Francesc Ribes ha visitado los pueblos más bonitos de la España vaciada: estos son sus 10 favoritos
De Albarracín a Los Monegros pasando por Siurana y Trevélez: el autor catalán ha recorrido la geografía española visitando villas que luchan día a día por abandonar el fantasma del abandono gracias al turismo
El proceso de despoblación en España es un dilema que desde hace una década se ha acelerado, convirtiéndose en uno de los mayores retos demográficos del país. El aumento de la preocupación por ocupar estas zonas desérticas de habitantes ha conseguido que muchos viajeros descubran, con sorpresa, múltiples rincones de la España rural que esconden tesoros históricos y naturales.
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El proceso de despoblación en España es un dilema que desde hace una década se ha acelerado, convirtiéndose en uno de los mayores retos demográficos del país. El aumento de la preocupación por ocupar estas zonas desérticas de habitantes ha conseguido que muchos viajeros descubran, con sorpresa, múltiples rincones de la España rural que esconden tesoros históricos y naturales.
Ese es el caso de Francesc Ribes (Barcelona, 1964), que en su nuevo título Los pueblos más bonitos de la España vacía (Anaya Touring) recorre 40 villas repartidas por la geografía nacional para documentar sus enormes atractivos. El autor se encaja en el mapa de las publicaciones de viajes, como la mirada que registra la riqueza de la España vacía, dando a conocer cada uno de los recodos castigados por la despoblación. Pero el editor, periodista y traductor también ha escrito sobre vinos, playas, y gastronomía. De las cuatro decenas de pueblos que ha querido plasmas en su libro, ha elegido para El Viajero sus 10 favoritos.
1. Albarracín (Teruel)
Si algo destaca el autor sobre Albarracín, que se asienta en la cordillera que lleva su nombre, en la provincia de Teruel, es la fotogenia que posee: “Es un pueblo que tiene rincones muy pintorescos. Perspectivas preciosas para el fotógrafo”. Una amplia red de senderos viste a estas montañas aragonesas que atraen cada año a múltiples visitantes. Sin embargo, la densidad del término municipal y de su comarca está en niveles escandalosamente bajos, por lo que se coloca en el mapa como un desierto demográfico. “Es un contraste bastante surrealista. Para llegar hay que atravesar carreteras secundarias en las que no caben dos coches, y llegas al pueblo y está lleno de turistas”, confirma el Ribes. De hecho, el acceso en vehículo entre sus calles solo les está permitido a las mil y pocas almas que lo habitan, así que “toca andar, perderse en sus estrechas callejas y detenerse en cada rincón de este pueblo bellísimo”.
Pero lo verdaderamente interesante de la localidad maña es cómo han preservado a lo largo del tiempo sus formas artesanales. “Los locales siguen aplicando técnicas artesanales para el recubrimiento de las fachadas con el yeso proveniente de las rocas de la zona, cuyos tonos rojizos y rosados van cambiando con el tiempo”, confirma Ribes. También impresiona cómo el pueblo se enmarca alrededor de una muralla medieval del siglo X, que alberga joyas arquitectónicas como la catedral de El Salvador o la iglesia de Santiago, ambas del siglo XVI.
2. Trevélez (Granada)
En las laderas del Mulhacén, a pocos kilómetros de las pistas de esquí de Sierra Nevada, se asientan los pueblos de la sierra de la Alpujarra, una comarca histórica marcada por sus leyendas y la influencia morisca del Reino de Granada. Si bien es cierto que los fines de semana se aglutinan miles de turistas en sus más de veinte pueblos rurales, la despoblación se ha convertido en el mayor problema de sus vecinos, en especial para la localidad de Trevélez. Pero lo verdaderamente interesante es que se trata de un enclave que refleja de por sí una despoblación histórica. La comarca ya vivió un importante éxodo en el siglo XVI, después de la ocupación de los reyes castellanos en Granada, y la consecuente expulsión masiva de musulmanes a los campos de Castilla, que se sublevaron contra la corona en estos recodos asentados a más de 2.000 metros de altura. La Alpujarra quedó totalmente vacía entonces.
“Es difícil elegir uno de los pueblos de la comarca. Son todos muy especiales”, afirma Ribes, que se ha recorrido cada esquina de este territorio. Trevélez forma parte de la asociación de los Pueblos Más Bonitos de España junto a Pampaneira y Capileira (también en la Alpujarra). El pueblo se sitúa en la Alpujarra alta, la más escarpada. Se estructura en tres barrios: alto, medio y bajo, en un nivel que supera los 200 metros. “El más típico es el alto, ya que conserva elementos de la arquitectura tradicional y reliquias de la artesanía de la zona”, sentencia Ribes, que no para de recomendar una visita a la comarca granadina.
