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Nana y el árbol que tenía sed

Una fábula en formato fotorrelato sobre el valor del agua y el impacto del cambio climático en una aldea de Senegal, publicada por la Fundación Musol. Ayudará a pequeños y mayores a entender cómo cualquier aportación individual importa para proteger la Naturaleza. El 22 de marzo se celebra el Día Mundial del Agua

Hoy hay una fiesta en nuestra aldea. Mamá y yo estamos muy contentas.

–¡Estás muy guapa, mamá!

– ¡Tú también, Nana, te veo muy elegante! Y lo mejor es que hoy vamos ligeras, sin cargar con cubos, ni botellas, ni baldes.

–¡Es verdad!

–¿Recuerdas cómo solíamos ir antes, hija?

–Sí, recuerdo un día en especial...

Aquella mañana, como el resto de mañanas, nos juntamos con las otras mujeres y niñas para ir a buscar agua, porque somos nosotras quienes hacemos ese trabajo en la aldea. Por ello, muchas, a diferencia de los chicos, no podemos ir a la escuela, ni estudiar o trabajar.
En el camino charlábamos, nos reíamos y también resoplábamos, por el peso de los cubos llenos sobre nuestras cabezas. Ir a por agua es muy cansado. ¡Tardábamos casi tres horas! Pero sin agua no teníamos qué beber ni con qué lavarnos o cocinar.
Era mayo y hacía mucho calor. Lo recuerdo bien porque aún no había empezado la estación de las lluvias y las flores de los baobabs todavía estaban cerradas. Había pasado mil veces por ese mismo lugar, pero nunca me había fijado en aquel árbol. Sus hojas estaban amarillentas, y no era por el reflejo del sol, y también mojadas, y no era porque lloviera. Aquel árbol sudaba, y yo no había visto nunca antes algo igual.
Suda porque le falta agua, me explicó mamá.

–El clima está cambiando, Nana: las temperaturas son más altas y los árboles, que son seres vivos, se adaptan mojando sus hojas para evitar quemarse.

–¡Claro! Como las personas, que a veces también sudamos.

–Sí, es una reacción de nuestro cuerpo cuando sentimos mucho calor, así nos refrescamos.

Mamá me contó que aquel árbol estaba enfermando de sed y que no era el único que sufría ese mal. También me explicó que muchos años atrás, en aquel lugar había existido un río. Eso era antes de que hiciera tanto calor.
Durante días no pude dejar de pensar en el árbol que sudaba. Decidí preguntar a algunas personas importantes de la aldea qué podíamos hacer para que recuperara su verdor y se pusiera bueno.
–¡Compañía, necesita compañía! –me contestó Amadou, mi mejor amigo.
Y juntos plantamos un montón de semillas junto al árbol.
Acudí a casa de Fatou, la mujer más sabia de la aldea, quien me contó que los árboles, como las personas, necesitan abrazos, a ser posible, grandes y largos.
Abdou, que es de la familia de los músicos y que acababa de ser padre, me regaló un sonajero y me explicó que la música es mágica: con ella se pueden decir cosas sin decirlas y un árbol puede entenderlas.
Y Oumi, la mejor amiga de mamá, con quien cada mañana íbamos a buscar agua, me recordó que, sin agua, ni las personas, ni los árboles podemos vivir. A partir de ese día, me gané alguna que otra regañina porque no conseguía que el cubo de agua que cargaba llegara a casa lleno.

–¡Nana, no entiendo cómo pierdes tanta agua! –protestaba mamá.

–El agua es un tesoro, hija –me repetía.

Hoy todo es distinto. Hay una fiesta en nuestra aldea. Celebramos la construcción de dos pozos.

– ¡Estás muy guapa, mamá!

– ¡Tú también, Nana, te veo muy elegante.

Mamá está muy contenta porque ya no tenemos que ir tan lejos en busca de agua y, ahora, ella y otras mujeres pueden trabajar cuidando de los pozos y las fuentes de la aldea.
¡Y yo también estoy contenta! Y al parecer los demás habitantes de nuestra aldea también.
Al salir de la escuela Amadou y yo nos hemos acercado hasta el árbol que sudaba. Cada día le damos un gran abrazo y le cantamos una canción. También le damos agua. Ahora ya no suda. Está muy verde.
'Nana y el árbol que tenía sed' es una publicación realizada en el marco del proyecto 'Bibliotecas sostenibles: introducción a la Agenda 2030 y los Objetivos de Desarrollo Sostenible', con el apoyo financiero de la Agencia Andaluza de Cooperación Internacional para el Desarrollo y la Generalitat Valenciana. Producida por la Fundación MUSOL, escrita por Esther Mira, ilustrada por DAUD y diseñada gráficamente por Pau Caracuel. Está disponible en castellano y valenciano.