El idilio de Orson Welles con Castilla y León
Un viaje por Ávila, Soria, Segovia y Valladolid en busca de los rincones que enamoraron al genial cineasta en el año en el que su más conmovedora película, ‘Campanadas a medianoche’, cumple seis décadas
Tan contundente como su propia figura fue la respuesta de Orson Welles cuando en 1960 fue preguntado por la ciudad en la que elegiría vivir. “Ávila”, dijo sin titubeos. Ante el desconcierto del periodista, el cineasta añadió la siguiente aclaración: “Está en el centro de España. El clima es horrible, muy cálido en verano, muy frío en invierno. Es un lugar extraño y trágico. No sé por qué siento algo tan especial”.
Poco pudo corresponder esta ciudad al piropo del director, actor y guionista que convulsionó el cine, el teatro y la radio para entrar de lleno en la constelación de los genios del siglo XX. Porque, pese a tales palabras, no vivió más que unos meses en la capital amurallada, los que duró la parte del rodaje de la que fue, para él, su mejor obra: Campanadas a medianoche, una película inicialmente despreciada por la crítica, que acabó, sin embargo, encumbrada como “conmovedora, elegíaca y gloriosa”.
Este 2025 se cumplen 60 años de este filme que supuso una insólita inmersión en el universo shakesperiano al combinar varias tragedias del dramaturgo inglés (Las comadres de Windsor, Ricardo II, Enrique IV y Enrique V) con una reinterpretación peculiar del personaje de Falstaff. Un filme rodado en diferentes provincias españolas que, junto a otros títulos de Welles, permite trazar una ruta emocional por las localizaciones que alentaron su idilio con las tierras de Castilla y León.
La omnipresente muralla
Ávila, claro, se sitúa en primer lugar. Es aquí donde graba las últimas tomas de la película, siempre con esa costumbre tan suya de filmar planos y contraplanos en lugares distintos y luego encajarlos en el montaje. Es lo que ocurre en la secuencia de la coronación, donde se ve a un Falstaff abatido salir hacia la basílica de San Vicente en un batiburrillo de imágenes de otras ciudades.
Pero es la poderosa muralla, especialmente en su vista desde el lienzo norte, la que más retratada aparece. Esa muralla medieval del siglo XII que tiene el honor de ser la única fortificación defensiva que ha llegado íntegra hasta nuestros días y que es el mejor ejemplo de arquitectura militar del románico. Un cinturón impenetrable de 88 torreones, 2.500 almenas y nueve puertas, que guarda a buen recaudo conventos, iglesias y palacios blasonados, y que está imbricado a la que fue la primera catedral gótica de España.
Seguir las huellas de Orson Welles en la ciudad de Santa Teresa pasa por acercarse a lo que hoy es el restaurante Posada de la Fruta, y en su día, la casa en la que se alojó durante el rodaje de Campanadas a medianoche. Hay quien dice que incluso llegó a comprarla. También por comer un buen chuletón en el Mesón del Rastro, como hacía el protagonista de esta historia, a quien le gustaba perderse por las callejuelas en las mañanas invernales, disfrutando de lo que los abulenses llaman “días de sol y hielo”.
Pueblos que fueron Londres
Soria es otra de las provincias que sirvieron de escenario a esta película. Especialmente la capital, donde la iglesia románica de Santo Domingo, en su monumental fachada occidental, vio celebrar el funeral de Enrique IV; y el pueblo de Santa María de la Huerta, donde Welles eligió el refectorio de su monasterio cisterciense para enmarcar la coronación de Enrique V y el repudio que este hace de Falstaff. Juan Pascual, alcalde de esta localidad, aún recuerda la imponente presencia del director norteamericano en aquellos tiempos del rodaje. “Aunque apenas tenía 10 años, guardo la imagen de un señor enorme fumando un puro tras otro”, señala.
Pero ningún enclave soriano tuvo tanta repercusión como la pequeña villa de Calatañazor, convertida, por obra y gracia del séptimo arte, en aquel lúgubre Londres medieval de la Guerra de los Cien Años. Las calles empedradas, los soportales de madera, las casas de adobe y los retazos de la fortaleza vinieron como anillo al dedo al curso de esta historia, en la que se vio a Falstaff caminar junto a la iglesia de Nuestra Señora del Castillo, que tuvo un origen románico en el siglo XII y fue reformada en el siglo XVI. Hoy, visitar este bonito pueblo es como atravesar un túnel del tiempo para escuchar a la multitud en las ceremonias o el trote de los caballos en los desfiles o el chirriar de las espadas en las batallas.
De Macao a Blancanieves
También Pedraza, ya en Segovia, simuló ser la capital británica de Campanadas a medianoche, a lo que ayudó su perfectamente conservado caserío medieval, que se asienta sobre un peñasco rocoso y goza de una particularidad: cuenta con un tendido eléctrico soterrado que embellece las calles y facilita los rodajes. Las murallas, los palacios, la plaza porticada y el imponente castillo del siglo XIII completaron las escenas rodadas en este pueblo, donde al mediodía los restaurantes desprenden un delicioso aroma a cordero lechal.
Tal vez fue esta fotogenia la que llevó a Orson Welles a regresar, un año más tarde, para filmar Una historia inmortal, su personal adaptación del relato de la escritora danesa Karen Blixen. Un rodaje en el que convirtió la plaza del Álamo de Pedraza (como también hizo con ciertos rincones de Brihuega, en Guadalajara, y Chinchón, en Madrid) en el exótico Macao del siglo XIX.
Hay que dirigirse a la capital segoviana para continuar la ruta por estos escenarios tocados por la varita de quien, en 1938, logró atemorizar a Estados Unidos con la versión radiofónica de La guerra de los mundos. Y hay que detenerse en el Alcázar, cuya imponente silueta no solo aparece en Campanadas… sino también en otra de sus películas: Mr. Arkadin (1955), la enigmática historia de un multimillonario de oscuro pasado. La que fuera una de las residencias favoritas de los reyes de Castilla sirvió de inspiración a Disney (según acabó por confirmar en 2023 la compañía) para diseñar el castillo de Blancanieves, aquel en el que la malvada reina preguntaba todos los días a su espejito quién era la más bella del reino.
El caos de los estudiantes
El viaje concluye en la ciudad de Valladolid, que fue precisamente el plató de una de las escenas más complicadas de Mr. Arkadin: aquel baile de máscaras al más puro estilo veneciano que tiene lugar en el Colegio de San Gregorio, actual Museo Nacional de Escultura. Hasta 200 figurantes universitarios participaron en la secuencia, entre ellos un joven Miguel Delibes que recibió a cambio 10 duros y un bocadillo de jamón.
Cuentan que Orson Welles se enfureció, incapaz de meter en vereda a los incontrolados estudiantes. Y aunque la secuencia, rodada en el patio, el claustro y las monumentales escaleras, finalmente no se incluyó en el filme (hay quien dice que sufrió la apisonadora de la censura), siempre será buena idea descubrir esta joya del gótico tardío que alberga obras maestras como La Piedad de Gregorio Fernández, Santo Entierro de Juan de Juni o Magdalena Penitente de Pedro de Mena.