Sentir mucho, sentir demasiado poco

Resulta muy difícil de entender que se quiera convertir el sentir demasiado poco en una política oficial

Hay gente que siente mucho. Y hay gente que siente demasiado poco. Y luego está el matiz, lo imprevisto del factor humano. La gente que parecía sentir demasiado poco y, de repente, siente mucho se rebela contra una injusticia, se vuelca con el que sufre. Se la juega.

Respecto del matiz, recuerdo una historia que se cuenta en Vida y destino, de Vasili Grossman. Es una obra poblada de personajes que sienten demasiado o sienten demasiado poco. Pero uno de los episodios más punzantes es el ...

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Hay gente que siente mucho. Y hay gente que siente demasiado poco. Y luego está el matiz, lo imprevisto del factor humano. La gente que parecía sentir demasiado poco y, de repente, siente mucho se rebela contra una injusticia, se vuelca con el que sufre. Se la juega.

Respecto del matiz, recuerdo una historia que se cuenta en Vida y destino, de Vasili Grossman. Es una obra poblada de personajes que sienten demasiado o sienten demasiado poco. Pero uno de los episodios más punzantes es el que protagoniza un hombre que parecía no sentir nada, un tipo huraño, intratable, metido en su cabaña como en una madriguera. Hay una mujer judía, la doctora Ania, que ejerce en un pueblo de Ucrania, y a la que la gente trata con consideración, en gran parte porque es médica, hasta que se presenta la amenaza nazi. Ella percibe cómo todo el mundo, la “gente normal”, le va dando la espalda. Con una excepción. Aquel tipo insociable fue el único que trató de ayudarla. Ania es una ficción real. La madre del escritor, hebrea y médica, murió gaseada en un campo de exterminio.

Los pacientes, como los estorninos cuando se reúnen, hacían una bandada protectora

Vida y destino, el libro, está vivo de milagro. Grossman, héroe soviético, narraba el terror nazi, pero no callaba los crímenes estalinistas contra su propio pueblo. El aparato totalitario no solo prohibió el libro, sino que trató de hacerlo desaparecer. Demasiada memoria. “¿Cuándo se podría publicar?”, preguntó el autor. “Quizá pasados 200 años”.

Sobre el sentir, y los matices del sentir, tiene que saber mucho Eva Giberti. Su experiencia de Escuela para Padres fue un hito pedagógico en la Argentina de los años sesenta y principios de los setenta, con ciclos en televisión y radio. Sus libros, como Escuela para Padres (1961) y Adolescencia y educación sexual (1965), fueron obras populares, muy leídas. Todo cambió cuando detuvieron a su hijo, Hernán. Cerraron la Escuela para Padres. Luego le quitaron el micro y la pantalla. El teléfono dejó de sonar. La gente “normal” no la reconocía. Los únicos que no la abandonaron fueron los pacientes de su consulta. Giberti aparecía ya en las “listas negras” de la Triple A. Todos los días había un Ford Falcón enfrente del consultorio. Pero la gente “loca” no la dejó sola, acudía día tras día. Los pacientes, como los estorninos cuando se reúnen, hacían una bandada protectora.

En Las huellas de la memoria, de Enrique Carpintero y Alejandro Vainer, donde se cuenta, entre otras, la historia de Eva, se reproduce una conversación del periodista Jacobo Timerman con el general Camps. “Si exterminamos a todos”, le dice el general, “habrá miedo por varias generaciones”. Timerman contesta: “Es lo que intentó Hitler con su política de Noche y Niebla”. Y Camps remata, o cree rematar: “Hitler perdió la guerra, nosotros la ganaremos”.

El pasado 27 de julio, en La Perla, Córdoba, donde funcionó uno de los 340 campos de concentración de la dictadura argentina, la justicia entregó los restos de cuatro jóvenes desaparecidos en diciembre de 1975. “Vimos unos boludos con el pelo largo, los secuestramos y los matamos”, comentó uno de la patota criminal. Lees la historia y lo sientes. Pero en este acto hubo un detalle que me hizo sentir y pensar. Mucho. El encargado de entregar los restos de los cuatro estudiantes de Medicina, descubiertos en unos viejos hornos por el Equipo Argentino de Arqueología Forense, el juez federal Hugo Vaca Narvaja, declaró que la determinación de la justicia y la obligación del Estado argentino es “acabar con el estado de desaparición en el país”.

Cada uno es dueño de sus sentimientos. El punto de encuentro es la justicia

Hay quienes sienten mucho. Hay quienes sienten demasiado poco. Lo que resulta muy difícil de entender es que se quiera convertir el sentir demasiado poco, e incluso el no sentir, en una política oficial. Y eso es lo que ocurre en España con los desaparecidos del franquismo y de la dictadura. Este mismo año, el relator de la ONU, Pablo de Greiff, ha recordado en varias ocasiones el incumplimiento de los acuerdos humanitarios internacionales por parte del Estado español. Greiff denuncia que existen más de dos mil fosas con decenas de miles de desaparecidos. Que desde 2011 el Estado ha anulado el presupuesto destinado al cumplimiento de la ley para exhumaciones. Es decir, el Estado incumple la ley del Estado democrático. Que el Valle de los Caídos, con la tumba del dictador floreada, sigue siendo un lugar de exaltación del franquismo.

Hay quienes sienten mucho y quienes sienten demasiado poco. Cada uno es dueño de sus sentimientos. El punto de encuentro es la justicia. Acabar con el estado de desaparición.

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