Etiopía: ¿ojos abiertos o cerrados al progreso?

El hermoso proyecto fotográfico 'Ape dumma' es metáfora y retrato de las tribus del valle del Omo que, presionadas por la construcción de presas en sus territorios, atraviesan un difícil momento con pérdida paulatina de sus tradiciones

En la imagen, una niña del poblado mursi de Marreke en el Parque Nacional de Mago posa vestida con una manta de tejido sintético y un casco de obrero procedente de la cercana construcción de una planta azucarera.Czuko Williams
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África es omphalos, nodo y nexo. África es diversidad y colorido. África es tradición y también puente y, quizá para su desgracia, uno de los continentes más ricos en materias primas y recursos codiciados por la industria tecnológica y alimentaria. Eso la convierte en uno de los enclaves más deseados y depredados del planeta por este moderno “mundo líquido” que diría Zygmunt Bauman.

Por eso África es un continente de contrastes mortalmente herido. Un continente en el que la tradición y la modernidad son la realidad, contrapuesta y dolorosa, de una metáfora visual. Una metáfora en la que se enfrentan dos polos cargados de significados dicotómicos: los ojos abiertos o cerrados al progreso, al cambio imparable, a la impertinente y mal querida realidad. A esa realidad que viene impuesta, no ya por el paso del tiempo, sino sobre todo por los postulados del modo de vida occidental y, en el peor de los casos, por los esquemas de pensamiento económico oriental marcados por la China moderna.

En el Valle del Omo conviven, en un frágil equilibrio, ocho tribus que reúnen a más de 200.000 seres humanos

La visión dominante, occidental y, en cierto modo, etnocéntrica que subsume todas las esferas de la sociedad, la cultura y la economía, se obstina en señalar las diferencias entre ellos y nosotros. Es el concepto filosófico, antropológico y psicológico de la otredad. Esa otredad en la que cada vez reconocemos menos al otro y por el contrario, queremos convertirlo más en nosotros.

Esta visión etnocéntrica ha sido la base secular del colonialismo, pero también de este nuevo neocolonialismo que está acabando con los sistemas de vida ancestrales y está alterando las visiones cosmogónicas y cosmológicas de sociedades milenarias. Para algunos, estas sociedades permanecen ancladas, a ojos cerrados, en un pasado cada vez más lejano e insostenible. Para buena parte de la población indígena, el verdadero problema es la incapacidad de asimilar el progreso sin destruir su identidad cultural.

El proceso de cambio, aun cuando pueda ser no deseado o deseable, es imparable. No es empeño ni labor del documentalista o del periodista establecer juicios de valor, pero hay una alternativa abierta, desde la visión fotográfica, para mostrar en su amplitud crítica la realidad de estas tribus.

Las imágenes que acompañan a este texto son una parte de esa mirada. Esta es la esencia del proyecto Ape dumma – Open your eyes que iniciamos en el sur de Etiopía, en el valle del río Omo, en el verano de 2017. Sin ser una demanda; sin ser una obligación; sin ser un documento contractual, esta nueva visión trata de ser una nueva forma de acercarse a la realidad de la otredad desde una perspectiva fotográfica inusual. Se trata, desde el primer instante, de mover a pensar al espectador y al lector. Hacer hablar al personaje retratado, no a través de su mirada, sino de lo que sus ojos cerrados nos transmiten.

La acción de abrir o cerrar los ojos es independiente de cualquier juicio de valor. No se trata de establecer qué postura es la más correcta, bondadosa o realista. Se trata, en este caso, de aproximar al espectador a una necesidad de posicionarse. Buscar la metáfora visual que nos permita alcanzar a esa otredad. Y aquí la posición se establece a través de una imagen despojada, en esencia, del único nexo de relación entre ambas partes: la mirada.

