El desconcierto tuitero de Adrià

La cuenta del chef y su equipo podría servir como ejemplo de lo que los expertos desaconsejan hacer en esa red social: usarla como mero púlpito promocional

Nunca llegaré a ser el fan perfecto, porque mi relación con los personajes a los que admiro siempre acaba pasando por una fase mustia. O bien mis volubles gustos tiran para otro lado, o bien los mitos en cuestión empiezan a hacer cosas raras que no llego a comprender, como si Miley Cyrus les hubiera poseído.

En esta tesitura ando con Ferran Adrià. Un señor del que se han burlado mucho por sus espumas y por esa manera de hablar que es como el infierno de un logopeda, pero al que la gastronomía española le debe un huevo b...

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Nunca llegaré a ser el fan perfecto, porque mi relación con los personajes a los que admiro siempre acaba pasando por una fase mustia. O bien mis volubles gustos tiran para otro lado, o bien los mitos en cuestión empiezan a hacer cosas raras que no llego a comprender, como si Miley Cyrus les hubiera poseído.

En esta tesitura ando con Ferran Adrià. Un señor del que se han burlado mucho por sus espumas y por esa manera de hablar que es como el infierno de un logopeda, pero al que la gastronomía española le debe un huevo bien esferificado. Normalmente eres escéptico de Adrià hasta que pruebas algunas de sus creaciones, y entonces te das cuenta de hasta dónde llevó la comida en términos de sorpresa, fantasía, imaginación y diversión. Fue un terremoto de esos que estallan una vez cada muchísimos años, y la cocina actual sería mucho menos emocionante sin su legado.

El problema es que desde que cerró elBulli noto a Adrià como vaca sin cencerro, que diría Chus Lampreave. O al menos esa es la sensación que me transmiten sus desconcertantes entrevistas, en las que mezcla frases que revelan sensatez con otras que parecen sacadas del manual de marketing del profesor chiflado. Lo mismo te propone una ética del liderazgo juiciosa (“no ir con un deportivo a trabajar”) como justifica lo críptico de su discurso con argumentos extravagantes (“está bien que no te entiendan, si te entienden es que no es nada nuevo”).

Lo que más perplejo me tiene es lo de Twitter. Adrià y su equipo decidieron en abril entrar en ese terreno pantanoso que hasta entonces se habían negado a pisar. Su cuenta presuntamente personal podría servir como ejemplo de lo que los expertos desaconsejan hacer en esa red social: usarla como mero púlpito promocional desde el que pontificar y no entenderla como canal de diálogo con el mundo, con el irritante bonus de publicar todos los tuits en tres idiomas. Y luego están los mensajes, tan densos que rozan el flipe.

“¿Hay creatividad disruptiva sin riesgo?”. Perdona, no te sigo. “Preguntándome con el mundo de la prensa si un periódico digital es un seaurching”. Resto de la humanidad preguntándose qué demonios es un seaurching. “La auditoría creativa no es una obligación, pero es de gran ayuda para la eficiencia en los procesos creativos”. Ah, vale, ya lo pillo. Siento decirlo, pero como admirador de Adrià, lo más comprensible que he visto en su Twitter es la respuesta que le dio hace semanas un seguidor: “Cambia de community manager, please”.

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