Columna

Cómo tratar las fracturas

El ecosistema de la convivencia no es otro que los principios constitucionales. El perímetro del entendimiento democrático

Cartel del candidato de ECR a las elecciones del 21-D, Oriol Junqueras (Barcelona). Cristobal Castro (EL PAÍS)

Reconciliación. Apenas anunciadas las elecciones, el piadoso deseo comenzó a circular como un propósito para el día siguiente, hoy. Había que cerrar la fractura social, pasar página. Algunos incluso querían pasar página sin terminar de leer la anterior, como Iceta con su propuesta de perdonar sin saber qué. Una suerte de indulto preventivo y general que resulta difícil distinguir de la impunidad.

Obviamente, el odi...

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Reconciliación. Apenas anunciadas las elecciones, el piadoso deseo comenzó a circular como un propósito para el día siguiente, hoy. Había que cerrar la fractura social, pasar página. Algunos incluso querían pasar página sin terminar de leer la anterior, como Iceta con su propuesta de perdonar sin saber qué. Una suerte de indulto preventivo y general que resulta difícil distinguir de la impunidad.

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Obviamente, el odio fatiga. El reto consiste en precisar el paisaje de su final. Aquí no hay nada que descubrir. El ecosistema de la convivencia no es otro que los principios constitucionales. El perímetro del entendimiento democrático.

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Causa rubor recordar que no estamos ante dos bandos que buscan “lugares de encuentro”. El nacionalismo no va de eso. La perversión radica tanto en los procedimientos como en las ideas. Mejor dicho, las ideas, excluyentes, y los procedimientos, totalitarios, resultan inseparables. Las banderas de parte que señorean las instituciones comunes, los medios públicos entregados al agitprop, las calificaciones como persona non grata no son excentricidades, sino convicción traducida en programa.

Incluso los defensores de la reforma constitucional están obligados a reconocer que los principios constitucionales son de mal llevar con proyectos que sostienen la incompatibilidad de identidades. Si hay que garantizar los principios, el marco constitucional ha de enfrentarse —y no acoger— al nacionalismo.

Otro asunto es la naturaleza de la respuesta. La trama de incentivos no debería favorecer proyectos que buscan socavar la democracia. Quizá incluso debamos matizar los recurrentes elogios a nuestra Constitución. Los resultados, deprimentes, están a la vista. Y no porque el diseño institucional haya ignorado ciertas “realidades nacionales” sino porque ha contribuido a recrearlas. Nuestros problemas no son el resultado de diferencias ignoradas por las instituciones sino que el diseño institucional está en el origen de las diferencias. Por dejarlo claro: los nacionalismos, que desprecian nuestro marco constitucional, son en buena medida un resultado de ese marco.

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