Los placeres de Logroño, la discreta, divertida y deliciosa capital del vino y el tapeo
La ciudad riojana, etapa del Camino de Santiago a orillas del Ebro, invita a un recorrido por bares tradicionales, restaurantes con estrellas Michelin, un cinturón de espacios verdes, bodegas monumentales y museos de arte contemporáneo
Discreción y pequeños placeres. Esas parecen ser las claves de Logroño para figurar siempre como una de las ciudades españolas donde mejor se vive. La capital de La Rioja es una ciudad sin grandes estridencias, ni muy grande ni muy pequeña, sin grandes símbolos arquitectónicos o iconos turísticos de esos que traspasan fronteras. Pero vista de cerca el viajero puede apreciar que aquí no solo hay buen vino, sino también buenas tapas y pinchos, ...
Discreción y pequeños placeres. Esas parecen ser las claves de Logroño para figurar siempre como una de las ciudades españolas donde mejor se vive. La capital de La Rioja es una ciudad sin grandes estridencias, ni muy grande ni muy pequeña, sin grandes símbolos arquitectónicos o iconos turísticos de esos que traspasan fronteras. Pero vista de cerca el viajero puede apreciar que aquí no solo hay buen vino, sino también buenas tapas y pinchos, restaurantes con estrellas Michelin, elegantes edificios modernistas, calles porticadas, espacios verdes abrazando la ciudad y hasta peregrinos atravesando las calles medievales del pequeño casco histórico.
El Ebro es el eje (bastante descentrado) de todo: al otro lado del río, hacia el norte, se asoman ya Navarra y Álava, así que Logroño ha crecido siempre hacia el sur, dejando esa franja fronteriza del río para paseos, bodegas de prestigio, algún centro cultural bastante interesante y, sobre todo, para que los logroñeses puedan contemplar desde este lado del Ebro paisajes abiertos que a uno le hacen sentir en todo momento en contacto con el campo. Y para ello, solo tienen que cruzar alguno de sus históricos puentes: el de piedra o el de hierro, muy al estilo de Eiffel.
El Ebro fue lo que durante siglos le proporcionó riqueza y prestigio y al que se le debe que hoy resulte una ciudad agradable que reúne en las dosis justas cultura y buena vida. Las calles del casco histórico forman un laberinto a la sombra de majestuosos monumentos, como la concatedral de Santa María o sus iglesias más antiguas, aunque queden ensombrecidas por el reclamo de bares y restaurantes que despliegan la típica gastronomía regional. Y por aquí y por allá, siempre hay algo en lo que fijarse: un museo, un monumento, una plaza sombreada, una calle porticada… o un juego de la oca gigante en la plaza de Santiago.
Logroño resulta en su conjunto una ciudad recogida y monumental al mismo tiempo, instalada en un rincón que parece no estar de paso de nada y que sin embargo está en un punto estratégico entre Zaragoza, el País Vasco, el norte de Castilla y León y Navarra y que es parada imprescindible del Camino de Santiago. No faltan los motivos para hacer un alto en la ciudad del vino.
Información en la guía Lonely Planet En ruta por La Rioja y en lonelyplanet.es.
Pequeña, pero monumental
La gran ventaja de Logroño es que tiene las dimensiones correctas: se puede recorrer toda a pie, fácilmente, y parando tranquilamente aquí y allá para asomarse a sus iglesias y museos; para tomar un vino y un pincho, o simplemente para hacerse una foto en sus rincones más llamativos.
Comenzar por lo más antiguo suele ser un buen criterio para organizar cualquier paseo: aquí habría que comenzar por el casco viejo, hecho en piedra, y en el que probablemente nos encontremos con más de un peregrino camino del albergue municipal o asomándose a la iglesia de Santiago el Real. Se considera que es el templo más antiguo de la ciudad, aunque hoy luce una grandiosa estructura renacentista. La calle Ruavieja es de las más bonitas de Logroño, puerta de entrada de la ruta jacobea, donde hoy está también el albergue de peregrinos. Esta vía peatonal está repleta de calados, antiguas bodegas subterráneas excavadas en la roca bajo los edificios. Actualmente se conservan nueve de ellos; el más conocido es el calado de San Gregorio, del siglo XVII.
