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Cazadores cazados por la modernidad

Los bosquimanos san son el pueblo más antiguo del sur de África, pero su cultura corre el riesgo de extinguirse por las políticas proteccionistas del Gobierno

Los bosquimanos son el pueblo más antiguo del sur de África. Se calcula que unos 100.000 habitan tierras de Botsuana, Namibia, Sudáfrica y Angola desde hace 20.000 años y poseen saberes y tradiciones antiquísimas y muy valiosas. Son cazadores y recolectores nómadas, y alrededor de unos cinco mil vivieron hasta finales del siglo XX en la Reserva Central del Kalahari, una superficie protegida de 52.800 kilómetros cuadrados situada en Botsuana. En la imagen, dos mujeres bosquimanas llamadas Tata y Gakepagape pasean por el bosque cercano a Ghanzi, un pueblo situado a pocos kilómetros de la Reserva Central del Kalahari, en Botsuana.
El patrimonio cultural de los bosquimanos ha llegado hasta hoy, pero ahora está en grave riesgo de desaparecer porque el Gobierno les ha expulsado de sus tierras ancestrales y ya no pueden cazar ni vivir de la manera en que lo han hecho durante miles de años. Tshamiie, en la imagen, muestra unas hierbas que en su comunidad son utilizadas para prevenir la malaria.
Wame, de 23 años, vistiendo el tradicional atuendo bosquimano hecho de pieles de animales. Los bosquimanos también tienen prohibido cazar desde que el Gobierno aprobara una ley en 2014 que solo lo permite en granjas privadas, generalmente de personas adineradas que las ceden al turismo extranjero. Esta minoría caza animales que no están en peligro de extinción, como antílopes, para alimentarse y vestirse. Las ropas que lleva Wame no son las que usan en el día a día, las tienen reservadas para hacer excursiones con turistas extranjeros a los que dan a conocer su cultura y sus tradiciones.
De izquierda a derecha están Gakelebape, Thsamii, Wame y Quokwa. Ellos y otros bosquimanos trabajan en el sector del turismo para ganar algo de dinero y también para dar a conocer su cultura, que está en riesgo de desaparecer. Ellos, en concreto, trabajan para un camping llamado Trail Blazers dos horas por la mañana y dos por la tarde. Primero realizan una excursión con los clientes del camping en la que les muestran el uso que ellos hacen de las plantas del bosque. Por la noche realizan sus bailes ancestrales ante una hoguera.
Un turista pone a Wame su reloj de pulsera. Aunque en la imagen el choque cultural parezca muy evidente, en realidad no es así, pues chicos como Wame visten a la manera occidental cuando no están trabajando. Su generación ya ha sido educada en escuelas corrientes, saben inglés y están al día de las comodidades y artilugios de la vida moderna. Esta entrada en el sistema preocupa a los defensores de la cultura bosquimana: Por ejemplo, el hecho de estudiar en un colegio donde no se imparten clases de khoisan, la lengua nativa de esta comunidad, hará que al final acabe desapareciendo.
Los turistas y los bosquimanos pasean juntos por la floresta, en los alrededores del camping, y estos últimos explican los usos que ellos dan a las diversas plantas y raíces. Los indígenas hablan una de las variantes del khoisan para expresarse. Este es un idioma muy arcaico y complicado que consta de sonidos como chasquidos de lengua. A la izquierda y con sombrero está Robert, el guía que hace de traductor entre unos y otros.
Robert es el guía de Trail Blazers y conoce cinco de las numerosas lenguas khoisan que hablan los bosquimanos del sur de África. De niño se crió muy cerca de ellos y conoce sus costumbres y los problemas que están sufriendo tras haber sido expulsados de sus tierras.
Tres mujeres seleccionan frutos de un arbusto durante un paseo por el bosque con un grupo de turistas.
Tshamiie consigue hacer fuego con la ayuda de una piedra y un palo. Los bosquimanos han sido tradicionalmente una comunidad nómada de cazadores y recolectores, y saben sobrevivir perfectamente en plena naturaleza.
