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Refugiados africanos en Israel

Israel ha reconocido hasta ahora menos del 1% de las solicitudes de asilo, el porcentaje más bajo en el mundo occidental. 45.000 solicitantes africanos sobreviven en condiciones precarias

Walyaldin Suliman, un solicitante de asilo darfurí de 33 años procedente de Sudán, en la habitación alquilada que comparte con otro demandante en el barrio de Newe Shaanan, en la zona sur de Tel Aviv.

Walyadin participó en política al lado de la oposición sudanesa y huyó del país tras ser reclutado para el Ejército, ya que esto suponía luchar contra su propia gente en su tierra natal, Darfur, y en otras zonas de Sudán violentamente oprimidas, como los Montes Nuba.

Entre sus dos empleos, uno en la cocina de un restaurante y otro llevando una precaria peluquería para hombres cuyos clientes son exclusivamente otros demandantes de asilo, Walyadin no pierde el tiempo: asiste a clases de hebreo, participa en campañas, organiza actos y recauda donativos para construir un instituto para chicas en la región de Jokhana, en Darfur. Asimismo, interviene en obras teatrales organizadas y representadas por refugiados para sensibilizar a la ciudadanía israelí de su situación.

Gran parte de la comunidad se ha instalado en la zona sur de Tel Aviv, donde se encuentra la estación central de autobuses y en la que abundan los pequeños negocios dirigidos por personas a la espera de recibir el estatus de refugiado, cuya clientela está compuesta principalmente por otras en su misma situación. Sin embargo, quienes se oponen a la presencia de demandantes de asilo en Israel, afirman que estos han robado empleos que podrían estar ocupados por israelíes, a pesar de que, antes de la Segunda Intifada y del cierre de Cisjordania, las tareas para las que se requiere poca cualificación solían desempeñarlas palestinos.

Violeta Santos Moura

Walyaldin Suliman, un solicitante de asilo darfurí de 33 años procedente de Sudán, en la habitación alquilada que comparte con otro demandante en el barrio de Newe Shaanan, en la zona sur de Tel Aviv.

Los únicos espacios disponibles para los solicitantes de asilo son habitaciones pequeñas, miserables y abarrotadas, por debajo de las condiciones de habitabilidad, debido a que la mayoría de los propietarios de viviendas no se las alquilan. La alta concentración de refugiados en esta zona de Tel Aviv ha despertado la hostilidad de los israelíes hacia estas comunidades, que constituyen gran parte de la mano de obra no cualificada de Israel.

Violeta Santos Moura

En un taller del centro de Tel Aviv, un israelí elogia la pericia de su empleado como sastre de vestiduras religiosas.

Mientras que una parte de la población de Israel mira a los solicitantes de asilo con hostilidad o con indiferencia, otra parte depende de ellos para ocupar puestos de trabajo que los israelíes ya no quieren, como los relacionados con la construcción, la limpieza, la cocina y otros empleos de baja cualificación. Sin embargo, quienes se oponen a la presencia de estas personas en Israel, afirman que se han quedado con empleos que podrían estar ocupados por israelíes, a pesar de que, antes de la Segunda Intifada y del cierre de Cisjordania, las tareas para las que se requiere poca cualificación solían desempeñarlas palestinos. Al final han sido los solicitantes de asilo los que han ocupado esos puestos de trabajo.

Violeta Santos Moura

Hijos de padres solicitantes de asilo juegan en un parvulario montado y gestionado por miembros de la comunidad de demandantes africanos en el sótano de un edificio de la zona sur de Tel Aviv.

El jardín de infancia, organizado por una pareja de solicitantes de asilo, está atendido por voluntarios y ONG israelíes, y a pesar de que ocupa un sótano sin acceso al exterior y de que está saturado, dispone de algunas de las mejores instalaciones al alcance de las personas a la espera de ser acogidas en el país.

