Madrid, el epicentro del exilio venezolano
La llegada de Leopoldo López ha convertido Madrid en el epicentro del exilio venezolano. Políticos perseguidos, periodistas e intelectuales luchan desde la capital de España por la restauración de la democracia en su país
E l tiempo es una variable sin plazos para Leopoldo López. Quizás él mismo no lo sabía cuando era un joven y prometedor político que arrasaba como alcalde de Chacao con un 81% de apoyo popular a su gestión. Fue regidor de ese municipio, uno de los cinco que forman el área metropolitana de Caracas, entre 2000 y 2008. Por entonces aspiraba a presidir Venezuela y sin duda pensó que algún día lo conseguiría. Pero ahora, a sus 49 años, camina por Madrid consciente de otras prioridades: “La libertad de nuestro pueblo”, d...
E l tiempo es una variable sin plazos para Leopoldo López. Quizás él mismo no lo sabía cuando era un joven y prometedor político que arrasaba como alcalde de Chacao con un 81% de apoyo popular a su gestión. Fue regidor de ese municipio, uno de los cinco que forman el área metropolitana de Caracas, entre 2000 y 2008. Por entonces aspiraba a presidir Venezuela y sin duda pensó que algún día lo conseguiría. Pero ahora, a sus 49 años, camina por Madrid consciente de otras prioridades: “La libertad de nuestro pueblo”, dice el presidente del partido político opositor Voluntad Popular. Un factor fundamental para lograr otras cosas que trascienden a lo que en su día fue su legítima aspiración.
En esa variable que relativiza relojes y calendarios con la que López ha aprendido a convivir cabe otra virtud: la paciencia. Y eso lo aprendió en la cárcel de Ramo Verde, donde entró el 18 de febrero de 2014 para cumplir diversas privaciones de libertad —desde la prisión de aislamiento al arresto domiciliario— durante siete años.
Ha sido un tiempo en el que han pasado muchas cosas en Venezuela. Aparte de la muerte de Hugo Chávez y la toma del poder de Nicolás Maduro, están la represión, los asesinatos en las calles, las elecciones, los levantamientos, la interminable diáspora y los jirones que todo esto ha causado en el seno de la oposición contra el régimen. Hoy, López, instalado en España desde finales de octubre pasado y centrado en una estrategia política que le permita regresar a su país, cuenta cuál es su prioridad: “Quiero ser el carpintero de esa unidad”. Así lo proclama convencido de su autoridad moral para el empeño.
Su carpintería está instalada hoy en el barrio de las Letras de Madrid, donde nos recibe pocos días después de la nevada que asoló las calles de la ciudad el pasado enero. La capital de España se ha convertido en el centro neurálgico de la oposición al régimen de Maduro, con políticos huidos y periodistas diseminados por sus barrios. También es el epicentro de medios como El Nacional, coordinado desde Madrid por su dueño, Miguel Henrique Otero.
López ha llegado con un poco de retraso. Justificado. Olvidó el colirio en casa. “Desde que estuve tanto tiempo aislado en la cárcel, afectó mi visión. A veces se me enraman y comienzo a lagrimear. Lo siento”. Son secuelas de la reclusión en la que el régimen lo mantuvo después de un juicio que se reveló como una farsa. Le acusaron de instigar disturbios que acabaron con muertos. Aquel episodio fue conocido como el de las protestas de La Salida y López fue condenado a 14 años.
De ahí que comenzara a suprimir dentro de su concepción del tiempo la palabra plazos. Esa perspectiva ha quedado en la mitad. En el ánimo de Chávez y Maduro estaba anularlo como alternativa real. Pero lo que consiguieron fue apuntalarlo y convertirlo en un símbolo internacional de la lucha contra el régimen. Esos siete años López los ha empleado a fondo. No solo en estrategia. También ha aprovechado sus momentos de meditación y soledad. Sacar partido a las circunstancias cuando estaba entre rejas, sin poder ver crecer a sus tres hijos, lejos de su esposa, Lilian Tintori, o de sus padres, Antonieta Mendoza y Leopoldo, que ya habían decidido trasladarse a Madrid.
Todo entraba en el peor de los escenarios. Una prueba de encaje continua que juntos, como familia, han superado en lo personal y ahora quieren trasladar a lo colectivo después de diversos reveses sufridos. Para eso, uno de los primeros retos que López busca con vistas a la oposición es, insiste, la unidad: “Cierto, debemos fortalecer nuestra capacidad de entendernos. Construir una solución política sin que quedemos, frente al régimen, debilitados. Nosotros debemos estar unidos, así es, pero la comunidad internacional, respecto a nosotros, también. Lo necesitamos”, dice Leopoldo López.
