Mariano Arenillas (DWS): “Nada me gusta más que comprar un bonito en El Pali de Santoña y cocinarlo para los míos”
El máximo ejecutivo en España de la gestora alemana, participada por Deutsche Bank, es el responsable de la venta de fondos por valor de 20.000 millones de euros
En el Paseo de Recoletos de Madrid, donde tiene su sede la gestora de fondos DWS, huele a verano a mediados de junio. El ático dúplex al que se ha mudado la firma, en una de las mejores zonas de la ciudad, está decorado con plantas y pequeños arbustos. Desde la terraza de la séptima planta se divisa el Ayuntamiento, la Biblioteca Nacional y la Plaza de Colón. Allí, Mariano Arenillas (Córdoba, 1974), el máximo responsable de la entidad en España, dirige a un equipo de ventas que ha distribuido productos por valor de más de 20.000 millones de euros, lo que convierte a la entidad en la 4ª mayor gestora internacional de fondos operando en España. La conversación divaga entre Cantabria, Londres, Salamanca y Córdoba con el hilo conductor de la comida y los recuerdos de la infancia.
Pregunta. ¿La gente tiene manía en España a los fondos de inversión?
Respuesta. Sí. Y me da mucha rabia. Se confunde el fondo normal, que invierte en acciones o bonos, con fondos buitre que utilizan malas artes para echar a la gente de sus casas. Y no tienen nada que ver.
P. ¿De qué viene esa animadversión?
R. No sé. Tal vez de la crisis de 2008, cuando algunas gestoras de capital riesgo compraron viviendas públicas. También de la escasa cultura financiera que hay aquí. Es fundamental que el público sea consciente del importante papel que jugamos, para financiar a empresas y países.
P. Ahora que empieza el verano, ¿es una época más tranquila para las gestoras?
R. Depende. Yo suelo coger las vacaciones la primera quincena de agosto, porque baja mucho la actividad. Pero algún año me ha tocado volver a Madrid porque se ha montado un lío gordo en los mercados financieros y había que atender a clientes preocupados.
P. ¿Dónde veranea?
R. Soy un incondicional de Cantabria. Llevamos 25 años yendo allí. Y mi mujer iba desde la infancia. En 2017 compramos un casa en un pueblecito cercano a Santander, Villaverde de Pontones. Ese es el centro de operaciones donde van mis dos hijas con sus amigas, mis padres, suegros, hermanos... Me encanta ejercer de anfitrión. Que mi casa sea el puerto seguro donde se acercan todos mis seres queridos.
P. ¿Por qué eligieron esa localidad?
R. En parte porque allí está el Cenador de Amós, el único restaurante con tres estrellas Michelin de toda Cantabria. En un palacete precioso. Un sitio mágico. No es que podamos ir cada semana, pero darnos el lujo una vez cada tres años es una maravilla.
P. ¿Le gusta mucho la buena mesa?
R. Me gusta comer bien, pero sobre todo cocinar. No hay nada que me guste más en verano que comprarme un buen bonito en la pescadería El Pali, en Santoña, y cocinarlo para los míos.
P. ¿Cómo lo prepara?
R. La ventresca la suelo utilizar para hacer sushi. Otras piezas las preparo en escabeche, para irlo comiendo en los días siguientes. También hago un potaje. Siempre dejo una parte para hacer a la plancha, con mayonesa, o en barbacoa.
P. ¿Cuál es su receta estrella?
R. En mi familia les encanta cómo me sale el calamar, que en Cantabria llaman cachón. Lo hago en su tinta, acompañado con arroz blanco. También me sale muy bien la merluza fresca rebozada, con pimientos del piquillo.
P. ¿De dónde le viene la afición a la cocina?
R. De mi madre, que tiene mucha mano y sentido común. Y también de un trabajo que tuve en Londres. En un bar español, donde servían tapas, buscaban a un ayudante de cocina, y me apunté. Aprendí a organizarme, a anticiparme, a ser lo más eficiente posible. Hacíamos paella, albóndigas, chipirones rellenos, flamenquines, tortilla de patata...
P. ¿Se ve teniendo su propio restaurante?
R. Alguna vez he fantaseado con ello. Pero para abrir tu propio negocio de restauración tienes que estar siempre allí, y tener una dedicación máxima, lo que no me puedo permitir. Ahora bien, ya llegando a la jubilación... ¿quién sabe? En cualquier caso, lo que me gustaría sería tener una casa de comidas, con productos de mercado, de temporada, que siempre son más sabrosos y más baratos.
P. ¿Qué otras aficiones tiene en verano?
R. Llevo el Kindel bien cargado de libros. Me gusta mucho la novela histórica. Acabo de leer El Pintor de Almas, de Ildefonso Falcones, sobre los primeros años del siglo XX en Barcelona. Y me ha encantado. Leo también sobre la Segunda Guerra Mundial, sobre la figura de Alejandro Magno... También me gusta salir con la bicicleta y andar por los pueblos de interior en los días lluviosos. Es un deleite.
P. ¿No lee sesudos ensayos de teoría financiera?
R. Tengo entre manos Stress Test, de Timothy Geithner, ex secretario del Tesoro de EE UU con Obama. Pero es para leerlo poquito a poco. En verano, eso sí, sigo muy conectado con toda la actualidad financiera. No se puede desconectar por completo.
P. ¿Sale a navegar?
R. Yo nací en Córdoba y me he criado en Salamanca, así que soy más bien de secano. En las embarcaciones me suelo marear. A veces algún amigo me saca con su barco, pero solo cuando la mar está muy calmada, porque ya me conocen.
P. ¿Cómo eran sus veranos de la infancia?
R. Recuerdo cómo todos los años mi padre nos llevaba al cumpleaños de mi abuela, en Córdoba, el 2 de agosto. Iba con mis cuatro hermanos sentados en las bancadas traseras de un viejo Land Rover, por las carreteras de la España de los 80. Tardábamos una eternidad, y había que parar de cuando en cuando porque se recalentaba el coche. Y también me mareaba.
P. ¿Sigue apegado a la tierra?
R. Aunque llevo 30 años en Madrid sigo muy vinculado a Salamanca. Mi padre tiene un negocio de cría de cerdo ibérico. En casa, el momento de la matanza es algo importante. Antes, era una de las fiestas más señaladas. Para las familias de la posguerra, poder preparar embutidos que luego se utilizaban a lo largo de todo el año era fundamental. Tener en la despensa tu chorizo, tu morcilla, tu farinato, tus costillas adobadas... era muy importante para una tierra en la que se trabajaba mucho en el campo y era fundamental el aporte calórico.
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