3. Morella (Castellón)
En la comarca de Els Ports, en la provincia de Castellón, se asienta Morella, una localidad marcada por su extensa historia. Dado su enclave militar estratégico, las guerras han asediado el pueblo desde que fue habitado hasta prácticamente la Guerra Civil. En este tiempo, la villa ha perdido dos tercios de sus habitantes, pero nada de su esencia medieval, protegida por las murallas y por el castillo en lo alto de un peñasco. “Morella me parece muy interesante. Fue capital carlista en el siglo XIX, su urbanismo es digno de ser estudiado”. Pero para Ribes, lo realmente interesante de este pueblo mediterráneo es su enclave, pues permite al turista visitar otros pueblos de la comarca, que a pesar de estar castigados por la despoblación, esconden “paisajes preciosos y pintorescos”.
Uno de los puntos a destacar de Els Ports es la importancia de su manufactura textil. La falta de buenas comunicaciones hicieron que la riqueza textil desapareciera de la comarca, pero su tradición artesanal sigue presente. El producto más representativo es la manta. En sus comercios, “se pueden comprar tejidos morellanos que se adaptan a todo: colchas, cojines, bolsos, cortinas...”, afirma el autor.
4. Uña (Cuenca)
“Uña, villa en el obispado de Cuenca, y aunque es pequeña, tiene cosas muy notables, entre otras una laguna muy grande, con tanta abundancia de truchas que están constantemente saltando sobre el agua”, escribió Sebastián de Covarrubias en 1611, en su obra Tesoro de la lengua castellana o española. El parque natural de la Serranía de Cuenca se conoce como un paraíso donde la escasa presencia humana se compensa con la abundante fauna. Uña, que parece un pueblito de escasa entidad, está dentro del parque: “Puede que no sea un conjunto histórico trufado de palacios y museos, pero quien lo visita no los echa de menos”, afirma el autor. En el corazón de Castilla-La Mancha se coloca esta localidad con menos de tres habitantes por metro cuadrado; muy por debajo de lo que se considera un desierto.
En los alrededores de la comarca en la que se encuentra Uña se encuentra el monumento natural más conocido de la provincia. Se trata de la Ciudad Encantada: un paraje rocoso y rodeado de pinares en el que la acción del viento ha moldeado un sinfín de formas caprichosas en sus piedras.
5. Yanguas (Soria)
Tierras Altas es la comarca más solitaria de Soria, una de las provincias más afectadas por la despoblación. Sin embargo, Yanguas capta toda la atención de los visitantes por sus calles empedradas, sus soportales, sus casas blasonadas y templos; y gracias a los mismos se está logrando esquivar el fantasma del abandono. La localidad fue una de las mayores productoras de lana merina del reino de Castilla, protegida incluso por los propios reyes católicos en el Honrado Concejo de la Mesta. Gracias a estas producciones, el pueblo se colocaba como una de las capitales del reino, pues en él vivían familias bien adineradas. Tan arraigado estaba el oficio en los yangüeses en el siglo XV que aparece en la primera parte del Quijote de Cervantes. Además de su patrimonio histórico, que le ha permitido ingresar en el club de los Pueblos Más Bonitos de España, Yanguas se emplaza en un lugar extraordinario dominado por el cañón del Cidacos, flanqueado por enormes bosques que se abren en el valle de Arnedo.
Cerca de Yanguas, en el pueblo de Villar del Río, se encuentra el Aula Paleontológica, un museo didáctico que muestra los diversos yacimientos de fósiles de dinosaurios encontrados bajo el suelo soriano. Estas icnitas pertenecen a especies de animales que habitaron la zona hace 140 millones de años.
6. Santo Domingo de Silos (Burgos)
“He de confesar que es de mis favoritos”. Santo Domingo de Silos, en la provincia de Burgos, es un pueblo en el que puedes visitar un monasterio de la Edad Media, al mismo tiempo que el escenario de El bueno, el feo y el malo, joya del cine de los sesenta, protagonizada por Clint Eastwood, entre otros. En la conocida como Laponia burgalesa ―bautizada así por su escasa población― aguardan paisajes de cine (literalmente), bodegas y viñedos que producen excelentes vinos, una tradición forestal, ganadera y agrícola marcada por sus valores de sostenibilidad, y un riquísimo patrimonio histórico. El camino del cine, el camino de la lengua castellana, el Camino de Santiago, la ruta del vino riojano... y otras muchas rutas populares recorren las inmediaciones del municipio burgués. Por las tardes, los monjes del Monasterio de Silos cantan gregoriano a los transeúntes que se acerca a visitar la que es su casa.
