Entre pueblos y viñedos por la deliciosa región del río Dão
Llanuras tostadas por el sol, castillos medievales y fortalezas coronando las alturas, fincas vinícolas y las ciudades culturales de Viseu y Guarda esperan en el corazón rural de Portugal
Lejos del turismo de masas, en Portugal quedan muchos rincones que parecen vivir en el olvido. Y se agradece. La región del río Dão suele pasar desapercibida al contar con pocos destinos de renombre de los que presumir. Sin embargo, es una zona variada y maravillosa si lo que se pretende es conocer el Portugal rural más auténtico. Las multitudes desaparecen según se abandona la costa o las ciudades más turísticas, como Coimbra y Oporto, y uno se adentra en un paisaje rural cada vez más espectacular. Estoicos pueblos de esquisto y pizarra se acomodan en las laderas cubiertas de bosques y las carreteras serpentean hacia lo alto de las montañas más altas de la Serra da Estrela. Abajo, los viñedos se esparcen por todo el valle del Dão.
Más al este, el viaje llevará a las remotas tierras fronterizas con España. Pocos pasan por aquí, pero merece la pena hacerlo para descubrir una tierra de llanuras tostadas por el sol, castillos medievales y fortalezas coronando las alturas. Históricamente, esta región era el frente de vanguardia de las defensas de Portugal ante su vecino ibérico y en sus límites se encuentran varias poblaciones muy fortificadas. Estas, junto con los viñedos, las fincas vinícolas y las ciudades culturales de Viseu y Guarda, suponen los principales atractivos para los viajeros que se atreven a salir de los destinos lusos convencionales.
Enoturismo en el silencioso Dão
La mayoría conoce los viñedos del Duero que producen el famoso vino de Oporto. Sin embargo, pocos fuera del país saben algo sobre otra cercana ruta de enoturismo, también antigua, pero mucho menos visitada. Es la región del Dão, situada en el centro-norte de Portugal, en la provincia de Beira Alta. Los aterciopelados tintos de la zona del Dão —a los que muchos llaman “los borgoñas de Portugal”—, al sur y al este de Viseu, se producen desde hace más de 2.000 años y hoy se cuentan entre los mejores vinos portugueses. Los viñedos se encuentran en su mayor parte protegidos en valles a altitudes de 200-900 metros al oeste de la Serra da Estrela, evitando así tanto la lluvia de la costa como el riguroso calor estival del interior. Esto, junto con el suelo granítico, ayuda a que los vinos retengan su acidez natural.
Más información en la guía Lonely Planet de Portugal y en la web lonelyplanet.es.
El Dão, el Mondego y el Alva son los tres grandes ríos que atraviesan esta sinuosa región donde los viñedos surgen predominantemente entre 400 y 700 metros de altitud. Los ríos y las montañas que los flanquean han generado una diversidad de microclimas de gran importancia para la producción de vino y con gran variedad de tipos de uva. Los vinos blancos son muy aromáticos, afrutados y equilibrados. Los vinos tintos también son aromáticos, con cuerpo, y pueden ganar mucha complejidad tras envejecer en botella. Con una excelente acidez y sabores complejos y delicados, los vinos de Dão combinan a la perfección con la gastronomía de la región: el queso de la Serra da Estrela, los embutidos, los cabritos, las manzanas Bravo de Esmolfe y los dulces que conservan, en las Beiras, todo su sabor tradicional.
Este nuevo enoturismo invita a viajar lentamente, descubriendo las granjas, las bodegas y todas sus historias. Tres docenas de viñedos y productores del Dão ofrecen catas y circuitos por las bodegas en varios idiomas (casi todos requieren reserva previa).
Dos bodegas populares cerca de Viseu son la Casa da Ínsua y la Casa de Santar. La primera es también un lujoso hotel con unos increíbles jardines y un espectacular edificio del siglo XVIII que ha sido restaurado y convertido en el primer Parador ubicado fuera de España. La segunda es una de las bodegas más accesibles desde Viseu, y se pueden visitar tanto la casa señorial de los condes de Santar y Magalhães como sus encantadores jardines.
