Arabia Saudí: el nacimiento de una superpotencia en el desierto a golpe de petrodólares

El príncipe heredero, Mohamed bin Salmán, usa el dinero de la venta de crudo para transformar con proyectos faraónicos la economía del país mientras teje una nueva red de alianzas geopolíticas

El príncipe heredero de Arabia Saudí, Mohamed Bin Salmán, es el gran ideólogo de la transformación económica del país para diversificar sus ingresos. Foto: BRENDAN SMIALOWSKI (AFP/GETTY IMAGES) | Vídeo: EPV

Casi siempre ajenos a los grandes reflectores, aunque haciendo mucho ruido a cada paso, un país y una familia quieren pescar a lo grande en las tumultuosas aguas en las que navega el orden global. Arabia Saudí y la dinastía que le da nombre —los Saúd— han pasado en poco tiempo de una situación de relativa fragilidad, con sus vastísimos pozos petroleros funcionando a medio fuelle, a prolongar su condición de potencia fósil a multitud de campos completamente ajenos a lo energético… y a lo económico. Ri...

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Casi siempre ajenos a los grandes reflectores, aunque haciendo mucho ruido a cada paso, un país y una familia quieren pescar a lo grande en las tumultuosas aguas en las que navega el orden global. Arabia Saudí y la dinastía que le da nombre —los Saúd— han pasado en poco tiempo de una situación de relativa fragilidad, con sus vastísimos pozos petroleros funcionando a medio fuelle, a prolongar su condición de potencia fósil a multitud de campos completamente ajenos a lo energético… y a lo económico. Riad busca trascender en todos los ámbitos posibles, con una hegemonía que vaya más allá de lo puramente regional. Y la forma elegida es la de siempre en el Golfo: a golpe de talonario y gracias a los inmensos réditos del crudo.

Allá donde alcance la imaginación del lector, antes habrán llegado los petrodólares de la dictadura del desierto, en la que hace tiempo que el rey Salmán bin Abdulaziz entregó las llaves del porvenir a su hijo y príncipe heredero, Mohamed bin Salmán, un treintañero amante de la tecnología y decidido a que su país —cerrado, muy cerrado; desigual, muy desigual; y represor, muy represor de los derechos humanos— dé un salto de gigante en el siempre dispu­tado escaparate internacional.

¿Diplomacia? Riad está dejando atrás el agresivo intervencionismo en los países vecinos para dar prioridad al poder blando, reforzado por su renovada chequera. En esa táctica se enmarca el acercamiento estratégico a China —su mejor cliente—, las alianzas ocasionales con Rusia para controlar los precios del crudo y los guiños a otras potencias emergentes, como Brasil o Sudáfrica. También el reciente restablecimiento de relaciones, rotas desde 2016, con su némesis en la otra orilla del golfo Pérsico: Irán; las conversaciones de paz con los hutíes para salir de la guerra en Yemen y el impulso para el regreso de su antaño enemigo, el presidente sirio Bachar el Asad, a la Liga Árabe. Objetivo: lograr un apaciguamiento que le permita concentrarse en sus reformas internas. ¿Defensa? Su presupuesto militar, el quinto mayor del planeta, y su segunda posición en el ranking de mayores compradores de armas del planeta hablan por sí solos.

Siga dejando volar la imaginación. ¿Deporte? Cristiano Ronaldo juega en el Al Nassr a razón de 200 millones de dólares al año; Lionel Messi, que ya es embajador turístico del Reino del Desierto, flirtea con el otro gran club de Riad, el Al Hilal, que le ofrece prácticamente el doble. Tras Qatar 2022, ahora son ellos quienes aspiran a organizar el Mundial de fútbol en 2030. En paralelo, han puesto en órbita su propio circuito golfista y albergan en Yedda un gran premio de Fórmula 1. ¿Cultura? La candidatura a albergar la Expo 2030 va acompañada por un manguerazo de miles de millones de dólares para crear un potente entorno museístico en Riad, al más puro estilo del parisiense, neoyorquino o londinense. ¿Ciencia? Ahí están los pagos de la Universidad Rey Saúd a decenas de científicos occidentales para subir puestos artificialmente en la clasificación de los mejores centros educativos del planeta, desvelados por EL PAÍS. ¿Medios de comunicación? Si llega a buen puerto, pronto estará en el aire su propio canal informativo en inglés, un rival natural del catarí Al Jazeera.