El proyecto Ape dumma (Abre tus ojos, en lengua kara) comienza allá donde se inició el viaje de la humanidad. Etiopía está reconocida como la cuna del hombre y a ella hemos regresado para iniciar un proceso de búsqueda de una nueva visión sobre sus tribus más arcaicas. Tribus que habitan una delgada línea que las separa del cambio total que implica la globalización. Su único aislamiento es mental. Sus aldeas, sus campos de cultivo y sus áreas de pastoreo están al alcance de cualquier vehículo, de cualquier cámara o de cualquier arma automática.

Para buena parte de la población indígena, el verdadero problema es la incapacidad de asimilar el progreso sin destruir su identidad cultural

Las riquezas de su subsuelo y de su territorio son ya pasto de la voracidad moderna. Solo sus mentes permanecen ancladas en otra realidad, ni mejor ni peor, solo diferente. Una realidad a la que se enfrentan con los ojos cerrados. La pregunta que subyace es quiénes de ellos están dispuestos a abrir sus ojos y sobre todo, si deberían abrirlos. Un debate entre el etnocentrismo y el indigenismo; de la tradición frente al progreso; del mantenimiento de unas estructuras culturales, sociales y económicas frente al buenismo bienintencionado de la labor misionera.

En el bajo valle del Omo, en el suroeste de Etiopía, la distancia que separa la tradición de la evolución es un billete de cinco birr (poco menos de 20 céntimos de euro). La suma a la que, por consenso institucional, asciende la “compra” o el “alquiler” de una pose.

Allí conviven, en un frágil equilibrio, ocho tribus que reúnen a más de 200.000 seres humanos. Muchos de ellos situados en un cambiante y extraño limbo entre la tradición y el progreso. La tradición mantenida por los ancianos, por la cultura, por lo atávico y la costumbre y la modernidad que viene de la mano de los turistas, los prospectores, los ingenieros, los comerciantes, los misioneros, los asesores militares y unos pocos jóvenes a los que la ceñida circunscripción de la tribu se les antoja demasiado asfixiante.

Etiopía, 30 años después de la mayor sequía de su historia, vive un momento de transición, como la mayor parte del continente africano. La base tribal del país, minoritaria, se enfrenta a la posibilidad de abrir sus ojos o mantenerlos cerrados más allá del pago del retrato o del capricho del fotógrafo. Sus ojos cerrados representan algo más que la mera manipulación de su realidad. Es una opción.

La distancia entre unos ojos cerrados y otros abiertos es, metafóricamente, la misma que existe entre la arcaica sujeción a la tradición y la sumisa o arriesgada aceptación el progreso.

Los últimos cinco años han sido complicados para las relaciones del Gobierno etíope y los grupos tribales de la Oromía y especialmente del Valle del Omo, en la difícil frontera con Kenia y Sudán del Sur.

Los últimos proyectos del Gobierno del dimitido Haile Mariam Desalegn han colocado en una situación muy comprometida a las principales tribus de la cuenca del río Omo, especialmente a aquellas que hunden más sus raíces en la base socioeconómica de carácter semi nómada. Es evidente que algunos cambios, como la supresión de la ablación del clítoris o la prohibición de la tradición mingui que eliminaba sistemáticamente a los niños “malditos” de algunas tribus mediante el infanticidio, han sido un acierto.

El nudo gordiano se relaciona con la gestión de la política hidrológica y el crecimiento exponencial de la agricultura extensiva de regadío. Este progreso económico, necesario según el ex primer ministro y parte de la población, choca frontalmente con el mantenimiento de los modos de vida tradicionales de las tribus.

El Gobierno no aclara qué está ocurriendo con las tribus y el proceso obligado de sedentarización y abandono de las tradiciones

La construcción de la nueva presa Gibbe III en el río Omo, en funcionamiento desde diciembre de 2016, con una inversión de más de 1.500 millones de euros por parte de Ethiopian Electric Power y el Exim Bank de China y la ayuda del Banco Mundial para el fomento del Programa de Servicios Básicos (PSB), genera 1870 MW de potencia —un 50% de la cual se vende a países vecinos, especialmente Kenia, Sudán y Yibuti— y permite nutrir un sistema de irrigación para 175.000 hectáreas sobre todo dedicadas a explotaciones extensivas de azúcar, aceite de palma, y maíz. Lo que el Gobierno no había aclarado cuando se abrió la crisis política actual es qué está ocurriendo y qué ocurrirá con las tribus, su relocalización y el proceso obligado de sedentarización y abandono paulatino de las tradiciones. Tampoco informa sobre por qué los alquileres de las tierras de agricultura extensiva a países extranjeros, principalmente Malasia, India, China y Arabia Saudí, se ha hecho a rentas bajas, de menos de un euro la hectárea.