También medieval y muy antigua es la iglesia románica de San Bartolomé, con una llamativa portada y una insólita torre de estilo mudéjar. Su construcción se remonta al siglo XII, aunque su portada, una obra maestra de la escultura gótica, se terminó tres siglos más tarde. Y muy cerca de allí aparece la tercera de las grandes iglesias de Logroño: la de Santa María de Palacio, con un curioso cimborrio octogonal y puntiagudo, conocido como La Aguja, que es uno de los símbolos de Logroño. Este templo medieval arrastra una larga e intricada historia donde se mezclan realidad y fantasía. Lo mejor se encuentra en su interior: el magnífico retablo del altar mayor.
Es el momento se asomarse a una plaza peculiar: la plaza de la Oca, en los alrededores de la iglesia de Santiago, una plazoleta que conocen bien los peregrinos que se dirigen hacia Santiago de Compostela. En su suelo está trazado un juego de la oca gigante cuyas 64 casillas están ilustradas con hitos del Camino.
En Logroño no hay catedral, sino concatedral, que en este caso comparte privilegio con las de Calahorra y la de Santo Domingo de la Calzada, ambas en La Rioja. La concatedral de Santa María la Redonda no tiene aspecto medieval porque, aunque se empezó a construir en el siglo IX, fue remodelada en muchas ocasiones. Sus torres gemelas de la fachada se elevan desde el siglo XVIII por encima de la ciudad, con su estilo barroco, enmarcando la portada labrada. En su interior, los logroñeses presumen de tener una obra atribuida a Miguel Ángel: un pequeño lienzo custodiado en el deambulatorio, una Crucifixión conocida como el Calvario de La Rioja.
Y ya de salida hacia el oeste, camino de Santiago, en la puerta del Revellín, los logroñenses se paran para contarte su importancia: para ellos es uno de sus emblemas. Es una puerta de entrada a la ciudad antigua y uno de los pocos vestigios que quedan de las antiguas murallas, concretamente de uno de los torreones. Su nombre será en diminutivo, pero no su valor histórico y monumental.
Por los templos del tapeo: un paseo por la calle Laurel
Lo que sí es internacional es la fama de la zona de tapeo de Logroño: la famosa calle Laurel y otras cercanas, como las de San Juan o San Agustín, porque tanto bar y tantos buenos pinchos no caben en una sola calle. Es lo que se conoce como “la senda de los elefantes”, porque todo el mundo sale trompa. Hay casi 70 bares, cada uno con su especialidad, así que no queda más remedio que elegir.
Es difícil escoger dónde parar, aunque la vista, el olfato y el gusto nos pueden ir guiando fácilmente. Entre las paradas más típicas en Laurel están El Soriano (en el número 2) y el bar Ángel (número 12) para los champiñones (una verdadera torre de champiñones a la plancha sobre una rebanada de pan). Su secreto parece ser la salsa secreta con la que se aderezan en el fuego. Y en el Blanco y Negro (Laurel, 1) presumen de sus matrimonios, unos bocatitas estupendos de pimiento verde frito, anchoa y boquerones que son una tradición de Logroño. Las patatas a la brava pueden ser las del Jubera (número 18), servidas en cazuelita de barro repleta de patatas crujientes por fuera y tiernas por dentro, cubiertas por salsa brava y mayonesa. Imprescindibles. Como el salchichón a la brasa de la cantina San Agustín, que lo sirven con un picadito muy sabroso, o como los de Tío Agus: unos bocatitas de pinchos morunos que sirven con una salsa especial que solo tienen ellos. Los vegetarianos y veganos lo tienen fácil en cualquier bar, pero especialmente en la Taberna de Baco.
