Columna

El poder del monedero

Los congresistas de EEUU tienen la última palabra sobre el presupuesto y disponen así de la capacidad de doblegar al presidente

El abismo fiscal que Obama ha conseguido saltar el primer día del nuevo año es hijo directo de la crisis de gobernanza que aqueja a las democracias representativas, pero nieto y heredero legítimo del llamado poder del monedero, el mecanismo que está en el origen mismo del parlamentarismo.

Sin la polarización entre demócratas y republicanos, sin el empecinamiento en mantener congelados los impuestos mientras aumenta el gasto en defensa y sin el boicot a Obama por parte de la derecha entera, no se habría alcanzado la situación límite que ha estado a punto de hundir la economía de Estados ...

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El abismo fiscal que Obama ha conseguido saltar el primer día del nuevo año es hijo directo de la crisis de gobernanza que aqueja a las democracias representativas, pero nieto y heredero legítimo del llamado poder del monedero, el mecanismo que está en el origen mismo del parlamentarismo.

Sin la polarización entre demócratas y republicanos, sin el empecinamiento en mantener congelados los impuestos mientras aumenta el gasto en defensa y sin el boicot a Obama por parte de la derecha entera, no se habría alcanzado la situación límite que ha estado a punto de hundir la economía de Estados Unidos, gracias a un recorte automático del gasto público y a un simultáneo incremento de impuestos para todos.

Pero el instrumento que ha permitido llegar a este límite y que permitirá repetir una situación semejante dentro de dos meses, cuando se alcance el techo de endeudamiento autorizado por el Congreso, es el llamado power of the purse, el poder del monedero, que concede a los congresistas la última palabra sobre el presupuesto y la capacidad de doblegar al presidente.

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Es una ironía que la máxima institución representativa de la democracia más emblemática mantenga como herramienta de su acción política un poder que caracterizó a los parlamentos medievales, convocados por los monarcas con el único y materialista objetivo de recaudar impuestos. Las sesiones de aquellas instituciones representativas, entonces ajenas al sufragio universal, se alargaban en unas tediosas negociaciones en las que se trocaban privilegios por gabelas, tributos, gravámenes y tasas.

El pulso entre el rey y el parlamento no siempre terminaba bien. Muchas revoluciones, la propia independencia americana entre otras, se han tejido en la pelea entre los dos poderes. Tras su victoria sobre los republicanos ante el abismo fiscal, Obama ha decidido enrocarse de cara a la ampliación del techo de deuda que debe aprobarse dentro de dos meses. Su propósito es no mover ni una pestaña ante las exigencias de los congresistas republicanos, que quieren recortes en gasto social si el presidente no quiere quedarse sin capacidad de endeudamiento. Si no les tiemblan las piernas, a principios de marzo se abrirá un nuevo abismo, esta vez en forma de suspensión de pagos.

El techo de deuda es un mecanismo reciente, pero también está vinculado al poder del monedero. Hasta 1917, el Gobierno debía pedir autorización al Congreso cada vez que emitía deuda. George W. Bush la obtuvo siete veces y Obama cuatro, que ahora serán cinco. El sistema requiere reformas para evitar una y otra vez amenazas apocalípticas de colapso, pero el poder del monedero no puede ni va a desaparecer. Un Congreso que no lo tuviera sería un león desdentado, y el equilibrio de poderes, fundamental para la democracia, recibiría un golpe mortal.

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