Columna

No es el peor de los tiempos

La mayoría de la población española no ha vivido una catástrofe como la pandemia que trastoca nuestras vidas

Hospital Clinic de Barcelona.Francisco Avia / Hospital Clinic (EL PAÍS)

En estos tiempos de tribulación planetaria es recomendable acudir a la historia para obtener consuelo y perspectiva. La historiadora estadounidense Doris Kearns Goodwin explica que el pasado sirve para saber que si piensas hoy que estamos en el peor de los tiempos, no es el peor. La mayoría de la población española no ha vivido una catástrofe como la pandemia que trastoca nuestras vidas. El 18 de julio de 1936 los ciudadanos con uso de razón de cualquiera de las dos Españas —quedan ya muy pocos supervivientes— pensó que el golpe militar acabaría en un par de semanas, y que estaban viviendo la ...

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En estos tiempos de tribulación planetaria es recomendable acudir a la historia para obtener consuelo y perspectiva. La historiadora estadounidense Doris Kearns Goodwin explica que el pasado sirve para saber que si piensas hoy que estamos en el peor de los tiempos, no es el peor. La mayoría de la población española no ha vivido una catástrofe como la pandemia que trastoca nuestras vidas. El 18 de julio de 1936 los ciudadanos con uso de razón de cualquiera de las dos Españas —quedan ya muy pocos supervivientes— pensó que el golpe militar acabaría en un par de semanas, y que estaban viviendo la peor desgracia de sus vidas. Ni los sublevados ni el Gobierno constitucional de la república reconocieron que lo mucho peor estaba por llegar: una guerra civil.

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El estrago de la Covid-19 provoca muchas más incógnitas que certidumbres. ¿En qué mundo nos despertaremos del confinamiento global tras la congelación de la economía y de la vida que creíamos estable y cierta? Un siglo después de la gripe española (1918), el siglo XXI ya tiene su pandemia, y con seguridad no será la última. Siempre cabe esperar un peor superior, para el que habrá respuestas gracias a los avances científicos, médicos, tecnológicos, porque la humanidad progresa y mejora, aunque hoy sea una afirmación delicada.

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En 1914, hasta Sarajevo y la I Guerra Mundial, no eran necesarios pasaportes para viajar. Hoy ha estallado el espacio Schengen y Europa cierra fronteras creyendo erróneamente que el coronavirus las respetaría. El virus, inasible —su diámetro es la diezmilésima parte de un milímetro—, es democrático y no distingue a sus víctimas. Es un cretino quien todavía entiende la salud en términos nacionales. La pandemia opera en un mundo sin liderazgo claro, sin instituciones internacionales respetadas y eficaces para afrontar crisis globales. Lastima escuchar el grito nacionalista de la UE de sálvese quien pueda o el estadounidense, yo cuidaré de mí, tú cuida de ti; sin confianza ni cooperación internacional.

Cuando nos despertemos de la actual pesadilla, tras una respuesta que solo puede ser global y que vendrá de los virólogos, la vacuna, producto de la cooperación científica internacional, sabremos de nuestra capacidad y voluntad para vivir de otra manera: más justa, más respetuosa con el medio ambiente, menos desigual, menos individualista. Solidaria. Ojo, sin embargo, con levantar unas expectativas exageradas porque quizás no desembarquemos en el final del mundo como lo hemos conocido.

Atención también para que la excepción, la pérdida de las libertades, circulación, reunión, el poder para los Gobiernos sin controles parlamentarios, economías intervenidas, desglobalización nacionalista, no se conviertan en la nueva normalidad. Otra peste, antidemocrática, sería un precio excesivo a pagar. El estado de alarma, más correctamente de excepción, nos lo permite. Soñemos desde el confinamiento con un futuro, no tan lejano, una nueva vida a construir todos juntos. fgbasterra@gmail.com

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