Columna

Dos semanas de doble poder en Venezuela

Maduro se muestra aislado, incapaz de controlar la agenda política y de diseñar ningún futuro

El presidente de la Asamblea Nacional de Venezuela, Juan Guaidó, durante una marcha contra el gobierno de Nicolás Maduro.Miguel Gutiérrez (EFE)

En pocas horas el levantamiento de Juan Guaidó cumplirá dos semanas. Dos semanas de despliegue de un auténtico doble poder en Venezuela. Esa es la situación en que el poder declinante impera con (insuficientes) controles de fuerza, pero se muestra aislado, incapaz de controlar la agenda política y de diseñar ningún futuro: no lo es la apelación abstracta al diálogo o la propuesta de repetir unas elecciones parlamentarias que nadie pone en duda.

Y en la que el poder ascendente solo ma...

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En pocas horas el levantamiento de Juan Guaidó cumplirá dos semanas. Dos semanas de despliegue de un auténtico doble poder en Venezuela. Esa es la situación en que el poder declinante impera con (insuficientes) controles de fuerza, pero se muestra aislado, incapaz de controlar la agenda política y de diseñar ningún futuro: no lo es la apelación abstracta al diálogo o la propuesta de repetir unas elecciones parlamentarias que nadie pone en duda.

Y en la que el poder ascendente solo manda sobre sus propios —aunque crecientes— partidarios, pero mantiene el desafío al líder obsolescente, aumenta sus apoyos internos y exteriores, controla el ritmo de los acontecimientos y reparte receta evidente: repetir los comicios presidenciales, pues fueron fraudulentos.

El doble poder es efímero. No dura siempre. Aunque se prolongue. No duró en la Rusia de 1917, entre el abril tímido-reformista de Kerensky y la revolución de octubre, bolchevique y soviética. Ni el 20/12/1978 en España, que alumbró la salida sincrética de una ruptura (de contenido) pactada mediante reforma (en su formalización). Y ahora todo va más deprisa.

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Los factores que decantan las situaciones de doble poder son: control y hegemonía interior; alianzas externas; evolución de la coyuntura económica; calidad de los liderazgos en hacer valer sus poderes, también el del respaldo de la legalidad.

En todos esos criterios Guaidó aventaja a Maduro. El militar no osa detener al presidente de la Asamblea (ya lo habría hecho) ni tampoco asesinarle, pues sus edecanes no quieren. El apoyo inicial que le brindó el ministro de Defensa ya apelaba a un difuso diálogo. La unidad de las Fuerzas Armadas empieza a registrar disensiones. Y el dominio de la calle es compartido, con ventaja para el presidente interino, también brindada por los millones de venezolanos exiliados.

El apoyo internacional se vierte abrumadoramente hacia el poder ascendente, con excepción de ciertas semidictaduras (Turquía o Rusia) y la condicionada (y decente) distancia de Uruguay y México. El del Parlamento Europeo y el grueso de la UE servirá para matizar la incomodidad que provoca el sesgo Trump.

La asfixia económica fagocita la corrupción militar. Y la habilidad de Guaidó —anunciando amnistías, recabando apoyo militar para la ayuda humanitaria, pugnando por disputar el voto de las chabolas— se antoja muy superior a la torpe cachaza del matarife. No lo olviden: este anota 40 opositores asesinados. En días.

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