Hay más. ¿Un poco de urbanismo, quizá? En la frontera entre el futurismo y lo posible está Neom, una ciudad-muro del tamaño de Bélgica que se levantará en mitad del desierto por la que no circulará ni un solo coche. También el multimillonario plan con el que pretende darle un enorme lavado de cara a Riad, una urbe en serio riesgo de quedarse atrás frente a otras capitales del Golfo, como Dubái o Doha, y que aspira a atraer un turismo hoy sencillamente inexistente al margen de los lugares santos de La Meca y Medina, donde solo pueden penetrar los musulmanes. El objetivo es que este sector aporte el 10% del PIB saudí a finales de la década, una cifra similar a la de España e Italia y superior a la de Francia. Como han demostrado Qatar Airways y Emirates, para atraer visitantes y abrirse al mundo hacen falta aerolíneas. Y ahí también tiene planes Bin Salmán: tanto Saudia como la recién lanzada Riyadh Air se han embarcado en una operación de crecimiento de su flota que dé forma a sus anhelos de globalidad gracias al queroseno subvencionado. No hay ámbito que se quede fuera de esta renovada ambición de un país de algo menos de 40 millones de habitantes que ha encontrado en la pujanza petrolera el chute de dinero para que sus ansias de potencia internacional cristalicen en algo tangible, real. Y duradero.

“Arabia Saudí lleva siete años, desde el lanzamiento de su estrategia Vision 2030, inmersa en un proceso de cambio en la imagen [rebranding] que proyecta al resto del mundo”, apunta por teléfono Sanam Vakil, directora del programa para Oriente Próximo y el norte de África del think tank londinense Chatham House. “Su objetivo es doble: diversificar su economía para adelantarse a un futuro en el que el petróleo será residual y lograr un cambio interno de mentalidad, con una cierta liberalización social y un aumento en la participación de las mujeres en el mercado de trabajo”. Esta estrategia, dice, sigue los pasos del modelo catarí y emiratí, aunque “a una escala muchísimo mayor”.

Que Riad vaya, poco a poco, liberalizando algunas cosas en el plano social no debe llevar a equívoco: “Están abriendo la mano con algunas libertades y ofreciendo más opciones de entretenimiento para ganarse el apoyo de los jóvenes, que hasta ahora tenían que salir a Baréin o ir a Europa. Pero siempre manteniendo todo bajo control y sin ninguna mejora sustancial en derechos humanos”, recuerda al otro lado del teléfono Martin Hvidt, profesor del Centro de Estudios Contemporáneos sobre Oriente Próximo de la Universidad del Sur de Dinamarca.

Circuito del Gran Premio de F1 de Arabia Saudí en Yeda, el pasado 19 de marzo. Clive Mason (GETTY IMAGES)

“Ni se están convirtiendo en una democracia, ni están prometiendo elecciones parlamentarias, ni están adoptando valores occidentales: lo que están haciendo es, simplemente, prometer reformas para reforzar la autoridad política de la familia real”, remarca Vakil. Por ahora, Bin Salmán parece estar consiguiendo su propósito: como escriben Bradley Hope y Justin Scheck en su magnífico Sangre y petróleo (Península, 2023), el heredero acumula ya “más poder que ningún otro miembro de la familia Saúd desde la fundación del reino”. Con unas artes, eso sí, cuando menos dudosas, en las que la intimidación y la represión a quien se sale de la línea oficial sigue siendo habitual.

Marginación de la mujer

La limitada apertura iniciada en los últimos tiempos se deja ver en algunos asuntos concretos del día a día de los saudíes. Ahí está, por ejemplo, la eliminación en 2018 de la prohibición de conducir a las mujeres, un paso que responde más a la necesidad —recogida en la hoja de ruta Vision 2030— de ampliar el empleo en el sector privado, lo que precisa de la fuerza laboral femenina, que a un convencimiento genuino del autócrata. Hasta la revocación de ese veto, muchas saudíes tenían que contratar a un conductor para desplazarse a sus lugares de trabajo, lo que dificultaba aún más su ya difícil acceso al mercado laboral.

Sin estadísticas ni umbrales oficiales de pobreza —algunos cálculos la elevan al 20% de la población—, sí se sabe que muchos hogares de bajos ingresos están encabezados por una mujer. La pobreza y el desempleo creciente entre las mujeres y los jóvenes minan el contrato social en el que está basado el Estado rentista saudí: la redistribución del bienestar económico fruto del maná del petróleo a cambio del apoyo a la monarquía absoluta de los Saúd.

En clave externa, una variable a la que el país da cada vez más importancia, el ansiado lavado de imagen pasa por que la comunidad internacional “vea a Arabia Saudí de otra manera, dejando atrás la etiqueta de reino conservador y vinculado al radicalismo religioso”, en palabras de Vakil. Un proceso que, según advierte la especialista de la Chatham House, “no será de corto plazo, sino de varias generaciones”, y que tiene como objetivo prioritario al 70% de la población que tiene 30 años o menos, un grupo “mucho más entusiasta con las reformas”.