Quienes deseen saber más sobre los vinos del Dão pueden completar la visita en el Welcome Center-Solar do Vinho do Dão de Viseu. Ubicado en un palacio del siglo XVI en el Parque do Fontelo, es un escaparate de los viñedos de la región. Allí se pueden probar vinos del Dão y obtener información tanto de las rutas vinícolas como de las muchas bodegas que, además, cuentan con restaurantes excelentes.
Viseu, la ciudad de Viriato
Esta ciudad es una de las poblaciones con más encanto de las Beiras, sobre todo por su casco antiguo: un conjunto amurallado de plazas pintorescas y callecitas adoquinadas dominadas por una catedral monumental situads en lo alto. Los amantes del arte pueden encontrar tesoros renacentistas en el Museu Nacional Grão Vasco y los sibaritas disfrutar de los vinos tintos de la cercana región del Dão. Abajo, en la ciudad nueva, la acción se desarrolla en torno a la Praça da República, o Rossio, una frondosa plaza adornada con fuentes y parterres de coloridas flores.
Viseu tiene un origen muy antiguo que se remonta a los pueblos lusitanos. La ciudad prosperó con la llegada de los romanos a pesar de la fuerte oposición de las tribus locales encabezadas por Viriato. Dice la leyenda que el líder rebelde se refugió en una cueva cercana antes de ser capturado en el año 139 antes de Cristo. Viseu fue conquistada y reconquistada en el siglo XI y, a partir de aquí, se amuralló y creció fuera de su recinto gracias a la agricultura y al comercio. Su expansión se hizo patente a partir de la creación en 1510 por el rey Juan III de Portugal de una feira franca que sigue celebrándose y que es una de las mayores exposiciones de agricultura y artesanía de la región.
Lo más interesante de Viseu se encuentra en el interior del centro medieval amurallado. Desde el casco antiguo, la Rua Augusto Hilário se dirige por la antigua judería (de los siglos XIV-XVI) hasta conectar con la Rua Direita, una animada calle flanqueada de tiendas, puestos de recuerdos, restaurantes y casas señoriales. Y en la plaza principal de Viseu, llamada Adro da Sé, espera un trío de edificios impresionantes: la catedral, el Paço de Três Escalões (que acoge el museo Grão Vasco) y la Igreja da Misericórdia.
Viseu es, además, un buen lugar para probar la cocina portuguesa a la antigua: abundante y sabrosa. Por ejemplo, el elegante restaurante Muralha da Sé, debajo de la Igreja da Misericórdia y especializado en exquisita cocina regional elaborada con ingredientes de la Serra da Estrela. Resultan aún más impresionante su carta de vinos y sus vistas de la plaza de la catedral desde la terraza.
Belmonte y la historia secreta de los judíos portugueses
La historia de Portugal, y en concreto la de esta zona, ha estado marcada desde épocas muy remotas por la presencia de los judíos. En Belmonte, una encantadora ciudad de las Beiras, se puede conocer la parte más secreta de la historia judía portuguesa. Se calcula que el 10% de la población del país era judía en tiempos de los árabes. Y, más tarde, los judíos fueron de vital importancia para el joven Estado portugués llegando a ocupar puestos clave tanto en el gobierno como en la escuela de exploración naval de Enrique el Navegante. Sin embargo, cuando Portugal empezó a abrazar el celo inquisitorial de España, a partir de la década de 1490, miles de judíos huyeron a las Beiras y Trás-os-Montes, donde el tribunal religioso aún no había llegado. Pero los inquisidores no tardaron en estar allí presentes y los judíos, una vez más, se enfrentaron a la conversión, la expulsión o la muerte.
