Columna

Las lágrimas de Rajoy ahogan al PP

El líder se va con un país más próspero del que heredó, pero deja al partido en una situación catastrófica

Mariano Rajoy anuncia su dimisión como líder del PP SAMUEL SÁNCHEZ / VÍDEO: QUALITY

Las lágrimas de Mariano Rajoy expresan el sentimentalismo del líder popular, la debilidad de la “gente normal” con el pañuelo en la mano, y conceden un insólito episodio de ternura al hermetismo de su intimidad, pero también anegan al partido en su incertidumbre. Se marcha el líder máximo sin pilotar la transición. Renuncia al cuaderno azul que Aznar convirtió en libro rojo y en instrumento de herencia, aunque José Mari, visionario, clarividente hubiera preferido a Rodrigo Rato en la...

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Las lágrimas de Mariano Rajoy expresan el sentimentalismo del líder popular, la debilidad de la “gente normal” con el pañuelo en la mano, y conceden un insólito episodio de ternura al hermetismo de su intimidad, pero también anegan al partido en su incertidumbre. Se marcha el líder máximo sin pilotar la transición. Renuncia al cuaderno azul que Aznar convirtió en libro rojo y en instrumento de herencia, aunque José Mari, visionario, clarividente hubiera preferido a Rodrigo Rato en la Moncloa. Quiere decirse que, de acuerdo con los planes de Aznar, nos ha gobernado todos estos años el presidente equivocado. Y hemos tenido esa misma sensación en diferentes momentos —empezando por la negligencia de la gestión del procés—, aunque estremece reparar en el trauma que hubiera supuesto la presidencia de Rato. Se hubiera declarado un cráter en el Estado. Se hubieran consumido las instituciones.

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Las lágrimas de Rajoy contienen a la vez la catarsis y la amargura. Asume la responsabilidad de la dimisión en el contexto de una imponente paradoja: deja el país mejor de lo que se lo encontró —macroeconómicamente hablando— y deja el partido mucho peor de cuanto le fue entregado, hasta el extremo de haber provocado un aislamiento parlamentario absoluto, haber concedido la primera moción de censura de nuestra historia, haber abandonado la Moncloa a un líder de 84 diputados y haber engendrado por dejadez y suficiencia un partido opositor en el caladero conservador que aspira a transformar —triturar— las siglas del PP en las del CDS.

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Ciudadanos, depositario kitsch de la bandera española y apologeta de la unidad territorial, amenaza al Partido Popular en su fase de demolición y de desahucio. Por eso necesitan los populares, curiosamente, una legislatura larga y hasta fecunda de los socialistas. No tanto para encararse a Sánchez y perseverar en el obstruccionismo al Estado —el PP abjura de sus propios Presupuestos como instrumento de venganza al PNV— sino como margen y oportunidad para recomponerse, aunque el proceso sucesorio que se ha precipitado en la torre descabezada de Génova 13 augura más sangre que el desenlace de Macbeth.

Tan grande ha sido la identificación de Rajoy con el PP en una década de tiranía suave que la ausencia del patriarca por razones de vergüenza aboca a una crisis fatal de supervivencia. Rajoy contenía las baronías y las familias. Neutralizaba la reyerta de Soraya y Cospedal. Representaba un principio de lealtad rocoso y hasta fanático. Nunca llegaron a escucharse discrepancias. El marianismo era dogmático, unívoco y hasta inequívoco en su eficacia jerárquica.

Mariano Rajoy ignoraba esta mañana qué iba a ser de él 40 años después de haberse entregado al PP. Lo ha declarado con sollozos de monaguillo, pero no se trata de una mera incertidumbre personal. La pregunta es ¿qué va a ser del PP sin Rajoy?

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