Tribuna

Un mecenas

Botín consideraba que los negocios debían revertir en la sociedad promoviendo la cultura, la formación y las bellas artes

¿Mecenas? Sí, mecenas… Y lo afirmo a pesar de que el ruido y la furia financiera desatada por su muerte lo silencien. En cualquier caso, no hay que extrañarse. Son los tiempos que corren y los decibelios que libera el capitalismo financiero, que sigue y seguirá vivo y coleando. Con todo, dejen que rompa una lanza en favor de su faceta más discreta e íntima y que les ofrezca dos testimonios personales. El primero es que quien escribe estas líneas es uno más de entre los miles de becarios de la Fundación Botín. Por tanto, algo sé de primera mano sobre su faceta de mecenas. El segundo es más reci...

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¿Mecenas? Sí, mecenas… Y lo afirmo a pesar de que el ruido y la furia financiera desatada por su muerte lo silencien. En cualquier caso, no hay que extrañarse. Son los tiempos que corren y los decibelios que libera el capitalismo financiero, que sigue y seguirá vivo y coleando. Con todo, dejen que rompa una lanza en favor de su faceta más discreta e íntima y que les ofrezca dos testimonios personales. El primero es que quien escribe estas líneas es uno más de entre los miles de becarios de la Fundación Botín. Por tanto, algo sé de primera mano sobre su faceta de mecenas. El segundo es más reciente: las últimas palabras que me dijo hace un mes en medio de una lluviosa noche santanderina. “¡Hay que seguir luchándolo! ¡Hay que sacarlo adelante! ¡Hay que sacarlo como sea!”, y acompañó su impetuosa pronunciación con un fuerte apretón de manos y esa mirada intensa que acompañaba todo aquello que le interesaba sinceramente. ¿Y qué había que sacar adelante? El mecenazgo, ya que la reforma fiscal aprobada en julio contempla una regulación al respecto sobre la que quería conocer más detalles. ¿Por qué? Por lo que vengo diciendo desde el principio. Emilio Botín era un mecenas y se había educado sentimentalmente en ello. Además de un banco, heredó una impronta familiar que consideraba que los negocios debían revertir en la sociedad promoviendo la cultura, la formación y las bellas artes. Una impronta extraña, todo hay que decirlo, entre la burguesía que no era catalana en la España de hace más de un siglo, pero que en su familia dejó ejemplos como su padre, su tío, su abuelo y bisabuelo, pues los Botín son mecenas desde que el mítico Marcelino Sanz de Sautuola libró la quijotesca batalla de demostrar al mundo que la cueva de Altamira era un producto artístico de la prehistoria de la humanidad.

El espíritu de aquellos capitalistas que, según Mann, querían humanizar el dinero a través de la cultura, fue hecho propio por el financiero que transformó el banco familiar en uno de los mayores del planeta. Nunca se jactaba de ello y prefería mantenerse a la sombra de su mujer, Paloma O’Shea. Sin embargo, iniciativas como la Fundación Santander, Universia, la Sala de Arte de la Ciudad Financiera de Boadilla o el Centro de Arte Botín dejan una huella particular en la geografía cultural de toda España e, incluso, de América Latina. No cabe duda de que se duele su muerte en las Bolsas de todo el mundo, pero también, aunque de manera más discreta y humana, en los espacios que habita la cultura y la belleza, a las que ayudó a sobrevivir como mecenas.

José María Lassalle es secretario de Estado de Cultura.

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