Julio Carabaña Morales, sociólogo de la educación y la movilidad

Alejado de las modas, el investigador pensaba la sociedad desde el entorno rural y la tradición

Julio Carabaña en la Universidad Complutense de Madrid.Alvaro Garcia

La edad hace que nos toque despedir, no ya a los maestros, sino a quienes fueron nuestros compañeros y con quienes compartimos esperanzas, esfuerzos y, sobre todo, una gran ilusión –quizás en el doble sentido de la palabra-, que era al tiempo política, científica y, por supuesto, universitaria. Después de una larga enfermedad, que oculto a sus amigos para no importunarlos, ha fallecido en Madrid este martes 5 de noviembre, con discreción, como lo hacía siempre, el gran sociólogo Julio Carabaña Morales (76 años), dejando detrás numerosos discípulos y una inmensa pléyade de amigos, entre los que tuve la inmensa suerte de contarme.

Había nacido en Fuente de Pedro Naharro, en una humilde familia de labradores a la que siempre regresaba. Y recuerdo que, acabados los exámenes en la facultad y, subido a una más que modesta Mobilete, se iba a su pueblo a podar viñas con su padre, o a arar con el tractor más tarde. Tampoco presumía de ello; tenía suficiente dignidad para no jugar a victimizarse.

Pero gracias a su enorme inteligencia y extraordinaria memoria consiguió becas para estudiar el bachillerato en Cuenca, la licenciatura en filosofía en Valencia (becado en un singular centro de excelencia, el Colegio mayor Burjasot) y donde adquirirá una sólida formación en filosofía de la ciencia y, finalmente, formándose en Colonia (con Rene Köenig) y Berlín. Regresa a Madrid en 1975 iniciando una brillante carrera académica, ganando la cátedra en 1990 en la UCM, de la que se jubilaría en 2010, aunque siguió investigando y publicando hasta su mismo fallecimiento. Tiene en prensa una larga autobiografía, personal y académica, que editara próximamente el CIS en su colección Trayectorias, finalizada cuando ya conocía su inevitable final.

Vivo representante de una generación, que podemos identificar como la del 68 o del baby boom, generación en sentido fuerte pues estaba unida por una gran esperanza política y una gran ilusión en la ciencia, en una sociología rigurosa y científica, y en la Universidad, escrita con una U mayúscula. Compromiso intelectual y compromiso cívico. Fue colaborador técnico en el Instituto Nacional de Ciencias de la Educación (INCIE) y, ya en 1982, con Jose Maria Maravall como ministro, fue director del Centro de Investigación y Documentación Educativa (CIDE).

Hace tiempo que aprendí que, todos los sociólogos, acabamos investigando nuestra propia vida, que se refleja en la obra y Julio (que se hizo a si mismo gracias a becas), no es excepción. Los temas que le han obsesionado han sido la educación como motor del progreso colectivo o individual, la movilidad social, el hoy llamado “ascensor”. Y, en segundo lugar, las clases sociales y la desigualdad. Aunque, para sorpresa de no pocos, jamás los abordó con simpleza progresista sino, muy al contrario, quebrando esas simplezas. Pues seguía al pie de la letra el consejo que daban tanto Marx como Durkheim: ir más allá de las apariencias, pensar contra el sentido común, contra lo políticamente correcto, contra las modas, tan poderosas hoy.

Hay sociólogos, no pocos, que ven la sociedad desde la ciudad, son urbanitas, y les preocupa el consumo, la moda, el cambio, la ciudad (el arquetipo es Simmel). Julio es de los segundos, y estoy seguro de que es eso lo que le proporcionaba una enorme independencia de criterio frente a las modas, pues lo veía todo desde la intrahistoria y en el largo plazo.

Autor de seis libros, 49 capítulos y más de 70 artículos en revistas. Ex-Miembro del Consejo de Redacción de las revistas Zona Abierta, Revista Española de Investigaciones Sociológicas, Revista Española de Sociología (de la que fue director), de la European Sociological Review, Educación y Sociedad, Revista de Educación y European Journal of Education. Y fue traductor, junto a Jose Almaraz, de la Sociologia de la Religion de M. Weber, para Taurus, en 1984-87. Ha publicado en El País, en La Vanguardia y en El Mundo.

Pero sus virtudes académicas, con ser notables, no son las más relevantes. Era persona muy sencilla, de vida modesta, casi austera, jamás interesado por el dinero o el estatus. Y no presumía nunca; al contrario, era muy astuto para detectar la presunción intelectual, que menospreciaba. El libro que comentaba antes, Trayectorias, tiene una dedicatoria significativa: A los muchos que me ayudaron. A los pocos que ayudé. No es cierto, pues ayudó a muchos en muchas ocasiones. Bastaba con pedírselo. Y era muy generoso. De su saber, que siempre estaba dispuesto a regalar. Pero muy generoso con lo más valioso que todos tenemos: el tiempo, la gran virtud de los buenos maestros. Pues Julio Carabaña era, por encima de todo, una excelente persona, que es a lo más que podemos aspirar en esta vida.

Todos vivimos dos veces, dicen. La segunda, en la memoria y el recuerdo de quienes nos conocieron. Julio Carabaña vivirá, sin duda, muchos años en la memoria de quienes le conocimos y le tratamos. Tuvo una vida buena, que supo proyectar sobre amigos y familiares. Merece sobradamente este recuerdo y descansar en paz.


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