Dado que muchos hijos de refugiados no tienen la posibilidad de asistir al parvulario con los niños israelíes, y a la decidida oposición por parte de los padres de estos últimos, muchas familias han recurrido a espacios privados, no reconocidos e ilegales, dirigidos por los propios solicitantes para responder a las necesidades de las familias. La mayoría están atestados, les falta personal, carecen de seguridad y, con sus espacios mal iluminados y sin acceso al exterior, no están en condiciones de ofrecer un entorno adecuado a los niños.

Violeta Santos Moura

La atleta y solicitante de asilo de 18 años Esteer Gabriel (detrás, izquierda), procedente de Sudán del Sur, trenza el cabello de Chinenye Ohanenye (delante, izquierda) mientras charla con Miracle Godwin (derecha) en un dormitorio durante un campamento de atletismo en el norte de Israel.

Al igual que ella, casi todas sus compañeras de equipo que esperan que se les reconozca la condición de refugiadas tuvieron infancias difíciles. Fueron testigos de muertes y sufrimiento; miembros de su familia fueron asesinados, perseguidos, torturados y encarcelados en sus países de origen, y tuvieron que huir de la guerra, los conflictos, el acoso y el genocidio.

Violeta Santos Moura

La atleta y solicitante de asilo de 18 años Esteer Gabriel (centro), procedente de Sudán del Sur, se prepara para competir en el estadio del Centro Nacional de Deporte de Tel Aviv, en Israel.

Cuando Esteer y otras prometedoras compañeras de equipo en busca de asilo empezaron a correr y a ganar competiciones, sus victorias no fueron reconocidas como tales por las autoridades deportivas israelíes debido a la situación de ilegalidad de las atletas. Sin embargo, tras una larga batalla entre los directores de los equipos y los funcionarios, finalmente se concedió autorización para que se registrase oficialmente como ganadoras a las deportistas menores de 18 años, independientemente de su ciudadanía. A pesar de todo, se les siguió prohibiendo que representasen a Israel en las competiciones internacionales. Por esta razón, y a pesar de que el equipo se ha convertido en uno de los mejores –si no el mejor– del país, el sueño olímpico de gran parte de los jóvenes solicitantes de asilo sigue pendiente de un hilo. La única posibilidad para muchos de ellos la ofrece el precedente sentado recientemente por el Equipo Olímpico de Atletas Refugiados de los Juegos de Río 2016. En todo caso, sin el estatus oficial de refugiado, también esta vía sigue siendo incierta.

Violeta Santos Moura

La atleta y solicitante de asilo de 18 años Esteer Gabriel, procedente de Sudán del Sur, descansa antes de entrenarse totalmente cubierta, como acostumbra.

Esteer es natural de la región de Sudán que, en 2011 y tras una sangrienta guerra civil, logró su independencia y se convirtió en Sudán del Sur. La joven y su familia huyeron de la que hoy en día es la capital del país, Yuba, después de que su padre fuese puesto en el punto de mira y asesinado. Aun así, a ella y a su familia no se les concedió el estatus de refugiados. Hasta ahora, Israel solamente se lo ha otorgado a un sudanés y a unos cuantos eritreos de los casi 50.000 que hay en el país. En cambio, Esteer y los miembros de su familia que sobrevivieron a la matanza fueron clasificados en lo que se puede calificar de estatus “intermedio”. Esto significa que no se los considera refugiados, y que, por lo tanto, no reúnen los requisitos para recibir ayuda y protección especiales, pero tampoco son “deportables”, ya que las autoridades israelíes juzgaron que, en su lugar de origen, existe un riesgo concreto para la vida de la familia.

Violeta Santos Moura

Un solicitante de asilo eritreo cruza una calle acordonada del sur de Tel Aviv en la que un equipo de artificieros israelíes desmonta un objeto sospechoso, mientras un israelí en estado de embriaguez que había traspasado el perímetro yace en el suelo.

A este distrito llegaron por primera vez muchos demandantes de asilo después de cruzar la frontera entre Egipto e Israel y de que los liberasen del centro de internamiento de extranjeros del sur del país. Gran parte de esta comunidad se ha instalado en la zona del sur de la ciudad, en la que abundan los pequeños negocios dirigidos por miembros de la misma. Sin embargo, en general, la sociedad israelí discrimina a estas personas, que permanecen atrapadas en un limbo legal sin que las instituciones del Estado las reconozcan como solicitantes de asilo.

