Lenguaje ‘autovisual’

Los autobuses y taxis que recorren la capital boliviana de La Paz están cargados de mensajes

Autobús tuneado que recorre las calles de la ciudad boliviana de La Paz.

Un autobús tuneado es una declaración de intenciones. “Cuando el chofer tiene dibujado un santo o una Virgen en la parte trasera quiere decir que su prioridad es proteger a los pasajeros”, explica Rubén Pacari, un artista boliviano de 38 años que se gana la vida en su país natal decorando vehículos. “Y cuando nos muestra a algún personaje de serie infantil es porque extraña a sus hijos más chicos cada vez que viaja”. El último autobús que ha pintado Pacari en su taller al aire libre de la ciudad de El Alto luce un avión en cada costado y un eslogan que no da lugar a equívocos: “El lujo de vola...

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Un autobús tuneado es una declaración de intenciones. “Cuando el chofer tiene dibujado un santo o una Virgen en la parte trasera quiere decir que su prioridad es proteger a los pasajeros”, explica Rubén Pacari, un artista boliviano de 38 años que se gana la vida en su país natal decorando vehículos. “Y cuando nos muestra a algún personaje de serie infantil es porque extraña a sus hijos más chicos cada vez que viaja”. El último autobús que ha pintado Pacari en su taller al aire libre de la ciudad de El Alto luce un avión en cada costado y un eslogan que no da lugar a equívocos: “El lujo de volar por tierra”.

Para Pacari, cada diseño aerografiado es el síntoma de una época. Tras los atentados contra las Torres Gemelas, se pusieron de moda los Osama bin Laden y los Che Guevara flanqueando un par de rascacielos en llamas y los autobuses que los llevaban daban miedo. Ahora proliferan los superhéroes: los Iron Man, los Hulk y los Linterna Verde. Y también “los Messi, los Neymar y otros futbolistas reconocidos”.

A pesar de que algunos de los autobuses que pinta parecen viejos, Pacari asegura que los dueños de los autocares que lo contratan para embellecer la carrocería son los gamonales del siglo XXI, “gente que ha hecho mucha plata gracias al transporte masivo, que está dispuesta a pagar entre 2.000 y 4.000 dólares por un trabajo bien acabado”. Y dice además que todos quieren destacarse (y expresarse) “tratando de incorporar algún elemento extra a sus bocetos”: animales exóticos, formas abstractas, paisajes locales.

Los que no tienen tanto dinero, es decir, los que están a cargo de vehículos de transporte público más pequeños –de minibuses y micros–, suelen comunicarse a través de adhesivos semitransparentes que resumen su manera de entender el mundo.

Algunos llevan mensajes picantes que casi nunca pasan inadvertidos: “Hasta que la otra nos separe”, “Si quieres polvo, sígueme”, “Si estoy estorbando, tócame el pito”, “A besos entiendo, a veces no”, “Sonríe, tu mujer me ama”. Otros exhiben frases igual de ocurrentes pero menos pícaras: “No me digas que no sufres, lágrimas resbalan por tu parabrisas”, “En tierra de Dios, no corras como el Diablo”, “Yo también era un último modelo”. Y muchos colocan pegatinas con leyendas plagadas de errores ortográficos, de concordancia o de otra índole que erizarían los pelos de cualquier miembro de la Real Academia Española: “Mi umildad perdona tu ignorancia”, “Tu invidea me progresa”, “En bes de criticarme intentalo superarme por que tu envidia aumenta mi eco”.

Jayner Quizo tiene 26 años, un minibús desde hace tres y un Bart Simpson, un pitbull y un Jesucristo en su luna trasera. “El primero está ahí porque me siento joven; el segundo, porque me tranquiliza cuando alguien se queja, y el tercero, porque me hace compañía siempre que rezo”, enumera. Y René Limachi luce un Bugs Bunny y un “qué hay de nuevo, viejo” en honor a otro conductor ya fallecido. Para ambos, su vehículo es similar a una oficina: un espacio diminuto que personalizan para sentirse a gusto. Un refugio con ruedas que nos aconseja: “No me sigas porque yo también estoy perdido”.

elpaissemanal@elpais.es

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