En la década de 1980 se descubrió que un grupo de familias judías de Belmonte había estado practicando sus costumbres en secreto durante más de 500 años. Para mantener intacta la comunidad, las tradiciones habían pasado oralmente de madres a hijas y se habían acordado matrimonios solamente entre familias judías. Cada viernes por la noche, los miembros descendían a los sótanos para rezar y celebrar el sabbat. Ahora la comunidad, cuya existencia ya es de conocimiento público, ha abrazado el judaísmo ortodoxo dominado por los hombres, aunque las mujeres de más edad no han olvidado las oraciones secretas que tan empecinadamente transmitieron durante siglos.
Para saber más acerca de este tema hay que ir al Museu Judaico de Belmonte, que tiene una muestra de objetos judíos y explica la historia del restablecimiento del judaísmo en Portugal en el siglo XX. Para cambiar de panorama, el fabuloso Museu dos Descobrimentos se centra en el pasado de Portugal como nación marinera y la relación con Brasil. El explorador Pedro Álvares Cabral, que descubrió el país sudamericano que fue colonia portuguesa, nació en Belmonte.
Guarda, custodiando la frontera
Forte, farta, fria, fiel e formosa (fuerte, rica, fría, fiel y hermosa). Esta es la descripción popular de la ciudad más alta del país. Sobre una empinada montaña, Guarda se fundó a finales del siglo XII para proteger (guardar) el joven reino de Portugal frente a moros y españoles. De ahí su nombre. Hoy su pequeño casco antiguo de granito presidido por la catedral es un lugar estupendo para pasar una tarde.
La parte histórica de la ciudad, que se ve a lo lejos desde la carretera principal, está en lo alto de una montaña. De cerca, es un bonito barrio de callecitas adoquinadas y casas amontonadas, que parte de la inclinada Praça Luis de Camões, que, a su vez, está rodeada por mansiones de los siglos XVI y XVII y por la espectacular catedral. En las estrechas callejuelas al norte de la parroquia, en torno a la Rua de São Vicente, se vive un verdadero ambiente medieval.
De las antiguas murallas y puertas, la Torre dos Ferreiros se conserva aún en buen estado al este de la catedral. Al norte de esta, perduran dos puertas (la Porta d’El Rei y la Porta da Erva) y, entre ambas, un paseo recorre el corazón de la histórica judería de Guarda. Si se presta atención, se ven cruces y otros símbolos grabados en los marcos de las puertas. Estos identifican los hogares de los marranos (judíos obligados a convertirse al cristianismo y que continuaron practicando su religión) durante la Inquisición.
La Serra da Estrela: el gran parque natural de Portugal
Estando ya en la zona del río Dão, no muy lejos de Viseu, es inevitable escaparse a recorrer el parque natural da Serra da Estrela. La zona protegida más antigua y grande del país ocupa las montañas más altas, que están coronadas, en el centro y sobre una salvaje meseta, por el Pico Torre (1.993 metros). Por debajo, empinadas carreteras de montañas se abren paso por lagos, grandes afloramientos de granito y valles cubiertos por densos bosques. Los torrenciales ríos de Serra, entre los que se incluyen el Mondego y el Zêzere, que nacen en este lugar, han proporcionado históricamente la energía para hilar y tejer la lana local. Sin embargo, hoy queda poco del pastoreo tradicional, que ha sido sustituido por el turismo creciente.
Este es un buen destino para hacer senderismo en verano y esquí en invierno. Y un motivo para conocerlo pueden ser los pueblos de esta zona: Manteigas, una bonita población de montaña, o Gouveia, una pequeña y agradable población con parques, iglesias de azulejos y museos curiosos. Al sur, justo fuera del propio parque, Covilhã es la población más grande de la zona.
Manteigas, acurrucada al pie del Vale do Zêzere, tiene el encanto de un pueblo de montaña con casas blancas de techos rojos, retrepadas a las verdes laderas y a los picos cubiertos de bosques dibujados en el horizonte. Cerca borbotean aguas termales sulfurosas en Caldas de Manteigas y una cascada, el Poço do Inferno, se precipita por la garganta de Ribeira de Lenadres. Un espectáculo magnífico, sobre todo en primavera. Tiene también 16 rutas temáticas, conocidas como Trilhos Verdes, que van desde una popular caminata de 2,5 kilómetros al Poço do Inferno a excursiones de 20 kilómetros por las montañas. Una relativamente fácil lleva a través del magnífico Vale do Zêzere.