Violeta Santos Moura

Un hombre hace la compra en un mercado al aire libre de Tel Aviv. En Israel viven cerca de 45.000 solicitantes de asilo africanos, procedentes en su mayoría de Eritrea y Sudán.

A pesar de estas cifras, hasta el momento el país hebreo no ha reconocido ni el 1% de las solicitudes de asilo, menos que cualquier otro país occidental. Las personas que buscan refugio en Israel quedan atrapadas en un limbo legal en el que sufren discriminación social y siguen sin ser reconocidas como candidatas legítimas al asilo por parte de la instituciones del Estado. Según ASSAF, en otros países, a los eritreos y a los sudaneses, que representan “el 90% de la comunidad de solicitantes de asilo de Israel, se les reconoce la condición de refugiados en porcentajes relativamente altos en todo el mundo (88% y 64%, respectivamente). La tasa actual en Israel es del 0,2%”.

Violeta Santos Moura

Un grupo de detenidos en el centro de internamiento para solicitantes de asilo africanos de Holot, situado en el desierto de Negev, en el sur de Israel.

Algunos de ellos huyeron del brutal régimen de Eritrea, conocida como “la Corea del Norte de África”. Otros son sudaneses que han huido de la región de Darfur. Los solicitantes de asilo sudaneses escaparon del genocidio y la limpieza étnica perpetrados por el régimen árabe de Jartún contra las tribus africanas no árabes de Darfur (en el oeste del país), los Montes Nuba y la región del Nilo Azul (en el sur).

Violeta Santos Moura

Félix, un solicitante de asilo procedente de Eritrea, posa para una foto en el centro de internamiento para solicitantes de asilo africanos de Holot, situado en el desierto de Negev, en el sur de Israel.

Holot es una “prisión abierta” de la que los reclusos pueden salir, pero a la que tienen que regresar antes del recuento de las 10 de la noche si no quieren que los trasladen a una prisión cerrada. La ciudad más próxima de esta inhóspita región se encuentra aproximadamente a una hora de viaje en autobús. Los solicitantes de asilo internados en ella están detenidos sin que se haya celebrado un juicio y pueden pasar allí hasta un año. Algunos de ellos huían del brutal régimen de Eritrea, conocida como “la Corea del Norte de África”, mientras que otros son sudaneses que han huido de la región de Darfur.

Violeta Santos Moura

Un grupo de solicitantes de asilo en el centro de internamiento para solicitantes de asilo africanos de Holot, situado en el desierto de Negev, en el sur de Israel.

Algunos de ellos huyeron del brutal régimen de Eritrea, conocida como “la Corea del Norte de África”. Otros son sudaneses que han huido de la región de Darfur. Los solicitantes de asilo sudaneses escaparon del genocidio y la limpieza étnica perpetrados por el régimen árabe de Jartún contra las tribus africanas no árabes de Darfur (en el oeste del país), los Montes Nuba y la región del Nilo Azul (en el sur).

Violeta Santos Moura

Solicitantes de asilo en el barrio de Newe Shaanan, en la zona sur de Tel Aviv, en Israel.

A este distrito llegaron por primera vez muchos demandantes de asilo después de cruzar la frontera entre Egipto e Israel y ser liberados del centro de internamiento de extranjeros. Gran parte de la comunidad se ha instalado en esta zona de la ciudad, en la que se encuentra la estación central de autobuses y abundan los pequeños negocios dirigidos por solicitantes de asilo. Sin embargo, en general, la sociedad israelí discrimina a estas personas, que permanecen atrapadas en un limbo legal, sin que las instituciones del Estado las reconozcan como solicitantes de asilo.

