Columna

Refugiados bajo la alfombra de Europa

Ante los migrantes no caben soluciones de externalización: ya están entre nosotros, aun invisibles a nuestros ojos

Migrantes rescatados en el puerto de Tarifa el pasado 24 de julio.JORGE GUERRERO (AFP)

El desvío de la crisis migratoria desde el Mediterráneo oriental al central y el Estrecho ha confinado a decenas de miles de refugiados en un limbo de olvido y desamparo en el sureste de Europa. De las islas del Egeo a Bosnia, en Chipre, Serbia o la frontera turco-búlgara, el cansancio informativo tras un trienio de intensos flujos migratorios ha obrado una suerte de incuria, acrecentada por la impotencia, cuando n...

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El desvío de la crisis migratoria desde el Mediterráneo oriental al central y el Estrecho ha confinado a decenas de miles de refugiados en un limbo de olvido y desamparo en el sureste de Europa. De las islas del Egeo a Bosnia, en Chipre, Serbia o la frontera turco-búlgara, el cansancio informativo tras un trienio de intensos flujos migratorios ha obrado una suerte de incuria, acrecentada por la impotencia, cuando no negligencia, de los respectivos Gobiernos al gestionar el destino de estos "condenados de la guerra", por parafrasear la definición de Frantz Fanon, el ideólogo de tantas revoluciones en potencia. Refugiados que huyen de conflictos bélicos, o de una miseria impertérrita, se hacinan en 'hotspots' de Lesbos o almacenes abandonados en la frontera de Bosnia y Croacia al albur de la suerte; ocultos como mugre bajo la alfombra de Europa.

Decir que sobreviven sería un exceso. Porque también mueren ahogados en la frontera greco-turca del río Evros, el paso clandestino que ha sustituido la travesía del Egeo; en peleas por la tensión generada por la sobrepoblación en campamentos como el de Malakasa (Grecia), donde hace días murió un refugiado sirio y ocho resultaron heridos. A veces, rendidos, se cuelgan de un poste en Moria, el centro de Lesbos símbolo del oprobio del acuerdo UE-Turquía, que subcontrató la miseria a Ankara. En las tiendas de lona levantadas en Bihac y Velika Kladusa, entre Bosnia y Croacia, afrontan la brutalidad policial a uno y otro lado de la frontera.

Una huelga del personal de Moria para denunciar las sórdidas condiciones del centro, con tres veces más internos que plazas y "riesgo de epidemias, muertes, suicidios o motines", ha devuelto a la actualidad este drama olvidado. El Gobierno griego ha acelerado el traslado de migrantes a otros centros del continente para aliviar la presión, pero la medida no deja de ser un parche en un sistema de vasos comunicantes, como el que funciona en la ribera meridional de Europa: al cerrarse el grifo de salidas por el Egeo, se disparan los cruces a Italia, luego a España, y 'da capo'.

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En una coyuntura de repliegue identitario y ruindades fronterizas, con reflejos racistas como los del Gobierno italiano o el grupo de Visegrado, cabe ir preguntándose por la factura política de esta inopia. En Grecia, por ejemplo, donde las próximas elecciones determinarán cuánto rédito sacan los neonazis del confinamiento de decenas de miles de migrantes en el país. En Bosnia, donde el fenómeno migratorio es una cuña en el delicado equilibrio del Estado. O ante la cita europea de mayo, frente al riesgo de una deriva xenófoba flagrante, a cara de perro, de la Eurocámara. Porque ante los refugiados no caben soluciones de externalización: ya están entre nosotros, aun invisibles a los ojos de Europa.

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