Columna

Cosecha del 73

Sebastián Piñera difícilmente podrá romper los candados de la Constitución como aliviar los daños estructurales causados por élites nostálgicas del neoliberalismo pinochetista

Manifestantes y carabineros se enfrentan durante la manifestación en Santiago, este martes. Alberto Valdes (EFE)

El origen del estallido colombiano es diferente, pero la transversal erupción social de Chile puede ser considerada como una reacción tardía a la mutación del paradigma liberal de los siglos XVIII y XIX, reformulado por los discípulos chilenos del grupo de economistas de la Universidad de Chicago, los Chicago boys, que fueron convocados por la dictadura de Pinochet en 1973 para desmontar el trienio de estatización y políticas interventoras del Gobierno de Salvador Allende. Lo masivo de las protestas sorprendió porque la democracia del país es estable y el crecimiento de su economía au...

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El origen del estallido colombiano es diferente, pero la transversal erupción social de Chile puede ser considerada como una reacción tardía a la mutación del paradigma liberal de los siglos XVIII y XIX, reformulado por los discípulos chilenos del grupo de economistas de la Universidad de Chicago, los Chicago boys, que fueron convocados por la dictadura de Pinochet en 1973 para desmontar el trienio de estatización y políticas interventoras del Gobierno de Salvador Allende. Lo masivo de las protestas sorprendió porque la democracia del país es estable y el crecimiento de su economía aumentó la renta per cápita, redujo la pobreza y amplió la clase media. Las élites empresariales y políticas se sentían en el Primer Mundo, lejos de una América Latina subdesarrollada, cíclicamente jaqueada por las crisis.

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El diagnóstico no es sencillo. A partir de los noventa, las radicales liberalizaciones de los catecúmenos de Friedman y Harberger fueron atenuadas por los gobiernos de la democracia con nacionalizaciones y más gasto público en beneficio de los chilenos condenados a la pobreza por las medidas de la junta militar. No fue suficiente. Las bases teóricas del neoliberalismo habían prendido con fuerza. El pretendido crecimiento con equidad lo fue a medias, o no lo fue, porque el Estado bajó la guardia en la protección de sectores tan fundamentales como la salud, la educación y las pensiones, en beneficio de consorcios privados.

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Buena parte de las clases medias rescatadas de la penuria regresó a ella porque sus expectativas no se cumplieron al haber sido obra de políticos cuentistas. Las sucesivas Administraciones tampoco establecieron cortafuegos contra los estragos de una prosperidad viciada de origen. Los porcentajes y números explican muchos comportamientos: si el 53% de los chilenos gana menos de 500 euros al mes y las matrículas en las universidades públicas ronda los 7.000 euros, se entiende algunos; y si las deudas de los hogares equivalen al 75% de sus ingresos, las pensiones no llegan a los 300 euros, el abuelo tiene que trabajar hasta los 80 y el costo de la vida se acerca al español, se entienden muchos más; y si el salario de los parlamentarios equivale a 31 salarios mínimos y la esposa de un político disfruta de una pensión de 7.000 euros mensuales, llegan las pedradas.

La biografía militar y política de Pinochet del historiador español Mario Amorós ayuda a comprender la influencia de los gurús de Chicago, cuyas tesis desbarataron una sociedad que, aún con problemas, era más equitativa en los años setenta. Las secuelas de aquella arquitectura permanecen. El presidente Sebastián Piñera capea el temporal prometiendo equidad y una nueva Constitución, pero tan difícil será romper los candados del texto fundamental como aliviar los daños estructurales causados por élites nostálgicas del neoliberalismo pinochetista, poco dispuestas a un sincero propósito de la enmienda.

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