Quoqkwa, Gakebagape y Tata se lavan las manos. Obtienen el jabón de una raíz específica y el agua la almacenan en un huevo de avestruz.
Un grupo de turistas descansa en el salón de estar del camping Ghanzi Trail Blazers. Iniciativas turísticas como estas son buenas porque aportan un sueldo y un poco de orgullo a los bosquimanos, pero no suponen una solución real al problema.
Cabañas al estilo bosquimano. Estas pertenecen al camping Trail Blazers y los turistas que lo deseen pueden alojarse en ellas para entender cómo viven los indígenas. Ellos, cuando salen del asentamiento para trabajar, se alojan en granjas o casas con baños, cocina, dormitorios, etc, pero según Noleen Seymour, directora de este camping, ellos prefieren dormir en estas cabañas y sobre el suelo, no en un colchón.
Paisaje a última hora de la tarde del bosque cercano a Ghanzi. En parajes así han vivido los bosquimanos durante miles de años.
Bootshou es una anciana bosquimana que también está involucrada en el trabajo con los turistas. Los que están interesados abandonan los asentamientos por tres meses, aunque si luego están a gusto pueden solicitar quedarse más tiempo y, si no les gusta, pueden volverse cuando lo deseen.
Kayate es un anciano cazador bosquimano que no sabe cuántos años tiene. Él vivió en los tiempos en que su comunidad era libre y podía habitar en la Reserva Central del Kalahari, y ha vivido las expulsiones que el Gobierno realizó en 1997, 2002 y 2005.
Las marcas en la espalda de Kayate son tatuajes. Fue un cazador admirado y reconocido, y lleva esa reputación tatuada en el cuerpo: cada raya, una proeza. Su arrugada espalda, igual que el pecho, está surcada por una infinidad de ellas.
Kayate es todo hueso y pellejo, camina descalzo y viste únicamente un calzón de piel y una capa. Pero le brillan los ojos como si de un chaval se tratara cuando se yergue para otear el horizonte, como si esperase encontrar un impala o un eland que atravesar con su lanza.
Xobana es la mujer más joven del grupo que trabaja con los turistas en Ghanzi. A ella le gusta fumar. El tabaco es una novedad en la vida de los bosquimanos, igual que el alcohol, y ambos han hecho mucho daño a su salud, pues los consumen en exceso gracias a las ayudas económicas que obtienen del Gobierno. Para Jumanda Gakelebone, activista y portavoz de esta minoría, el Ejecutivo no tendría que darles ninguna ayuda si, simplemente, les dejara volver a vivir según sus costumbres.
Niños como este, que es hijo de Tata, no han conocido la vida en el Kalahari. Los críos pueden ir a las escuelas de los asentamientos o a las que hay en los pueblos y ciudades de todo el país, pero en ellas no se imparte el idioma khoisan y tampoco aprenden nada sobre su cultura ancestral. Por eso, en vacaciones muchos acompañan a sus familiares a trabajar con los turistas, pues así ellos también aprenden.
Los bosquimanos son muy buenos con la mímica y la usan para explicar cualquier asunto a los extranjeros. En la imagen, Tshamiie está escenificando un dolor de cabeza para luego enseñar la hierba medicinal que lo cura. Wame y Kayate están junto a él.
Tata da de comer los frutos de un arbusto a su hijo. Tradicionalmente, los bosquimanos se han alimentado de carne de caza, hierbas y raíces. Al adoptar un estilo de vida moderno y al entrar el dinero en sus vidas, han podido acceder a alimentos procesados que no son muy sanos para la salud. Este cambio de hábitos está aumentando el número de personas con obesidad y diabetes, denuncian desde Survival Internacional.
La excursión con los extranjeros acaba con una fogata y unos cigarros.
Por la noche, los bosquimanos realizan sus danzas rituales. Es la otra tarea que tienen que cumplir cuando trabajan para dar a conocer a los turistas su cultura. Estos bailes tienen lugar en torno al fuego: las mujeres y los niños permanecen sentados, dan palmas y cantan. Los hombres jóvenes bailan.
Wame y Tshamiie hacen un baile con cornamentas de algún tipo de ciervo frente a un grupo de turistas.