Lavanda, la fórmula del éxito de la Provenza

Parte de las ocho hectáreas de lavanda Carla.Jean Picon

THIERRY WASSER, perfumista de Guerlain, acaricia las flores, se lleva las manos a la nariz e inspira con fuerza. “Aquí empieza todo”, dice. La lavanda que se extiende ante sus ojos es especial. Incluso tiene nombre propio: Carla. Y es uno de los ingredientes estrella de Mon Guerlain, su nueva fragancia.

Los famosos campos malvas de la región de Drôme han empezado a perder su color. Es la señal de que la flor está madura y hay que cortarla para su uso. Fabien Morel, de 42 años, lo sabe bien. Pertenece a la cuarta generación de agr...

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THIERRY WASSER, perfumista de Guerlain, acaricia las flores, se lleva las manos a la nariz e inspira con fuerza. “Aquí empieza todo”, dice. La lavanda que se extiende ante sus ojos es especial. Incluso tiene nombre propio: Carla. Y es uno de los ingredientes estrella de Mon Guerlain, su nueva fragancia.

Los famosos campos malvas de la región de Drôme han empezado a perder su color. Es la señal de que la flor está madura y hay que cortarla para su uso. Fabien Morel, de 42 años, lo sabe bien. Pertenece a la cuarta generación de agricultores de lavanda de su familia. Sus bisabuelos fundaron el negocio en la década de los cincuenta, cuando estas plantas salvajes empezaron a cultivarse en la Provenza. “Hoy unas 10.000 personas vivimos de la lavanda”, calcula. Agricultores, como Morel, apicultores de miel de lavanda o trabajadores de las 95 destilerías repartidas por la zona. Además del negocio de la lavanda, los valles lilas se han convertido en un emblema de la región y del país. Sus más de 20.000 hectáreas moradas atraen a millones de turistas cada año.

El agricultor Fabien Morel cultiva la lavanda en sus campos de la Provenza francesa para Guerlain.

Morel y su familia han sido testigos, y protagonistas, de esa transformación del paisaje y la economía locales. En 2010, él mismo triplicó sus terrenos en las montañas de Barret-de-Lioure. Fue entonces cuando decidió cultivar lavanda Carla en 24 de sus 93 hectáreas. Esta variedad, especial por la sutileza de su aroma, se planta a más de 1.200 metros de altura y ha cautivado a las narices más exquisitas del planeta. Como la del suizo Thierry Wasser.

En la cumbre de su vida estacional, la lavanda Carla desprende un aroma más intenso. Al sentirlo, Wasser se traslada al día en que la cató por primera vez. Fue hace tres años, durante una presentación en Versalles. Un hombre menudo se acercó y le tiró de la manga de la chaqueta, como hacen los niños. El perfumista estaba ocupado, pero su insistencia surtió efecto. Le mostró una caja con varias muestras de sus esencias, Wasser las olió una a una y, cuando llegó a la lavanda, se detuvo. “Algo me hizo clic”.

El hombre menudo era Laurent Dreyfus-Schmidt. Agricultor y destilador, en 2002 fundó Baume des Anges, una empresa especializada en la extracción de esencias. Su sistema de destilación en frío permite obtener un aroma casi idéntico al de la planta fresca de los campos. “Esta variedad evoca transparencia y veracidad, como las mujeres. Sentí su autenticidad, su sencillez y supe que tenía que formar parte de mi nueva creación”, recuerda Wasser.

En la destilería, la lavanda se seca durante 48 horas.

Mon Guerlain nace como una oda a la mujer y a la memoria de las batallas que ha emprendido a lo largo de los 190 años que cumple la maison en 2018. Ha hecho falta un año de trabajo y 500 pruebas hasta crear la fórmula exacta. En ella, la lavanda Carla suaviza la sensualidad de la vainilla, materia prima fetiche de Guerlain, confiriéndole unas notas de frescor; el jazmín sambac actúa como nexo entre ambas esencias; la madera del sándalo le da fuerza; y así hasta un total de 40 ingredientes. Con más de 1.100 fragancias diseñadas, las cinco generaciones de perfumistas de la firma francesa han recorrido el mundo buscando la excepcionalidad en cada una de sus flores. Wasser añade ahora a este largo listado la lavanda Carla.

“La creó Charles Poisson hace unos 15 o 20 años, cuando las plagas de parásitos arrasaron cientos de hectáreas en la Provenza”, explica Morel. “Es más resistente a las enfermedades y, en mi caso, se trata además de una plantación orgánica y sin pesticidas”. Por eso requiere un tratamiento especial. Por ejemplo, deben limpiar manualmente cada planta. “Exige más atenciones, pero la calidad de la esencia es inmejorable”.

Tanto, que en las cooperativas cada kilo de Carla se paga a 170 euros, cuando el de la lavanda tradicional se sitúa en torno a los 110, cuenta Morel. Y apenas se recolectan 23 kilos de flor por hectárea, mientras que en el caso de otros tipos más comunes se obtienen unos 60 kilos. Las proporciones de la variedad Carla que usa Guerlain son confidenciales, pero la lavanda es en sí misma un tesoro aromático: las destilerías necesitan una media de 150 kilos para extraer un litro de su esencia.

La diferencia de densidades separa el agua de la esencia pura, que se guarda en pequeños frascos. En la segunda foto, la nueva fragancia Mon Guerlain.

La inversión vale la pena. Las fragancias florales son las elegidas por el 50% de los consumidores en una industria, la de perfumería, que en España facturó más de 1.200 millones de euros el año pasado, según la Asociación Nacional de Perfumería y Cosmética. Y el consumo de perfumes de alta gama, como Mon Guerlain, es el que más crece cada año.

Los agricultores y destiladores de lavanda han sabido aprovechar este filón en un momento en el que la competencia internacional aumenta. Bulgaria supera ya a Francia en la producción de esta planta, con más del 60% del mercado mundial. Los franceses tratan de afianzar su segunda posición —33%—, y los cultivos de lavandas finas, como la Carla, son su mejor baza. En opinión de Morel, “nuestro microclima y savoir faire hace que no se pueda conseguir una como esta en ningún otro lugar del mundo. En alta perfumería, Bulgaria no es competencia”.

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