Logroño luce sus estrellas
Aunque el tapeo es imprescindible, la calidad de los productos riojanos da lugar también a una restauración espectacular. Hay restaurantes por todas partes, y varios lucen orgullosos sus estrellas Michelin: el Ajonegro, el Ikaro y el Kiro Sushi (la guía roja también señana entre sus recomendaciones La Cocina de Ramón). Ajonegro se ha incorporado a los restaurantes con estrella recientemente. La pareja formada por la mexicana Marian Sánchez y el riojano Gonzalo Baquedano son los responsables de una cocina que fusiona las gastronomías mexicana y riojana.
Otra pareja está también detrás de otro de los top gastronómicos de la ciudad, el Ikaro, donde la ecuatoriana Carolina Sánchez y el riojano Iñaki Murúa hacen una cocina de fusión con ingredientes de todas partes pero cuidando mucho los detalles y la técnica y con una carta muy variada en función de la temporada.
Y no todo es cocina riojana: Kiro Sushi significa en japonés “camino de regreso”. El chef Félix Jiménez se trajo de su aprendizaje en Japón muchas ideas y muchas técnicas para ofrecer en este pequeño restaurante para solo 10 comensales los mejores sushis, nigiris, makis o sashimis.
Otro clásico es La Cocina de Ramón, en plena calle Portales, con diversos ambientes y platos con ingredientes de temporada. Y hay muchos más: el restaurante del cocinero vasco Aitor Esnal; el Enascuas, que sirve cocina tradicional al sarmiento; más informal y de picoteo tenemos La chispa adecuada, un pequeño gastrobar de cocinas y cenas en el centro de la ciudad, y, en la misma calle Laurel, dos restaurantes clásicos: el restaurante Iruña y el Matute, asadores tradicionales de calidad asegurada.
Compras, terrazas y un buen helado de limón
Además del tapeo, en Logroño se practica el terraceo. Por ejemplo por la calle Bretón de los Herreros, donde está el teatro del mismo nombre, el principal de la ciudad. También hay buen terraceo en la plaza del Mercado y en la calle Portales, a los pies de la concatedral. No muy lejos de Portales, el Café Moderno, abierto hace ya más de un siglo, sigue activo como lugar de reunión de literatos y artistas.
Pero si hay dos sitios por los que todo el mundo pasa en Logroño son los soportales de la calle Portales y el paseo del Espolón: esta plaza arbolada, con la estatua ecuestre del general Espartero en medio, fue inaugurada a principios del siglo XIX y desde entonces siempre está abarrotada de logroñeses que pasean bajo sus árboles. El café Ibiza 1941 y el Wine Fandango son dos buenos sitios para quedar en este centro de la vida pública logroñesa.
Para compras originales y clásicas hay que ir fijándose en el deambular por el centro: por ejemplo, en la calle Portales hay dos clásicos: la sombrerería Dulín, con más de un siglo de tradición, y la también centenaria confitería La Mariposa de Oro, que vende unos soberbios canutillos y mil hojas (hay que encargarlos porque la producción es muy artesanal). Sin salir de Portales, podemos probar los mejores helados de la ciudad en otro establecimiento clásico logroñés, la heladería La Veneciana. Su helado de limón es insuperable desde hace más de 80 años.
Y al margen del vino, que es compra casi obligada, podemos pasar por Botas Rioja, en el número 8 de la calle Sagasta, donde Félix El Botero es toda una tradición en la ciudad, ahora continuada por su hijo Iván. Allí se siguen vendiendo las botas de vino de toda la vida.
Capital del vino
La Rioja ha hecho del enoturismo su seña de identidad y cualquiera de sus bodegas en Haro, Briones, Cenicero o San Asensio invita a la visita y la degustación. Pero sin dejar la capital hay ya ocho bodegas importantes: Olarra, Campo Viejo, Viña Ijalba, Arizcuren, Franco-Españolas, Marqués de Vargas, Ontañón y Marqués de Murrieta. Todas se pueden visitar y ofrecen catas.