Esto último es un mensaje dirigido a Bruselas: su posición cuenta con el apoyo del Parlamento Europeo, pero no tanto del Consejo de la UE. El primero reconoce a Juan Guaidó, aliado de López, como presidente interino. Pero el órgano que representa a los países miembros de la Unión, no, aunque sí lo ve como interlocutor. De ahí que López reclame esa unidad en los apoyos dentro de una estrategia futura que basa su acción en tres ángulos fundamentales: Bruselas; Estados Unidos, tras la decisión de Joe Biden de considerar Venezuela una prioridad, y América Latina, con especial relevancia del papel a jugar por parte de Colombia. El tablero previo ha quedado destruido. López es consciente de que los intentos jugados con la opción de Guaidó, ya con él fuera del Parlamento, se han visto dañados. Tampoco la mera resistencia en las calles ni los levantamientos condujeron a nada. El régimen se ha reforzado, además, tras las elecciones legislativas del 6 de diciembre. Muy pocos reconocen el resultado —ni la UE, ni EE UU ni gran parte de países latinoamericanos—, pero los comicios a los que no compareció la oposición por falta de garantías han aumentado de facto el poder de Maduro. Pese a que las tentativas de negociación con el Gobierno han fracasado una y otra vez, Estados Unidos y Bruselas buscarán nuevos contactos. Para eso, necesitan una interlocución unida en las filas de la oposición. Leopoldo López es actualmente una de las bazas más potentes.
En sus planes entra conseguir unas elecciones presidenciales. “Lo antes posible…”, advierte. Pero, para eso, los plazos se difuminan. Este año, dice… Y, ya saben, ahí entra en juego su dominio casi místico del factor tiempo: “Si tú esperas una fecha y no llega, te puedes hundir”. Otra cosa es el factor espacio. “Yo estoy aquí, pero mi cabeza anda en Venezuela”. Sufrieron él y los suyos todos estos años y sigue sufriendo la gente dentro y en medio de una diáspora que según la ONU supera los seis millones de desplazados. Sabe que evitarlo queda en parte en su mano. No andar hacia atrás, sino hacia delante. Quizás por eso no se le va de la mente la historia de su bisabuelo disidente, Eudoro López. “De niño me impresionó su caso. Yo no entendía que alguien pudiera estar preso por sus ideas…”.
En cierto modo, las cartas de aquella experiencia que su familia conserva lo prepararon para lo que tuvo que afrontar. Como una rueda del destino. Cuando en 2013 lanzaron una orden de captura contra él, avisó a su esposa: “Quiero que sepas que si eso es lo que me toca, voy a ir a la cárcel”. En aquel momento, la amenaza pasó. Pero un año después, volvió. El continuo acoso que había sufrido para ser apartado de la política desde que en 2008 fue inhabilitado se recrudeció. Como alcalde de Chacao, su popularidad le convertía en una opción. Fue una amenaza para Chávez y luego para Maduro. Ambos lo desarmaron civil y políticamente. Pero lo fortalecieron íntima y personalmente. Leyó sobre las experiencias de Mandela o Van Thuan, el cardenal vietnamita que sufrió 13 años de arresto. “En Ramo Verde tuve que guardar mi rutina. En un edificio estaba yo solo, y en otro, el resto. Siempre bajo custodia. Aprovechaba en misa los momentos de darnos la paz en la liturgia para poder trasladar a alguna gente según qué cosas”.
Logró controlar las horas para no sentirse perdido. Estudiaba, escribía, pintaba, hacía gimnasia y rezaba. Todos los días. “Me apliqué con los ejercicios espirituales de san Ignacio de Loyola”. De ahí en parte brota hoy su entereza física y espiritual, labrada también con estudios de filosofía o teología junto a sus licenciaturas y maestrías en sociología, política y economía en varias universidades, entre ellas Harvard. Y también una complicidad jesuítica de método por parte de López con la congregación del papa Francisco. El Vaticano apoya su opción como salida para Venezuela. Eso, más la dura experiencia de ejercicio y persecución, le ha llevado a sólidas conclusiones: “Saber que la felicidad no es solo alegría, sino la tranquilidad de ser consciente de que vives con un propósito”. En su caso, la libertad de sus conciudadanos. “Eso me proporcionó claridad en mitad de ese pozo”.
