El esquema

El espectáculo tiene dos desenlaces posibles: la dimisión o el enrocamiento. Màxim Huerta o Cristina Cifuentes

El exministro Màxim Huerta tras la rueda de prensa en la que anunció su dimisión.Vídeo: Juan Medina (Reuters) / ATLAS

Veamos cómo funcionan las cosas. A primera hora de la mañana salta la noticia y nos enteramos de que algún político, o personaje público, se ha saltado las reglas de juego en beneficio propio.

Ante el nuevo escenario, lo lógico sería pensar que alguien va a tomar cartas en el asunto. Pongamos por caso, los jefes del que acaba de ser señalado. Pero lo habitual es que estos decidan mirar a otra parte. “Preferiría no hacerlo”, explican. Y abren la puerta para que se inicie el tercer momento de la trama.

Los presuntos tramposos o corruptos o abusones inician entonces una agotadora ma...

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Veamos cómo funcionan las cosas. A primera hora de la mañana salta la noticia y nos enteramos de que algún político, o personaje público, se ha saltado las reglas de juego en beneficio propio.

Ante el nuevo escenario, lo lógico sería pensar que alguien va a tomar cartas en el asunto. Pongamos por caso, los jefes del que acaba de ser señalado. Pero lo habitual es que estos decidan mirar a otra parte. “Preferiría no hacerlo”, explican. Y abren la puerta para que se inicie el tercer momento de la trama.

Los presuntos tramposos o corruptos o abusones inician entonces una agotadora maratón de entrevistas con las radios, las televisiones y, a veces, incluso con los medios escritos. Hay dos ideas que alimentan esta suerte de agotadora carrera de obstáculos: “A ver qué pasa” y “a ver si cuela”. Es una fase experimental, nadie sabe cómo puede acabar, y donde los protagonistas se aplican a explicar que son inocentes, desplegando una panoplia de argumentos muchas veces delirantes y afanándose por trasladar a las audiencias una cultivada pose de víctimas.

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Durante esta parte es muy importante tener en cuenta el concepto de “colmillo”. Hay muchos periodistas que tienen una destreza deslumbrante en aplicarlo. Van cercando a los presuntos abusones o corruptos o tramposos con preguntas, los enfrentan a sus propias contradicciones, llegan incluso a seducirlos con una marea de palabras bonitas para que metan la pata de manera inapelable. Hacen su trabajo.

Hacia mediodía se empieza a producir un curioso desplazamiento. Hay una parte de almas sensibles entre el público que empieza a sostener que “no es para tanto”. Aquel robo, por descarado que fuera, ocurrió hace mucho, comentan; un título académico, más o menos, carece de importancia para hacer política. El vainas que se ha saltado la ley con el mayor descaro empieza en ese instante a ser percibido por unos cuantos como pieza de una jauría. ¿Qué ocurrirá?

He ahí un esquema que sintetiza el espectáculo. Tiene dos desenlaces posibles: la dimisión o el enrocamiento. Màxim Huerta o Cristina Cifuentes. Lo que resulta extraño es que ninguno de los responsables que los nombró liquidara el asunto tras conocerse la noticia (y exigir explicaciones). Pero, bueno, esto es lo que hay.

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