Violeta Santos Moura
Un solicitante de asilo mira la televisión israelí, en la que aparece un cómico con la cara pintada de negro, en un restaurante de falafel de Tel Aviv. En general, la sociedad israelí discrimina a los solicitantes de asilo, que permanecen atrapados en un limbo legal, sin que las instituciones del Estado los reconozcan como tales.Violeta Santos Moura

Un solicitante de asilo africano duerme cerca del parque Levinski de Tel Aviv. A este distrito llegaron por primera vez muchos demandantes de asilo después de cruzar la frontera entre Egipto e Israel y ser liberados del centro de internamiento de extranjeros. Gran parte de la comunidad se ha instalado en esta zona de la ciudad, en la que se encuentra la estación central de autobuses y abundan los pequeños negocios dirigidos por miembros de la misma. Sin embargo, en general, la sociedad israelí los discrimina y permanecen atrapados en un limbo legal, sin que las instituciones del Estado los reconozcan como solicitantes de asilo.

Con frecuencia, han llegado a Israel afectados por enfermedades mentales debido a que han estado expuestos a niveles extremos de violencia, estrés y sufrimiento en sus países de origen y durante su huida. Apenas tienen posibilidades de curarse, mejorar e integrarse, y algunos recurren a los pequeños delitos o acaban en la indigencia.

Violeta Santos Moura

Ksenet, una solicitante de asilo eritrea de 22 años, en su casa de la zona sur de Tel Aviv, escribiendo mensajes en su teléfono móvil. En los últimos meses, Ksenet no ha tenido más trabajo que algunos empleos ocasionales como limpiadora. Por eso pasa la mayor parte del tiempo en su casa mientras su marido, Awat, también solicitante de asilo eritreo, trabaja en la cocina de un restaurante de Tel Aviv.

Aunque los hombres casados están exentos, Awat fue convocado para que compareciese en el Ministerio del Interior israelí con el fin de decidir si iba a ser enviado al centro de internamiento de Holot, y fue informado de antemano de que lo iban a mandar allí tanto si presentaba las documentación y las fotos que probaban que estaba casado y que llevaba una feliz vida conyugal con Ksenet, como si no. Holot es una “prisión abierta” en la que los reclusos normalmente cumplen sentencias de un año sin juicio previo.

Desde que el Ministerio del Interior tomó la decisión de enviar a Awat a Holot, su esposa se encuentra en un estado de permanente zozobra, preguntándose cómo va a vivir separada de Awat y cómo va a pagar una habitación para ella en Tel Aviv si la mayor parte del tiempo está en paro. Ksenet llegó a Israel después de huir de Eritrea para no ser detenida, posiblemente torturada y violada por su supuesta animadversión al régimen después de haber opuesto resistencia a ser reclutada por el Ejército de Eritrea.

Violeta Santos Moura

Ksenet, de 22 años (izquierda), y Awat, de 29 años (centro), dos solicitantes de asilo eritreos recién casados, hablan con Anat Ovadia-Rosner, de la ONG israelí Hotline for Refugees and Migrants, en las oficinas de esta en Tel Aviv, sobre su recurso a la decisión del Ministerio del Interior de retener a Awat.

Aunque los hombres casados están exentos, Awat fue convocado para que compareciese en el Ministerio del Interior israelí con el fin de decidir si iba a ser enviado al centro de internamiento de Holot, y fue informado de antemano de que lo iban a mandar allí tanto si presentaba las documentación y las fotos que probaban que estaba casado y que llevaba una feliz vida conyugal con Ksenet, como si no. Holot es una “prisión abierta” en la que los reclusos normalmente cumplen sentencias de un año sin juicio previo.

Desde que el Ministerio del Interior tomó la decisión de enviar a Awat a Holot, su esposa se encuentra en un estado de permanente zozobra, preguntándose cómo va a vivir separada de Awat y cómo va a pagar una habitación para ella en Tel Aviv si la mayor parte del tiempo está en paro. Ksenet llegó a Israel después de huir de Eritrea para no ser detenida, posiblemente torturada y violada por su supuesta animadversión al régimen después de haber opuesto resistencia a ser reclutada por el Ejército de Eritrea.