Un lugar donde no consiguió luz después de una visita que le hizo José Luis Rodríguez Zapatero, como mediador, en la cárcel. “Los grandes logros vienen de cosas pequeñas”, le dijo López. “Si usted me consigue un reloj y una lamparita, entonces, podemos empezar a hablar… Nunca llegaron. Ni el reloj ni la lamparita”. Ahora, en el exilio, López sabe que le toca emplearse a fondo mientras disfruta también de las horas que no ha podido estar junto a sus hijos, Manuela, Leopoldo y Federica, de once, siete y tres años. La peripecia de esa familia numerosa vive ahora cierta paz en Madrid. Pero el último capítulo de su estancia en Venezuela también supo aprovecharlo López. Transcurrió en la Embajada de España en Caracas, donde buscó refugio tras el levantamiento de abril de 2019. Aquel movimiento crucial quedó frustrado y el político tuvo que residir como invitado especial en suelo español durante año y medio con el apoyo de Jesús Silva, entonces embajador.
Un buen día, concretamente el 24 de octubre de 2020, desapareció. La fuga del líder de Voluntad Popular fue, según él mismo comenta a El País Semanal: “Un acto planeado por mí, del que ni siquiera mi familia supo nada”. Otra cosa es que el personal diplomático lo dejara pasar… Tardaron en dar la alerta. Lo suficiente hasta que López llamó, ya a salvo, desde Colombia. Todo el mundo, en su fuero interno dentro de la Embajada, sabía que algún día iba a ocurrir. Sencillamente, no lo pusieron en riesgo. “Solo cuatro amigos íntimos fuera del edificio estaban al tanto”, asegura López. También Carlos Vecchio, representante diplomático del gobierno interino de Guaidó en Washington. “Él fue el encargado de decírselo a su vez a Iván Duque, presidente de Colombia, para que lo supieran al otro lado de la frontera”.
Hoy López trata de integrarse a gusto en su nueva vida. “Pero libre, no. Libre no me siento. Yo quiero volver a Venezuela”. Nos lo comenta en su carpintería. Allí, martillo y clavos en mano, junto a sus colaboradores, trabaja la madera del futuro de su país. Teje redes de compatriotas en el exilio: conexiones transversales que pueden reunir en un acto a algunos de los 1.500 médicos que ejercen en España, a empresarios o a repartidores de plataformas dentro de esa cifra que sobrepasa ya los 400.000 venezolanos instalados en el país.
Entre ellos, otro líder opositor con residencia en Madrid, como Antonio Ledezma, antiguo alcalde de Caracas. Para él, un factor como el tiempo también cuenta a sus 65 años. Camina por la calle de Goya y cruza un semáforo al caer la tarde. Pisa el alquitrán del paso de peatones y se dirige al Retiro con la mirada algo perdida, como si no supiera muy bien diferenciar el confuso juego de sus piernas mientras se adhieren al asfalto del barrio de Salamanca, desacompasadas con una mente que aún mantiene —él también— en Venezuela. “Empiezo a pensar que tardaré en volver…”. Lo dice resistiéndose a admitirlo por completo, aunque cada vez más convencido de que se trata de una muy certera posibilidad. El exilio durará. Más de lo previsto para él o para López. Ambos compartieron cárcel en Ramo Verde y hoy ambos viven en Madrid. Ledezma pertenece a otra rama de la oposición, vinculada en el interior con María Corina Machado. Ambos forman parte de la plataforma Venezuela Hoy. Ella mantiene posiciones más duras que han apostado incluso por un golpe, frente a la salida negociada que propugna López.