El verdadero problema con las tribus es el de su reasentamiento. Este programa estatal se plantea como un sistema de relocalización de las poblaciones tribales, especialmente dentro de un espacio confinado y protegido por el Gobierno como el Parque Nacional de Mago (el más reciente de Etiopía, creado en 1979) y dentro del cual, a modo de reserva, quedan confinadas algunas de las de mayor diversidad y riqueza cultural y étnica, como los Aari, Banna, Bongoso, Hamar, Karo, Kwegu, Male, Bodi y Mursi. En su periferia, otras tribus como Dassanach o Nyangaton, se enfrentan a problemas similares y a una presión que conduce directamente a su extinción.

Según diferentes estudios, como el Enginering Ethnic Conflict  del Oakland Institute o los elaborados por Survival International y la ONG Friends of Lake Turkana, el problema radica en que aunque no hay una evidencia clara de migraciones forzadas, el proceso de reasentamiento es una realidad. Para Human Rights Watch está claro que existen violaciones sistemáticas de los derechos humanos en Etiopía y recalca que la invasión de las tierras tribales para rentarlas o venderlas a la agricultura extensiva es manifiestamente ilegal.

La sedentarización, la imposición del abandono de ciertas tradiciones como la economía de trueque, la realización de escarificaciones, las perforaciones labiales o la ruptura de los ecosistemas tribales están generalizando problemas de amplio calado entre el Gobierno y las tribus. Problemas de seguridad que se agravan por el consumo de alcohol, la posesión incontrolada de armas y los enfrentamientos armados como los de 2013, que terminaron con la muerte de más de medio centenar de suris en la matanza del mercado de Maji, los choques con el Ejército en marzo de 2016 o el ataque perpetrado en la misma zona por grupos tribales Surma contra turistas europeos en noviembre de ese mismo año.

La relocalización de tribus es en realidad un proceso de creación de reservas en las que las tribus se han convertido en un recurso turístico de primer orden. El fomento del etnoturismo se ha presentado por el Gobierno etíope y los turoperadores como una solución de compromiso en la que no se ha tenido en cuenta el problema de aculturación-transculturación asociado a la interacción entre tribus y extranjeros (faranjis), ni los sentimientos de explotación y frustración surgidos en la relación entre los turistas y las tribus.

Todo esto ha derivado en un proceso de pérdida de identidad por parte de las tribus como manifiesta el uso de disfraces y elementos inverosímiles de adorno y decoración, la copia de atuendos de otras tribus menos accesibles o incluso la replicación de posturas o acciones por parte de los indígenas para tratar de contentar al turista y con ello conseguir más birr. Esto quedó perfectamente plasmado en el documental Framing the other, elaborado en 2011 por Ilja Kok y William Timmer. Así, el turismo fomentado por el Gobierno como solución a algunos de los problemas tribales es percibido por las tribus como culturalmente destructivo y explotador.

Este proceso de degradación y de pérdida de identidad cultural se aprecia cuando se convive con las tribus de forma estrecha tal y como manifiestan las imágenes que acompañan este reportaje, donde se aprecia claramente la dicotomía entre lo tradicional y el progreso. Entre la esencia cultural propia y la transculturación; entre lo real y auténtico y lo que la tribu percibe que precisa, necesita o desea el visitante extranjero. En definitiva, la evidencia de un mundo no solo en cambio, sino en vías de desaparición y ante el que somos ahora nosotros quienes debemos preguntarnos durante cuánto tiempo podremos seguir manteniendo los ojos cerrados.

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