Violeta Santos Moura
Un hombre pasa junto a una pared con una pintada racista escrita en inglés en la zona sur de Tel Aviv: “Malditos africanos. Basta ya de echar a perder nuestro país. ¡Fuera! Salvajes. ¡Dejad de ensuciar el patio! Salvajes”. En Israel, los solicitantes de asilo sufren una discriminación social generalizada y las instituciones del Estado no los reconocen como demandantes legítimos.Violeta Santos Moura

Osmar Mohammed Ali, de 30 años, habla a una multitud formada por reclusos y visitantes de la situación de los solicitantes de asilo, retenidos contra su voluntad y sin haber sido juzgados, en el centro de internamiento de Holot, situado en el desierto de Neguev, al sur de Israel. Ali, que huyó de la región de Darfur, en Sudán, llegó a Israel en 2012. Pasó los primeros meses durmiendo en la calle en pleno invierno.

En 2015 fue encerrado sin juicio y pasó un año en el centro. Al igual que otros solicitantes de asilo sudaneses que lograron escapar, Ali huía de la guerra, el genocidio y la limpieza étnica perpetrados por el régimen árabe de Jartún contra las tribus africanas no árabes de Darfur (en el oeste del país), los Montes Nuba y la región del Nilo Azul (en el sur). En su caso, se negó a ser reclutado para combatir en el bando del Gobierno de Jartún contra los grupos rebeldes y la población que los apoyaba, entre la cual se encontraban muchos familiares de reclutas como Ali. En consecuencia, fue enviado a prisión, donde pasó seis meses y fue torturado continuamente.

Cuenta que, tras su llegada a Israel, solicitó que lo admitiesen en un máster en Derechos Humanos y Legislación Humanitaria en Alemania y fue aceptado. Sin embargo, como las autoridades israelíes aún no han reconocido su estatus en el país y no le han concedido la condición de refugiado ni le han entregado los documentos legales correspondientes, Alemania no puede darle un visado de estudiante.

Violeta Santos Moura

Un solicitante de asilo sudanés delante de un fondo de imágenes de Darfur en un acto organizado en Tel Aviv por darfuríes solicitantes de asilo para concienciar de la actual crisis humanitaria y del genocidio en su tierra natal, de la que huyeron a Israel en busca de protección. En Darfur, algunos de los solicitantes de asilo habían expresado sus ideas contrarias al régimen sudanés, por lo cual fueron puestos en el punto de mira y perseguidos.

Los solicitantes de asilo sudaneses escaparon del genocidio y la limpieza étnica perpetrados por el régimen árabe de Jartún contra las tribus africanas no árabes de Darfur (en el oeste del país), los Montes Nuba y la región del Nilo Azul (en el sur).La Corte Penal Internacional dictó una orden de detención contra Omar Hasan al Bachir por el crimen de genocidio en Darfur.

Violeta Santos Moura

Una mujer enciende una vela en una ceremonia celebrada en Tel Aviv por los solicitantes de asilo africanos en homenaje al eritreo de 29 años Habtom Zerhom. El joven fue confundido con un “terrorista” durante un ataque con armas de fuego a la estación central de autobuses de la ciudad de Be’er Sheva, en el sur de Israel. Un guarda de seguridad le disparó y los transeúntes lo lincharon. Mientas unos lo golpeaban, gritaban e incitaban a matarlo, otros lanzaban sillas y un banco al hombre gravemente herido.

Antes, los solicitantes de asilo solían llevar discretamente los símbolos de su religión cristiana, desde entonces es muy frecuente que lleven grandes cruces colgando fuera de la camisa como medida de precaución.

Violeta Santos Moura

Tumbas de solicitantes de asilo africanos en un cementerio privado situado en el kibutz de Hatsor, en Israel. Muchos de los epitafios dicen “Anónimo”, o “Anónimo sudanés/eritreo”, o, con menos frecuencia, “Infiltrado anónimo”.

Tras un peligroso viaje por países hostiles, los solicitantes de asilo pueden morir por el camino, víctimas de los disparos de los guardias fronterizos.

La mayoría de las personas enterradas en este kibutz del centro de Israel fueron tiroteadas y asesinadas por los guardias fronterizos egipcios. Sus cuerpos fueron recogidos por los soldados de la frontera israelí y enterrados en Israel.

Violeta Santos Moura