En la fuga de Ledezma intervinieron 32 personas. “Directa e indirectamente…”, asegura. Las que hicieron falta para que el 18 de noviembre de 2017 saliera del país, vía San Antonio del Táchira, hacia Colombia, tras atravesar el puente Simón Bolívar. Llevaba una gorra y una camiseta medio de rapero en la que se leía: “Beethoven 86”… Cumplía arresto domiciliario entonces. Fingió encontrarse mal. “Yo suelo ir vestido como un pincel, impecable, pero aquel día, después de que me hicieran la foto para enviarla como control a sus superiores, les dije que me vendrían bien unas pastillas para dormir y que necesitaba descansar”. El cuento convenció a los guardianes. “Tómese esas pastillas, alcalde, nosotros no le vamos a molestar”. Todos ellos le mantenían el cargo al dirigirse a él. Paradojas de la sinrazón que vive Venezuela. Con aquella garantía que le dieron, sabía que se le abrían por delante horas de tranquilidad. Suficientes para alcanzar la frontera desde que iniciara la escapada, a las ocho de la mañana, justo cuando sus custodios se relajaban en el cambio de turno. El viaje fue de todo menos tranquilo. “Tuvimos que pasar al menos 30 puntos de control”. En algún momento, alguien le aconsejó que se pusiera un disfraz con el que podría haber pasado por simpatizante bolivariano: “Yo esa vaina no me la pongo”. Ledezma tiró además de talento para la comedia. “Fingí la voz que yo llamo de Venancio Ortega, así, mucho más aguda. Fuera de Caracas, a mí me conocen más por la manera de hablar que por mi aspecto”, comenta.
Ahora se ríe al contarlo en una terraza cercana al Retiro. Pero en el momento de pasar el trago, le entraban sudores fríos. Finalmente cruzó. Por los pelos, en ese continuo ir y venir de venezolanos que alcanzan Colombia, donde actualmente residen 1,8 millones de ellos. Pero el destino de Ledezma era Madrid. Allí le esperaba su esposa, Mitzy Capriles, y su hija, del mismo nombre. Ambas habían desplegado una actividad internacional incesante en pro de una liberación que no llegaba. Al final acabó en huida.
Si López y Ledezma representan dos cabezas de la oposición hoy evidentemente desunida en su país y fuera de sus fronteras, existe otro aspecto de la diáspora que también da idea de la persecución que sufren los venezolanos. El acoso a periodistas ha provocado que muchos de ellos salieran del país. Miguel Henrique Otero es un ejemplo. Él brega desde El Nacional, que fue periódico opositor de referencia. Lo coordina, cada día, desde Madrid y es uno de los 355 periodistas exiliados en España que forman parte de la asociación Venezuelan Press.
Otero se instaló en su país de acogida en 2015. Llegó después de haber publicado la investigación que implicaba al vicepresidente, Diosdado Cabello, con redes de narcotráfico. “Yo estaba en Israel. Mis abogados me aconsejaron no regresar a Venezuela”. No le renovaron tampoco el pasaporte. Se trasladó a Madrid. Y al año y medio obtuvo la nacionalidad española.
El Nacional ha sido un referente del centro izquierda a lo largo de su historia. Su padre, Miguel Otero Silva, fundó el periódico en 1943, pero antes había formado parte de las Brigadas Internacionales en la guerra civil española. “Mi abuelo y él compraron la rotativa en Boston e iniciaron una consciente labor en pro de la profesionalización del periodismo en Venezuela”.
Aquella rotativa dejó de funcionar y la que actualmente tienen en Caracas, también. El Nacional es hoy un medio online. No por decisión empresarial, sino por motivos políticos. “Chávez, con lo que conocemos como la Ley Resorte, nos cortó el suministro de papel”. Primero aguantaron con lo que les enviaban colegas de todo el continente. Pero hoy, los 80 periodistas que elaboran este medio a diario lo hacen por Internet, donde cuentan, según Otero, con 20 millones de usuarios únicos.
Casi todos esos informadores siguen en Venezuela. Pero no saben aún el efecto que traerá la última andanada contra los medios de comunicación que ha desatado Maduro. Sin duda, malo. Peor que antes, si es que es susceptible de ir a más con las campañas que ha dirigido ahora contra medios digitales de referencia como Efecto Cocuyo… Después de controlar los tres poderes del Estado, ejecutivo, legislativo y judicial, busca asestar el golpe definitivo al cuarto, esta vez civil: los medios. La persecución dura años. Pero en enero de 2021 se ha recrudecido. Por eso, en Venezuelan Press piensan que añadirán más socios en España a su actual lista de 355.
Todos ellos buscan los restos de la palabra democracia en su país, hecha añicos. Luchan desde fuera por ella. Dentro, entre los periodistas, muchos decidieron partir cuando empezaron a sentir la censura. La primera señal comienza con la sugerencia de eufemismos… Lo sabe bien Goizeder Azúa, que actualmente trabaja para TVV Network como corresponsal en Madrid. Mejor que en sus días de Televen, canal privado que empezó a no querer molestar al Gobierno de Chávez hacia 2012. “Cuando a un saqueo te dicen que lo califiques como situación irregular, vamos mal”.