Las más céntricas y más llamativas son las Bodegas Franco-Españolas, al otro lado del Ebro, a un paso del casco histórico. Se fundaron en 1890, cuando los franceses llegaron a la región tratando de reemplazar sus viñedos arrasados por la enfermedad de la filoxera. En 1920, los franceses vendieron las acciones y pasaron a ser totalmente españolas, pero se mantuvo el nombre. Sus archipremiados vinos han seguido la tradición de una bodega familiar. Hay visitas guiadas, catas, vendimias con niños, maridajes y una agenda cultural propia. Otra propuesta es Bodegas Ontañón y su particular Templo del Vino, donde se combinan las catas con el arte y la mitología del dios Baco.
Un cinturón verde junto al Ebro
No todo es comer y beber en Logroño. Logroño se ha desarrollado de espaldas al Ebro, pero curiosamente ha ido creando en torno al río un cinturón verde con tres parques principales: el del Iregua, el parque del Ebro y el parque de la Grajera.
El parque del Ebro es la joya de la corona, con praderas de césped, caminos, zonas de juegos infantiles, un mirador al que se accede por unas grandes escalinatas y un juego de la oca que recuerda las diferentes etapas del Camino de Santiago.
Hacia la derecha del puente de Piedra, se extiende el paseo de la Florida, un placentero paseo adoquinado que discurre por la margen derecha del Ebro y es el mejor punto de observación del puente de Piedra, uno de los cinco que cruzan el río y el más pintoresco, junto con el de Hierro, que se halla a poca distancia. Si se sigue por el paseo hacia el este, se llega al parque de La Ribera, uno de los pulmones verdes de la ciudad que, en primavera y verano, se abarrota de visitantes y lugareños.
El parque del Iregua, algo más alejado, discurre desde la desembocadura del río en el Ebro hasta el pueblo de Puente Madre, que es prácticamente un barrio más de Logroño. Su trazado forma parte del sendero de Gran Recorrido GR-99 que se conoce también como Camino Natural del Ebro.
Hay que alejarse un poco para recorrer el parque de la Grajera, que forma parte del Camino de Santiago y para los peregrinos es todo un hito de frescura. Con los años, ha desarrollado uno de los ecosistemas lagunares más importantes de La Rioja, y es un buen lugar para pasar el día y tomar contacto con la naturaleza, a solo 10 minutos del centro.
Modernismo y vanguardia
Al margen de iglesias y conventos, hay otros edificios que llaman la atención y no son precisamente medievales. Uno es el Ayuntamiento, moderno y vanguardista, integrado en la ciudad con sus modernos soportales, un enorme edificio diseñado por Rafael Moneo fuera del casco histórico, que vino a reemplazar el Consistorio histórico que se había quedado pequeño (hoy Centro de la Cultura del Rioja).
En la misma zona llama la atención un enorme edificio con aire casi de gran palacio. En realidad, es un instituto, el Práxedes Sagasta, hoy todavía en uso. Es uno de los edificios emblemáticos de Logroño, por el que han pasado muchas generaciones desde su apertura en 1843.
El modernismo está también muy presente en la ciudad, en muchas casas de la calle Portales y especialmente en algunos edificios como la sede de la ESDIR, la Escuela Superior de Diseño de La Rioja, instalada en la antigua escuela de artes y oficios, muy cerca del Instituto Sagasta y del nuevo ayuntamiento. Son llamativas también las reformas de dos edificios industriales, la antigua Tabacalera, hoy convertida en galería de arte, y la llamada Casa de las Ciencias, al otro lado del Ebro, un bello edificio púrpura de principios del siglo XX que antes fue el matadero y hoy es centro de talleres infantiles, exposiciones y actividades formativas.
Y en cuanto a museos, tal vez haya que asomarse al Museo de La Rioja en el palacio de Espartero, un edificio barroco donde este general de la reina Isabel II se retiró a vivir su jubilación. Son tres plantas de colecciones arqueológicas y artísticas. También merece la pena hacer una excursión a un museo de arte excepcional que muestra la impresionante colección Würth de arte contemporáneo, en un polígono industrial a las afueras de Logroño, en Agoncillo.
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