuenta de que su posición le convierte en alguien tóxico en el ámbito internacional. Tóxico para la UE, incluso para Putin.

P. ¿Es cuestión de tiempo su final?

R. Así lo creo. No hay quien entienda sus cambios bruscos de posición. Pasó de acusar a mi marido de ser un agente prorruso y denunciar acciones de grupos mercenarios de nuestro país vecino, como el Grupo Wagner, a querer aliarse con él cambiando de un día para otro el discurso y denunciando que se trataba de agentes occidentales. Ahora busca una salida para sí y pretende hacer parecer que esa salida no se debe en realidad a la presión interna y mundial, sino a su propia conveniencia. Lukashenko quiere hacernos creer que es lo que realmente le apetece por estar harto y salvar así la cara.

P. ¿Conoce personalmente a Lukashenko?

R. No.

P. ¿Qué le diría si lo tuviera enfrente?

R. No tengo nada que decirle.

P. ¿Algunos en esos círculos desean que usted muera? ¿Se lo plantea?

R. Quizás sea mi destino…

P. ¿Su destino?

R. Desde luego. Estoy aquí porque el destino me ha colocado en esta posición. Yo nunca he querido ni buscado involucrarme en política. Pero he hecho promesas en campaña que debo cumplir, me he comprometido con los ciudadanos de mi país.

P. ¿No quiere ni busca ser presidenta de su país en un futuro?

R. No quiero ese poder, no deseo gobernar a la gente. Soy una persona normal y corriente. Quizás sea maravilloso hacer política en países sanos y democráticos donde puedes construir proyectos y resolver problemas y ayudar a los ciudadanos. Pero, repito, esto no lo he elegido yo.

P. Y de entre esos políticos que está conociendo ahora en países, como dice, sanos, ¿quién le ha causado buena impresión?

R. Puedo decirle que he conocido muy buena gente en este entorno europeo. Pero, por otra parte, veo que para ellos resulta difícil actuar.

P. Josep Borrell, alto representante de la UE para política exterior y seguridad, ¿se porta?

R. Sí, tengo hilo directo con él y es un gran apoyo.

“Estoy segura de que a Lukashenko le hiere muchísimo el orgullo que los líderes de la oposición seamos mujeres”Daniel Ochoa de Olza (EPS)

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