El micrófono se convertía en un arma, recuerda Azúa. Cada intervención representaba un estado de ansiedad. La periodista cuenta su experiencia pasada junto a Patsy Montiel y Carleth Morales. Las dos llevan más años que su compañera en Madrid. En su caso, el instinto les advirtió de que tendrían un futuro mejor en su campo fuera de Venezuela y se quedaron en España poco después de finalizar sus estudios. Compaginan sus trabajos en diversos medios con su activismo en Venezuelan Press, cada vez más cargada de necesidad de asistencia hacia quienes llegan. Carleth se encarga de la revista Aquí Venezuela mientras que Montiel está al frente de Madrid seduce. La primera sale a la calle con el grupo 28 Editores y va dirigida a sus compatriotas residentes en España. “Los ayudamos a organizarse y los recibimos con pack de bienvenida. Tratamos de apoyarlos a la hora de encontrar casa o trabajo. Hacemos cursos con la Asociación de la Prensa, muy comprometida con nosotros”.
Los pasados 2019 y 2020 fueron años de avalancha de llegada de venezolanos. Si el 1 de enero de hace dos años había censados en suelo español 325.575, durante los seis meses siguientes se sumó más de un 10%: 35.652. Muchos de ellos, familias con experiencia de ida y vuelta, como los Azcárate. Primero con la diáspora de la guerra civil en los años cuarenta. Ahora retornan… En Madrid, la tía Isabel había establecido la base. Ella se instaló a principios de los sesenta para estudiar Derecho. Su padre, Justino de Azcárate, lo hizo más tarde, tras la muerte de Franco. Fue designado senador real. El mínimo reconocimiento para quien tuvo que dejar su país por haber formado parte del Gobierno republicano. Lo habían detenido y después canjeado por el dirigente falangista Raimundo Fernández-Cuesta en Burgos. Su primo Gumersindo no corrió la misma suerte: fue fusilado.
Los Azcárate fueron una familia activa en el entorno de la Institución Libre de Enseñanza. Justino pertenecía a la rama liberal y participó en la Agrupación de Defensa de la República, que lideraba, entre otros, José Ortega y Gasset, o en el Partido Nacional Republicano. Pocas veces Isabel pensó que la siguiente generación de su familia, la de los nietos de Justino, volvería a vivir la pesadilla del regreso. Pero así ha sido desde que Chávez accedió al poder. Es el caso de sus sobrinas Emilia, artista plástica, y Ana Aquilina, editora del sello Diente de León. La primera recaló en 2005 y la segunda en 2010. “Yo salí de Venezuela con dos maletas, una para mí y otra para mi hijo, convencida de que no iba a volver”, comenta Emilia Azcárate. “Yo me fui con todo lo que tenía, traslado completo, pero convencida de que regresaría”, dice su hermana. “Si te vienes por dos años, ¿por qué te traes todas las cosas?”, le preguntó Emilia. Poco después lo fue entendiendo: “Recuperé la sensación de poder respirar en un lugar donde el espacio público te pertenece y no te agrede”.
Ambas tenían hijos. Deseaban verlos “crecer en libertad”. Aun así, no han perdido las raíces, como admite Goura, el de Emilia, a sus 23 años. “Me siento venezolano, pero no podría vivir allí”. Lo dice con un acento que no ha perdido, pese a llevar en España casi dos décadas completas. Volver es algo que queda en la cabeza de todos ellos. Incluso de la tía Isabel, viuda del artista Eduardo Arroyo, que también conserva el habla tras seis décadas: “Necesito ver y sentir Caracas”.
Para regresar, esperan que se sienten las bases de una democracia. Y eso, en gran parte, está en manos de los políticos. Pero antes, desde la oposición, deben hacer una profunda reflexión sobre el estado actual de las cosas para reforzarse. Ledezma lanza algunas ideas sobre la base de lecciones aprendidas: “Primero, es cierto que el interinato de Guaidó unificó la acción. Lo hizo después de alentar una lucha en la calle y un apoyo internacional muy considerable”. Pero no fue suficiente, a su juicio, por estos errores: “Cierto sectarismo, una estrategia que tras varios intentos de diálogo ha conducido al abatimiento y una falta de transparencia en los planteamientos. Es importante marcar la diferencia con los activos de la oposición para que sea coherente e inclusiva”, asegura.
Quizás en Madrid, tanto él como López puedan afrontar esos retos. En pro de una unidad de acción para que la variable del tiempo de la democracia y las libertades en su país se acorte.