Columna

De Davos a Jartum hay solo un paso

El Foro Económico Mundial presta creciente atención al cambio climático; una amenaza que es también una gran oportunidad de mercado. Mejores negocios para un mundo mejor, es su lema

Protesta de estudiantes frente al centro de congresos en el último día del Foro Económico Mundial, en Davos, Suiza, el pasado 25 de enero de 2019. Laurent Gillieron (AP)

Mientras los líderes mundiales se reúnen en Davos, en algún punto de África germina una nueva revuelta del pan. La última ha brotado en Sudán, donde desde diciembre han muerto decenas de personas en protestas por la carestía de la vida. La distancia entre Suiza y África parece estratosférica, y la relación entre millonarios y desharrapados absurda, pero no lo es: una revuelta del pan es siempre una revuelta contra las élites, esas que en Davos exhiben su poderío –...

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Mientras los líderes mundiales se reúnen en Davos, en algún punto de África germina una nueva revuelta del pan. La última ha brotado en Sudán, donde desde diciembre han muerto decenas de personas en protestas por la carestía de la vida. La distancia entre Suiza y África parece estratosférica, y la relación entre millonarios y desharrapados absurda, pero no lo es: una revuelta del pan es siempre una revuelta contra las élites, esas que en Davos exhiben su poderío –y a duras penas esconden sus temores- lejos de tropeles coléricos y motines del hambre.

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De Davos a Jartum discurre también una línea discontinua de intenciones. En 2018 el Foro Mundial constató que entre los riesgos para la economía global, los mayores son los desastres naturales, la adaptación al cambio climático y las crisis del agua, por delante del terrorismo o los ciberataques. Basta una mala cosecha, en países que subsidian la canasta básica en un intento de frenar el descontento de la población, para dispararse los precios y abrirse la espita de la rabia. Hoy es Sudán; en 1988, con resultado infausto, fue Argelia: dos años después hacía su aparición el islamismo, y luego el terrorismo islámico del GIA y la bárbara guerra sucia de los noventa.

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Por eso el desierto de Sudán o los arrabales argelinos o cairotas no son tan ajenos al bienestar suizo, y a la autocomplacencia –cada vez más relativa- de los dueños del mundo cuando se dan cita para celebrar su poder. El Foro creó en 2016 un comité de Comercio y Desarrollo Sostenible, no por un arranque de altruismo sino por la pura elocuencia de las cifras. El cambio climático es una extraordinaria oportunidad de negocio: 300.000 millones de euros en renovables, en una tecnología que indefectiblemente –no hay marcha atrás si queremos evitar la implosión energética- sustituirá la contaminante extracción de hidrocarburos. Un informe de 2017 del comité asegura además que alcanzar los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU representa una oportunidad de mercado de 12 billones de dólares en cuatro sectores capitales: alimentación y agricultura; ciudades, energía y materiales.

Hasta el vital comercio de materias primas, o lo que quede de ellas una vez esquilmadas las tierras y las minas de África y América Latina por China, puede beneficiarse si se contiene el cambio climático; como las amenazadas capas freáticas, de cuya agua depende hoy la subsistencia de 2.000 millones de personas. El PIB es ya una medida insuficiente porque no tiene en cuenta el bienestar –o el malestar, en la mayoría de los casos- de la gente. Por eso es hora de cambiar el discurso -los baremos, pero también los valores- y, a beneficio de inventario, aparcar la suspicacia al mirar a Davos.

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