El director de orquesta

Observen la delicadeza con la que eleva las manos, como si diera instrucciones al violinista en vez de al delantero centro

Susana Vera (Reuters)

A uno, que no le interesa el fútbol, siempre le interesó Zidane porque tenía cara de buena persona. Uno viene de esa cultura de las buenas personas y sigue creyendo ingenuamente que la cara es el espejo del alma, asunto no del todo caduco: ahí tienen la jeta de Bárcenas, por no poner más que un ejemplo de actualidad. También es cierto, cómo negarlo, que bajo los amables rasgos faciales del exduque de Palma se ocultaba un presunto evasor. Pero Zidane nos conmovió siempre, incluso cuando el famoso cabezazo que su adversario le había pedido a gritos. Luego está lo de llamarse Zinedine Zidane, que...

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A uno, que no le interesa el fútbol, siempre le interesó Zidane porque tenía cara de buena persona. Uno viene de esa cultura de las buenas personas y sigue creyendo ingenuamente que la cara es el espejo del alma, asunto no del todo caduco: ahí tienen la jeta de Bárcenas, por no poner más que un ejemplo de actualidad. También es cierto, cómo negarlo, que bajo los amables rasgos faciales del exduque de Palma se ocultaba un presunto evasor. Pero Zidane nos conmovió siempre, incluso cuando el famoso cabezazo que su adversario le había pedido a gritos. Luego está lo de llamarse Zinedine Zidane, que es una aliteración hermosísima, también eso añadía puntos a su imagen. Un futbolista, en fin, que iba por el mundo promocionando una figura retórica y que hacía con el balón filigranas influidas por el estilo plateresco. ¿Se puede pedir más? Quizá no.

Pero he aquí que abre uno el periódico un lunes cualquiera y se encuentra con esta imagen del ahora entrenador dando instrucciones a su equipo. ¿No les recuerda a un director de orquesta en el momento de atacar una obertura? Observen la delicadeza, no exenta de vigor, con la que eleva las manos, como si diera instrucciones al violinista en vez de al delantero centro. Reparen en la posición de los dedos, en los que se acumula toda la tensión de un instante en el que el gozo se trenza con el peligro de que una nota suelta dé al traste con la partitura. No se pierdan la expresión encandilada del rostro, con la boca abierta en actitud de tararear la melodía cuyos compases coordina. Dan ganas de pedir el carné de socio.

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