7. Siurana (Tarragona)
En el interior de la provincia de Tarragona, más cerca de Aragón que del mar, se asienta Siruana, un pueblecito medieval digno de postal. Su iglesia románica, asomada al valle de El Priorat, y al embalse que ronda el pueblecito, es una de las imágenes promocionales más populares del turismo catalán. A finales del siglo pasado, el pueblo sufría una despoblación desmesurada, pero gracias a un grupo de jóvenes bodegueros que conocían el valor de sus viñedos volvió a convertirse en uno de los puntos más importantes de la vinicultura.
El pintoresco pueblecito catalán se coloca como una de las mecas de los escaladores. Ello se debe a la calidad de la roca caliza de los picos que rondan Siruana, donde se han abierto más de 1.800 vías para todos los niveles. Aquí residieron durante años, en el Chalet del Belga, Juan Buyse y Anita Salden, un matrimonio aficionado al alpinismo. Él, además, era autor de una obra de referencia: Los tresmiles de los Pirineos. Buyse murió en 2002 y su esposa lo siguió en 2003. No fue hasta 2016, gracias al trabajo de investigación de un periodista, cuando se supo que ambos eran nazis huidos de la justicia alemana.
8. Puebla de Sanabria (Zamora)
En esta tierra fronteriza pronto se tiene la sensación de estar en otro lugar y en otra época, en un tiempo en el que los bosques estaban repletos de tejos, castaños o robles; en que había un templo románico en cada pueblo y en que los lobos eran la pesadilla de los pastores. Todo eso sigue vivo en Puebla de Sanabria, a pesar de los núcleos deshabitados, las repoblaciones de pinos, la persecución incesante de la fauna salvaje, de incendios forestales.
La oferta hotelera, de ocio y gastronómica, destaca Ribes, es inmensa a pesar del limitado espacio en el que se condensa la localidad zamorana. Miradores a pie de carretera, playas a orillas del lago de Sanabria, senderismo, paseos a caballo... y mucho más en una localidad que ejerce de puerta a Galicia y que también se ha convertido a lo largo de la historia en un refugio de lobos.
9. Casares (Cáceres)
“Es un pueblo muy escondido. Es difícil de llegar. Las carreteras están llenas de curvas. Pero merece la pena. El paisaje es espectacular”. Aquí no hay grandes monasterios, ni palacios, ni casas balsonadas, pero sí sierras, valles, barrancos, ríos, cascadas, y una naturaleza tan bella y agreste que sometió a sus habitantes a siglos de aislamiento y prejuicio. Es difícil llegar a los pueblos. Las carreteras están llenas de curvas. Son pueblos muy pequeños. “Pero el paisaje es espectacular”, sentencia Ribes. Se trata de Casares de las Hurdes, una localidad al norte de la provincia de Cáceres y a las puertas de Castilla y León. El pueblo pertenece a la comarca histórica de las Hurdes, donde una leyenda negra se extendió hasta el siglo XVI. Ribes escribe en el libro: “Según el mito, ambas comarcas formaban un valle aislado y habitado por extrañas gentes medio asilvestradas, ajenas a la civilización. El estereotipo triunfó, pero en realidad ocultaba una situación de miseria y olvido que se perpetuó hasta bien entrado el siglo XX”. A 30 kilómetros de la localidad se encuentra el meandro del Melero, un espacio natural que forma el río Alagón, y que comparten salmantinos y cacereños. Para Ribes: “Uno de los paisajes más bellos de toda España”.
10. Los pueblos de colonización de los Monegros (Huesca)
“No son uno, sino diez, y lo de bonitos, va a gustos”. No tienen castillos, ni grandes monumentos, ni murallas, ni son pintorescos. Son los pueblos de colonización de los Monegros: Sodeto, Cantalobos, La Cartuja de Monegros, San Juan del Flumen, San Lorenzo del Flumen, Curbe, Frula, Montesusín, Valfonda de Santa Ana y Orillena. Una comarca singular, pues se construyó en la posguerra para revivir zonas devastadas por la Guerra Civil. Fueron 300 repartidos por la geografía española, y en los Monegros nacieron a la vera del canal con el que comparte nombre para impulsar el regadío en una de las comarcas más secas de España. Su peculiar urbanismo, concebido por jóvenes arquitectos, artistas y artesanos de la época, aún sorprende hoy por su modernidad. En la localidad de Sodeto se encuentra el Centro de Interpretación de la Colonización Agraria, en el que se puede conocer todo el proceso de repoblación de la zona, y el nacimiento de un folclore propio. Para el autor ningún visitante debe perderse el Paraje de Jubierre, un inhóspito entorno desértico digno de una película de cowboys.
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