Análisis

Fulgor y catástrofe de los ‘indepes’

A los separatistas se les brindó casi gratis el argumentario desde fuera de la política

El expresidente de la Generalitat y candidato de Junts per Catalunya, Carles Puigdemont, en el centro de Convenciones de Bruselas, el pasado 21-D. STEPHANIE LECOCQ (EFE)

Dos de las tres listas independentistas aguantaron bien. Pero esa resistencia no se debía principalmente a sus propias virtudes. Al menos más allá de la paciencia y generosidad de sus entusiastas.

La causa es que se les brindó casi gratis el argumentario desde fuera de la política. Poco en sus propuestas era cosecha nueva.

Y casi todo lo sustancial se les regaló. Los porrazos del 1-O; las contundentes medidas cautelares judiciales; su consecuencia, la realidad de políticos presos (o prófugos) con falsa apariencia de presos políticos; la fábula de un ...

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Dos de las tres listas independentistas aguantaron bien. Pero esa resistencia no se debía principalmente a sus propias virtudes. Al menos más allá de la paciencia y generosidad de sus entusiastas.

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La causa es que se les brindó casi gratis el argumentario desde fuera de la política. Poco en sus propuestas era cosecha nueva.

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Y casi todo lo sustancial se les regaló. Los porrazos del 1-O; las contundentes medidas cautelares judiciales; su consecuencia, la realidad de políticos presos (o prófugos) con falsa apariencia de presos políticos; la fábula de un president exiliado; la azarosa resolución judicial sobre el (discreto) tesoro de Sijena. Todo eso lo lograron fuera de la política convencional.

De ahí el fulgor de los indepes. Resultados tangibles, aunque en descenso (muy suave). Y contrarrestados por fracasos.

Algunos, anteriores a la votación de ayer. El principal es que ni persiguieron, ni reeditaron, ni se presentaron como un bloque: tres listas distintas y ningún líder verdadero; negativa a un programa común y dispersión de planes; recelo extremo entre los patrones de Bruselas y Estremeras; divisiones en varias candidaturas, brutales en la neopujolista.

Junto a ese, su gran fiasco es que van a tener que seguir siendo independentistas. No independientes. Esto es, partidarios y no usufructuarios de la independencia: no podrán gozar de la senyera y seguirán encadenados a la facciosa estelada.

No saben aún, ni sus electores, si deben uncirse al yugo de la unilateralidad imposible, a la bilateralidad improbable o al autonomismo del que perjuraron.

Y el retorno a lo que tildaron de “pantalla pasada”, un referéndum pactado (al que querían atraer a los comunes) se antoja arduo: ¿quién confiaría en su lealtad tras el abuso de computar su derrota (47,8%) del plebiscitario 27-S como mandato victorioso, cuando fue derrotado?

Y ya no son más creíbles sus ficciones de una secesión gratis. Europa no la quiso, el euro no la cobijó, los españoles no la jalearon, la sociedad desconfió y se les rompió entre los dedos, las empresas huyeron, desobedecer conllevó costes. Los activistas de la secesión son imaginativos, audaces, innovadores. Pero ya no son más Houdini.

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