Linhares y Folgosinho, dos de las poblaciones más bonitas de la Serra da Estrela, se encuentran en las montañas entre Gouveia y Guarda. Ninguna tiene mucha infraestructura turística, pero eso forma parte de su atractivo. Linhares, una bonita aldea de casas de piedra y empinadas callecitas de adoquines, es conocida por su imponente castillo del siglo XIII, con dos torres almenadas e inexpugnables murallas. Unos 14 kilómetros al suroeste, Folgosinho atesora un castillo en miniatura —una torre del reloj que surge de una pila de rocas— y una hermosa plaza.
Por el ‘Planalto’
Remoto y apenas poblado, el Planalto (meseta) nos lleva a la zona más rural y olvidada del país, en el noreste de la Beira Alta. Su abrupto paisaje está punteado por aldeas de piedra cuyos castillos fueron, en tiempos medievales, la primera línea de defensa de Portugal frente a los españoles. Mientras que Trancoso y Almeida son las típicas aldeas-fortaleza del planalto, también Sernancelhe, Penedono y Marialva merecen una visita. En coche se pueden visitar los tres pueblos en un día. Sin transporte propio resulta muy difícil porque el servicio de autobuses no es bueno.
Sernancelhe tiene un centro histórico de cálida piedra, con una encantadora iglesia del siglo XII cuya fachada presume de las únicas esculturas románicas exentas de Portugal y varias casas solariegas de los siglos XVII y XVIII, como la elegante Solar dos Carvalhos.
Si seguimos la ruta, a unos 16 kilómetros al noreste, se llega al diminuto Penedono, con su pequeño pero espléndido castillo, desde el que tenemos las vistas más bonitas del Planalto.
Marialva es el pueblo más espectacular; una evocadora aldea de calles adoquinadas y dominada por un imponente castillo que vigila, desde tiempos medievales, el escarpado valle del Côa. Lo suyo sería quedarse a dormir en Casas do Côro, uno de los más lujosos hoteles del centro de Portugal. De hecho, gran parte de la aldea pertenece al alojamiento, cuyas habitaciones repletas de antigüedades ocupan una serie de casas tradicionales de piedra y estructuras modernas estilo chalé. Las instalaciones incluyen un spa, un jardín privado, una piscina y un restaurante.
El viaje puede tener su punto final en Trancoso, un laberinto de callejones adoquinados y casas grises acurrucadas dentro de un anillo de majestuosas murallas del siglo XVIII. Si bien hoy es una pequeña población adormecida en otros tiempos, fue un castillo importante por el que pasaron reyes y nobles. El hijo predilecto de la localidad es Bandarra, un humilde zapatero y vidente del siglo XVI que molestó a las autoridades al profetizar el fin de la monarquía portuguesa. Su profecía se cumplió. Poco después de su muerte, el joven rey Sebastián I de Portugal perdió la vida sin dejar heredero en la batalla de Alcazarquivir en 1578 y la zona quedó bajo el gobierno de la monarquía española.
El centro amurallado de Trancoso es una sucesión de plazas, iglesias, callecitas adoquinadas y puertas medievales, siempre abiertas, en las murallas. Pero lo más importante es la judería, recuerdo de que Trancoso, como muchas otras poblaciones del norte de Portugal, tuvo una considerable comunidad judía tras la expulsión de los judíos de España a finales del siglo XV. Las casas judías se distinguen por sus dos puertas: una más pequeña para el domicilio particular y otra más grande para la tienda o el almacén. Se conserva una antigua residencia rabínica llamada la Casa do Gato Preto, marcada con un León de Judá y otras imágenes religiosas.