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¿Qué es lo que les da esperanza a los migrantes y refugiados?

En Melilla, decenas de africanos viven en un limbo no saben si podrán continuar su viaje o tendrán que regresar a sus países. Esto les motiva para salir adelante

“La música es mi regalo y mi motivo de vivir. Me he sentido así toda mi vida. Siento que tengo una misión, un objetivo”. dice D. de 25 años, procedente de Costa de Marfil. Al encontrarse sin dinero para pagar a las mafias, D. decidió probar otras opciones. “Me arriesgué y nadé de Marruecos a Melilla usando esta tabla de niños. Todos los pasos que he tomado desde entonces han sido con un sueño en mi mente: convertirme en un artista. Enseñaré al mundo que nada puede pararme”.
M., de 22 años, era chef en un Hotel de su país natal, Argelia. Después de asistir a un programa de televisión sobre cocina con una presentadora famosa, sufrió persecución por parte de un grupo armado que buscaba a esa mujer. Enfrentado a una amenaza de muerte, tubo que huir solo a buscar protección internacional. Pero nada de eso lo ha hecho abandonar su pasión, y todo lo que M. quiere es ser un mejor cocinero. “Aquí la comida es terrible... Todo lo que puedes hacer es sentarte y esperar. En lo único que puedo pensar es en llegar a España y reempezar mi vida de nuevo”.
Desde que era un niño, B., de Guinea Conarky, ha soñado con convertirse en un jugador de fútbol profesional. “Siempre era el mejor cuando jugaba con mis amigos. Cerca de la portería siempre marcaba gol. Sin embargo, no hay nada más para mí en mi país. No tengo familia, no me queda nadie, no tengo trabajo. Allí basta con que nazcas con una etnia distinta para que no tengas los mismos derechos que los demás. Todo lo que quiero es estudiar y jugar a fútbol. Eso es lo que me da fuerza par seguir a delante”.
“En Aleppo, Siria, era profesora de francés. Todo lo que un día me perteneció está destruido. Mis amigos, que he ido encontrando durante el camino, y mis hijos, con los que he venido... eso es lo que me da esperanza.” Dice F., una mujer de 45 años que justo acaba de llegar al CETI de Melilla. Con suerte, para ella la estadía en el Centro no superará los cinco meses. A las personas sirias les suelen conceder el asilo rápidamente, y así, pueden subir a la península para seguir su camino.
“En mi pueblo, en Guinea, era pescador. Me encanta la pesca y quería estudiar ingeniería pesquera, pero no pude. La etnia en mi país es un factor muy importante y a mí no me permitieron acceder a la universidad. Todo lo que quiero es cursar una carrera universitaria, tener un buen trabajo y futuro. Cada vez que miro los coches me dan esperanza. Son fuertes, seguros. Especialmente los BMW”, responde P. de 22 años, de Guinea.
M. tiene 24 años y es de Marruecos. “Estaba estudiando Derecho en la Universidad, pero tuve que irme. Empecé a ser perseguido por mis ideas políticas y no pude soportarlo más”, cuenta. En su pequeña libreta escribe poesía y prosa sobre sus historias. “Desde que fui expulsado del CETI intento escribir mis experiencias. Me ayuda a procesar las cosas y a mantenerme sano mientras estoy viviendo en las calles. Espero que algún día pueda publicar este libro”. A M. le fue denegada la solicitud de asilo y él se negó a abandonar la ciudad autónoma por miedo a volver a su país, viviendo en las calles sin ningún tipo de ayuda.
“Cuando fui expulsado del Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes tuve que vivir en esta cabaña por dos meses, mientras juntamente con las Organizaciones locales luchaba por mis derechos y por ser readmitido. Las personas que me acogieron en esta cabaña se convirtieron en mi familia. Algunos de ellos también habían sido expulsados, y otros venían a pasar sus días para airearse del Centro”, comenta B. de 19 años, de Marruecos, que ha sido readmitido en el centro recientemente. “Por las noches, vengo aquí y sueño con mi futuro y hago planes para cuando me concedan los papeles y pueda ir a España”. B. solicitó protección por ser católico. “Lo que más hecho de menos son los pastelitos que se comen durante el ramadán. Me encanta mi país, pero no puedo vivir ahí”.
A., de 21 años, procedente de Marruecos, solicitó asilo por persecución por pertenecer al colectivo LGTB. Durante toda su vida A. ha sufrido dificultades y burlas por su orientación sexual. “Mi mejor amiga dejó de hablarme cuando se enteró. Incluso me expulsaron del piso en el que vivía”. Fue entonces cuando A. decidió ir a Melilla a buscar protección. “Aquí me siento libre, puedo ser yo misma”, comenta. No solo para ella, sino para todos los integrantes del grupo LGTB que viven en el Centro, este momento supone una liberación de todas las restricciones que han vivido hasta el momento. “La primera cosa que miro al levantarme por la mañana es la fotografía de mi madre. Ella falleció hace un año, pero sigo hablando con ella cada día”.
O. tiene 25 años y es de Marruecos. "Conocí a mi novio M. en Rabat. Él y su familia llevaban dos años huyendo de la Guerra Civil siria cuando llegaron a mi ciudad. Nos enamoramos y decidí venir con él para España", dice la joven. Cuando llegaron a Melilla, solo su pareja pudo seguir para Europa, juntamente con su padre y su madre, que ya estaban en Alemania. Cuando la petición de asilo de O. fue denegada, él decidió volver para estar con ella. Estuvieron viviendo dos meses en una cabaña juntamente con otros marroquíes que habían sido expulsados del CETI”. El amor me da esperanza. Mi novio sacrificó a una vida en Europa para estar a mi lado.
"Siempre que miro el cielo me da esperanza. Ahí los pájaros vuelan libres y no hay fronteras ni vallas", dice I., un chico de 20 años de Guinea Conakry. Ha llegado a Melilla después de vivir por varios meses en uno de los muchos campamentos de subsaharianos alrededor de la ciudad. Ahí, centenares de personas viven en condiciones insalubres, sin acceso a agua potable ni comida, perseguidos por las fuerzas auxiliares marroquíes. Los que aun tienen dinero pueden pagar a una mafia para que los lleven en el salpicadero de un coche o en patera a la península. A quienes no tienen esa suerte, no les queda otra opción que no sea pasar intentar saltar la mortífera valla de seis metros de rodea el enclave español.