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Cuando la educación no entiende de fronteras

Cerca de 2.500 niños y niñas cruzan cada día a pie el puente que separa Venezuela y Colombia para no perder un solo día de clase

Cada día, a las cinco de la mañana, al abrirse la frontera del Puente Internacional Francisco de Paula Santander, que une Venezuela y Colombia, cerca de 2.500 niños y niñas venezolanos esperan impacientes para salir corriendo y llegar al otro lado. ¿El motivo? Poder seguir yendo a la escuela con normalidad y jugar con sus compañeros colombianos.
El puente fronterizo está cortado al tráfico por lo que la única manera de cruzarlo es a pie. Durante la época de lluvias, los escolares deben atravesar sus cerca de 250 metros bajo el agua con sus uniformes y mochilas. Las personas con discapacidad lo tienen más complicado todavía.
Los estudiantes a menudo utilizan plásticos y lonas que encuentran en su camino para cubrirse de la lluvia durante el tránsito por el puente que conecta las ciudades de Cúcuta, en el departamento del Norte de Santander (Colombia), y Ureña, en el Estado Táchira (Venezuela).
Casi 10.000 niños, niñas y adolescentes venezolanos están matriculados en algún colegio de Cúcuta. Uno de cada cuatro reside en Venezuela y debe cruzar la frontera cada día para no perder clases.
17 autobuses del Ministerio de Educación del Gobierno de Colombia y apoyados por Unicef esperan a los estudiantes al final del puente, ya en Cúcuta, para conducirlos a los diferentes colegios de la ciudad en los que se han integrado de manera gratuita.
El incremento de estudiantes, que en los últimos meses sigue aumentando, ha sobrecargado el sistema educativo de Cúcuta, ante lo que el Gobierno, Unicef y otros aliados trabajan para formar docentes y dotar a 20 escuelas con materiales educativos. También para adaptar los modelos educativos de ambos países.
El colegio Misael Pastrana de Cúcuta es un ejemplo de integración. Cerca del 70% de sus estudiantes son venezolanos, pero aquí eso no es importante. Todos alumnos son, simplemente, niños.
Durante las horas de recreo, los deportes como fútbol o voleibol son las actividades que más comparten los estudiantes, también conversan entre ellos y se intercambian experiencias y consejos.
Unicef apoya al Ministerio de Educación de Colombia para implementar programas educativos flexibles que permitan a los estudiantes venezolanos recuperar materias y seguir las clases con normalidad pese a lo excepcional de su situación.
Las aulas de este colegio de Cúcuta también son espacios seguros para la infancia y entre sus paredes pueden evadirse de la compleja situación del exterior y están a salvo de mafias y delincuentes.
Más de 130.000 niños venezolanos están matriculados en las escuelas de todo Colombia, en comparación con los 30.000 que había en noviembre del año pasado.
Unicef necesita 29 millones de dólares para apoyar las necesidades básicas en materia de nutrición, salud, educación, agua, saneamiento e higiene y protección de las familias que cruzan a Colombia.