Nápoles contra Saviano

Angelo Pisani, alcalde de Scampia, denunció el uso ilegítimo de los problemas de los ciudadanos que representa 'Gomorra'

Fotograma de Gomorra que emitirá en España Atresmedia.Emanuela Scarpa

La ficción extiende cheques que la realidad no puede pagar.

O sí: la productora de Gomorra abonó 30.000 euros para rodar en la casa del clan camorrista de los Gallo-Pisielli –que por dentro parece una mansión barroca y por fuera, una vivienda abandonada en un polígono industrial. Para la fiscalía se trata de pizzo, impuesto mafioso; para los responsables de la teleserie, del precio de la localización. “En realidad se estaría pagando tanto el poder filmar durante seis meses en ese escenario como la seguridad del equipo”, me explica Chiara, jefa de producción de diferentes reality shows a...

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La ficción extiende cheques que la realidad no puede pagar.

O sí: la productora de Gomorra abonó 30.000 euros para rodar en la casa del clan camorrista de los Gallo-Pisielli –que por dentro parece una mansión barroca y por fuera, una vivienda abandonada en un polígono industrial. Para la fiscalía se trata de pizzo, impuesto mafioso; para los responsables de la teleserie, del precio de la localización. “En realidad se estaría pagando tanto el poder filmar durante seis meses en ese escenario como la seguridad del equipo”, me explica Chiara, jefa de producción de diferentes reality shows afincada en Roma, “es decir, tanto el espacio como la protección”.

Los protagonistas de la ficción, los miembros del clan Savastano, tienen un apellido muy parecido fonéticamente al de su creador: Roberto Saviano. El éxito global del autor de Gomorra –crónica metamorfoseada en película y ahora en serie de televisión– es totalmente cuantificable: cerca de cinco millones de ejemplares de su best seller en 42 idiomas, 10 millones de audiencia de su programa cultural Vieni mia con me de Rai 3, 740.000 seguidores en Twitter, serie vendida a canales de 50 países. Buena parte de ese capital simbólico y económico se lo debe a la explotación de uno de los Nápoles posibles, que suscita tanto admiración como rechazo.

Angelo Pisani, alcalde de la municipalidad donde viven, matan, se reproducen, amenazan, se revelan y mueren los criminales televisivos, denunció en mayo el uso ilegítimo de los problemas de los ciudadanos que representa. Por la metrópolis aparecieron poco antes 176 grandes carteles publicitarios en contra de Gomorra y “la mierda” que arroja sobre el pueblo napolitano. El activista Alfredo Giacometti ha asumido como propia la misión de denunciar el negocio que Saviano ha hecho con el imaginario más negativo de la ciudad. “Pero ten en cuenta”, me dice Catello, médico, uno de los millones de televidentes fascinados y horrorizados con el producto estrella de Sky Italia, “de que la serie muestra una visión dulcificada de la realidad, esa cárcel con un alcaide recto e insobornable, por ejemplo, no se la cree nadie”.

Estamos ante viejos problemas: la miseria como espectáculo, la responsabilidad de la ficción. Simona, informática y teleadicta, opina que el libro era una denuncia de la mafia, pero que la serie la mitifica: “Los niños están hablando como Ciro y Genny, los están imitando, porque los sienten como modelos”. Lo cierto es que varias frases en dialecto, extraídas del guion de Gomorra, se han convertido en contraseñas y en bromas de uso común (“Stai senza pensieri”, “non mi è piaciuto comm’ ha parlato Zecchinetto”, “a conosci a mamà”). La influencia de una obra se mide así: en su penetración, a través de la parodia y la cita, el humor y el lenguaje, en el inconsciente colectivo.

 Así regresa, tras pagar un alto precio, la ficción a su origen: lo real.

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