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Que ninguna tormenta se lleve la infancia

No se pueden evitar los terremotos o las inundaciones, pero sí reducir los riesgos. Estas son las historias de niños que sobrevivieron a desastres naturales y cómo les afectaron

Clera, abril 2014. Riadas en las Islas Salomón. "Cuando di a luz a mi hija Clera, no pensé que solo unos días después mi familia lo perdería todo”, dice Madeline Hiro. La alegría de tener una niña perfectamente sana se convirtió en una lucha para salvar la vida de su hija. Solo una semana después de volver a casa tras el parto, Madeline trataba desesperadamente de salvar a su familia de las riadas que se llevaron su casa en Honiara, en las islas Salomón. Más de 52.000 personas se vieron afectadas por el desastre. La pequeña Clera, la última de nueve hermanos, cumplió su segunda semana de vida en un centro de evacuación donde permaneció segura y dormida, ajena al desastre que ocurría junto a ella.V. Waradi (UNICEF)
Apple Joy, Filipinas, 2013. Casi seis millones de niños se vieron afectados por el tifón Haiyan. Apple Joy, de 10 años, perdió su casa. No quedó nada, sólo la taza del váter. La cría, sobre los escombros de lo que fue su hogar, recuerda y señala el lugar donde solía jugar con sus hermanas y amigas: el patio donde su madre tendía la ropa. Apple Joy tuvo que vivir con otras 300 personas en un refugio instalado en su antiguo colegio. Allí fue vacunada contra el sarampión y la polio, y recuperó algo de su niñez en un "espacio amigo de la infancia" donde podía jugar.Diana Valcárcel (Unicef)
Indonesia. Tsunami de 2004. Siete meses después del tsunami de 2004, este niño y su madre fueron reunidos en una oficina que Unicef había instalado en el lugar del desastre, en la ciudad de Meulaboh. El pequeño estaba de vacaciones con su padre y tres hermanos en Banda Aceh cuando golpeó la gigantesca ola. Se vio separado de su familia y buscó refugio en un asentamiento para personas desplazadas. En abril fue registrado en un centro infantil. Su madre no supo nada de su familia hasta que fue contactada por el personal de la oficina de Unicef.Estey (Unicef)
En septiembre de 2011 las inundaciones en Camboya se tragaron la escuela y la casa de Loinh Chantou, de 13 años (arriba a la izquierda). Su familia se enfrentó a cortes de agua y a la falta de comida. "La gente con botes podía pescar, pero nosotros no. El pozo estaba sucio, tenía animales muertos. No teníamos manera de hervir el agua, así que bebimos del río y los niños tuvieron diarrea, fiebre y sarpullidos”. Aunque el colegio estuvo cerrado varios meses, Chantou pudo seguir estudiando en casa de un profesor. "Me puse muy contenta cuando pude volver a la escuela, mi asignatura favorita son las matemáticas”. Además, ahora su centro educativo está mejor preparado para resistir a futuros desastres naturales.Andy Brown (Unicef)
En diciembre de 2014, los fuertes vientos y las lluvias aumentaron el riesgo de inundaciones en las viviendas de los suburbios cercanos al río en Quezon, en Filipinas. Una pista cubierta en una ladera de un monte se convirtió en el centro de evacuación. Allí fue tras la tormenta Anna Marie, que el día anterior había cumplido 10 años. “Llovía mucho y yo me sentía sola y triste por no tener tarta de cumpleaños”, decía la niña que finalmente pudo celebrar su fiesta cuando volvió a casa.Andy Brown (Unicef)
Isiah Andrew, de ocho años, se fue de vacaciones en 2014 con su familia y, nada más regresar, su casa fue arrasada por las riadas de las Islas Salomón. “Me quedé impactada al ver lo rápido que crecía el río. No pude correr porque la casa estaba rodeada de agua. Traté de agarrarme a un cocotero con todas mis fuerzas, pero la corriente era muy fuerte. A mi alrededor había trozos de metal, plantas, barro y plásticos. También vi cómo se derrumbaba la casa. Entonces decidí dejarme llevar porque la construcción podía caer sobre mí. Me repetía: 'nada, nada, nada, y no pares”. Se dejó llevar por la corriente hasta que pudo agarrarse a un tronco y mantenerse flotando hasta que la rescataron. Gracias a su valentía logró sobrevivir.A. Tahu (unICEF)
“Han pasado 10 años, pero el recuerdo del tsunami nunca se va”. Lo dice con voz temblorosa Nong Bee, tailandés de 23 años. Cuando llegó el tsunami que asoló las costas del sudeste asiático estaba jugando al fútbol, un deporte que le ha ayudado a lidiar con el trauma. “Oía a gente gritar que venía una ola gigante. Al principio corrí hacia el océano. Después, cambié de opinión y empecé a seguir a los que subía a las colinas. Era caótico. Todos buscaban a sus seres queridos, había cadáveres por todas partes y los adultos tapaban los ojos a los niños para que no los vieran”. Durante un año, vivió en un refugio donde ayudó en un Espacio Amigo de la Infancia de Unicef a otros niños. Su equipo de fútbol empezó a ser conocido como “el de los supervivientes”. Y gracias a él, Bee salió adelante. Pero no puede olvidar. "Si pudiera cambiar el pasado, desearía que el tsunami no hubiera ocurrido nunca”.Jingjai N. (Unicef)
Suonandaiji, de 5 años, iba todos los días al Espacio Amigo de la Infancia de Unicef con su hermano pequeño, después de sufrir las consecuencias del terremoto de 2010 en China. Le gustaba bailar y cantar. La zona donde vivía fue una de las más afectadas y su madre recuerda que días después del seísmo, cuando quería que los niños salieran de la casa, ellos se ponían nerviosos y pedían quedarse. Pero cuando empezaron a ir este servicio de apoyo a los niños víctimas de desastres, “parecían más valientes y extrovertidos. Me pedían que les llevara cada mañana”, asevera la progenitora.Zhao Jia (China)
Durante meses, después del terremoto de Sichaun (China), en 2008, Luo Yiyun cogía agua para su familia. “Tenía que agacharme junto al pozo. Normalmente tardaba una media hora en llenar el cubo. Pero a veces había poca agua y tardaba más. Podía ver residuos negros en el agua”, recuerda. El terremoto destruyó las casas de su pueblo, así como la red de tuberías. “Había más agua en el pozo por la noche, así que mis padres estaban despiertos hasta medianoche para recogerla. Yo usaba un cuenco para lavarme la cara y los pies. Solo podía bañarme una vez a la semana”.Zhoo Jia (Unicef)