Contar la muerte en México

Nadie como la escritora Cristina Rivera Garza está pensando cuáles pueden ser los modos apropiados para escribir sobre el dolor, individual y colectivo, que atraviesa a su país

Proyección que recuerda a los 43 desaparecidos en Iguala.Daniel Becerril (Reuters)

En México las paredes hablan y son la mar de elocuentes: “Vivos se los llevaron, vivos los queremos”; “Ya me cansé del miedo”; “No estamos todos, faltan 43”; “En México todos los días es Día de Muertos”. Uno lee sobre matanzas y protestas populares e indignación extrema, en papel o en pantalla; pero hasta que no viaja y ve –por ejemplo– los muros de Monterrey llenos de pintadas, la palabra “Ayotzinapa” no se convierte en realidad, en dolor hecho masa, cuerpo: palpable.

El grafiti es una de las formas tradicionales de expresió...

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En México las paredes hablan y son la mar de elocuentes: “Vivos se los llevaron, vivos los queremos”; “Ya me cansé del miedo”; “No estamos todos, faltan 43”; “En México todos los días es Día de Muertos”. Uno lee sobre matanzas y protestas populares e indignación extrema, en papel o en pantalla; pero hasta que no viaja y ve –por ejemplo– los muros de Monterrey llenos de pintadas, la palabra “Ayotzinapa” no se convierte en realidad, en dolor hecho masa, cuerpo: palpable.

El grafiti es una de las formas tradicionales de expresión escrita del pueblo herido. Nadie como la escritora Cristina Rivera Garza está pensando cuáles pueden ser los modos apropiados para escribir sobre esos dolores, íntimos y públicos, individuales y colectivos, que atraviesan su país como una motosierra gore. Ha publicado dos libros a ese respecto: Dolerse. Textos desde un país herido (2011) y Los muertos indóciles. Necroescrituras y desapropiación (2013). Ambos parten de una premisa: la literatura siempre es política, porque refrenda o critica el estado de lo real. Son, por tanto, dos intervenciones. Dos golpes en el altar de muertos.

Aunque nunca dirías –sonrisa afable, gafas de profesora cool, cabello corto, coqueto y cano– que esa mujer se dedique precisamente a aporrear mesas. “Tengo formación de historiadora, estoy acostumbrada a trabajar con fantasmas”, me dice en conversaciones que fluyen durante años: “Pero en los últimos tiempos se han multiplicado los desaparecidos y los muertos, porque en México vivimos en sociedades muy precarias sacudidas por una violencia extrema, lo que Adriana Cavarero ha llamado horrorismo”. Las políticas neoliberales han privilegiado el lucro en detrimento del bien común, hiriendo gravemente el espíritu del país. “Los escritores trabajamos sobre todo con materiales ajenos, de otros, que no nos llegan de la nada, sino a través de comunidades”, prosigue. Por eso escribió el poema La reclamante a partir de palabras ajenas que lentamente, a través de la soldadura y la empatía, se vuelven propias. Declaraciones y versos de madres de víctimas y de poetas, como Luz María Dávila, Ramón López Velarde, Sandra Rodríguez Nieto o ella misma. Fue leído en la Marcha Nacional de 2011 que convocó el poeta Javier Sicilia. La rabia –en YouTube–: los aplausos.

Desde el 12 de septiembre de 2010, el blog Menos días aquí ha contado más de 55.000 muertes en México. Sara Uribe fue una de las voluntarias que nutren esa nómina de los muertos que no siempre cuenta el Estado. A partir de esa experiencia, fundiendo historias reales con Antígonas de ficción, publicó Antígona González (2012), otro ejemplo de cómo la poesía y la apropiación expresan la ausencia, el exterminio, los fantasmas que viven en nosotros. Cristina habla de esa obra y muchas otras en sus charlas y cursos. No me extraña que el próximo sea sobre “escrituras no humanas, las caligrafías de las aves en el cielo, las palabras que generan los algoritmos, lo que se dicen las ballenas, porque somos parte de un continuo estado de interrelación que viene del cuerpo y se conecta, a veces a través de varias tecnologías, a la superficie y al fondo de la tierra”. Y porque los noticieros y los best sellers difícilmente honran a los muertos, porque los humanos no hacemos más que decepcionar.

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