Al igual que los tímidos cambios internos, el giro del régimen en política exterior obedece a un enfoque pragmático, que vincula la seguridad regional con el desarrollo. La “ambiciosa” estrategia plasmada en el proyecto Vision 2030 —puntualiza Luciano Zaccara, profesor del Centro de Estudios del Golfo de la Universidad de Qatar— “requiere estabilidad y consenso interno”, dos condiciones imposibles de alcanzar con la “amenaza constante” que representaba el enfrentamiento con Irán y la costosa intervención militar en Yemen. Coincide Anna Jacobs, analista sénior para el Golfo del International Crisis Group: “Riad ha considerado que la mejor forma de apoyar sus objetivos nacionales de desarrollo económico y seguridad interior es mitigar las tensiones regionales mediante más diálogo y diplomacia, especialmente con rivales como Irán”, escribe por correo electrónico desde Doha.

Ochenta y cinco años después de que las máquinas perforadoras se dieran de bruces con los primeros yacimientos de crudo, cambiando para siempre la suerte del entonces pobre golfo Pérsico, la petrolera estatal Aramco —la tercera empresa del mundo por capitalización bursátil tras Apple y Microsoft, con un valor superior a los dos billones de dólares— sigue sacando del subsuelo ingentes cantidades de crudo día tras día. Y así lo seguirá haciendo unas cuantas décadas más: si hay una certeza en los siempre volátiles cenáculos petroleros es que el último barril que se consuma en el mundo saldrá, casi con total seguridad, de su subsuelo.

Con el mercado global constreñido por la toxicidad del crudo ruso en Occidente, Arabia Saudí —­el mayor exportador y el segundo máximo productor de petróleo del mundo, tras Estados Unidos— ha encontrado en la invasión rusa de Ucrania una ocasión de oro para vender su producto más abundante en unas condiciones que ni hubiera soñado hace un par de años, cuando la pandemia aún lastraba tanto los precios como los volúmenes. Y eso, para una economía y una sociedad literalmente estructuradas en torno a lo fósil, es mucho más que una oportunidad coyuntural: en pleno cambio de orden global, como predica China —a quien le une una sintonía cada vez más explícita—, Riad quiere jugar en otra liga. En la liga de los mayores.

“El plan Vision 2030 fue concebido en un momento de petróleo barato y su objetivo inicial era que el bienestar dependiera menos del precio. Irónicamente, ha sido la subida del crudo la que ha impulsado muchas de estas megaini­ciativas”, apunta Kristian Coates Ulrichsen, especialista en Oriente Próximo del Baker Institute. La consecuencia de esto es que ahora el régimen “necesita” que la cotización de esta materia prima se mantenga alta para poder financiar estos proyectos. Sobre todo, según Ulrichsen, porque tras la histórica —y espectacular— purga anticorrupción acometida a finales de 2017 por Bin Salmán en el hotel Ritz-Carlton de Riad, en la que cayó en desgracia una parte importante de la élite económica saudí, “los niveles de inversión extranjera han caído bruscamente”.

El asalto a los cielos orquestado por el petro-Estado se ve aderezado por un ingrediente extra que pocos pudieron siquiera atisbar: el alejamiento de su histórico protector, Estados Unidos, con quien las tiranteces son más que evidentes. El asesinato del periodista Jamal Khashoggi en el consulado saudí en Estambul (Turquía), a finales de 2018, fue el primer detonante de una crisis que se ha extendido a otros ámbitos, sobre todo tras la victoria del demócrata Joe Biden en 2020, con quien las relaciones son todo menos fluidas.

Menos de un año después de aquel crimen, que la CIA —incluso con su aliado Donald Trump aún en la Casa Blanca— atribuyó a una orden directa de Bin Salmán, los saudíes comprobaron la voluntad de Washington de reducir su implicación en el golfo Pérsico. En septiembre de 2019, dos instalaciones petrolíferas claves de Aramco en el este del país tuvieron que interrumpir su producción después de sufrir un ataque con drones y misiles de crucero. Los hutíes se atribuyeron el ataque, pero Riad acusó directamente a Irán. Para decepción de los saudíes, no hubo ninguna represalia militar de Washington contra Teherán.

“Este alejamiento estratégico” estadounidense de Oriente Próximo —argumenta Jacobs— “ha tenido un papel importante en la reformulación de la política exterior de Riad, que está convencido de que EE UU no acudirá en su ayuda en tiempos de crisis”, tras lo que juzgó una “respuesta insuficiente” por esos ataques. A falta de “una garantía de seguridad estadounidense fiable, Riad llegó a la conclusión de que el diálogo y la diplomacia serían necesarios para mitigar las tensiones regionales y así asegurar sus objetivos de desarrollo”, puntualiza Jacobs.

Aunque la Administración de Joe Biden ha tratado de reconducir su relación con Arabia Saudí —­el presidente demócrata visitó el país en julio de 2022—, la tensión no desapareció en un viaje cuya tirantez quedó patente con el gélido choque de puños con el que el príncipe heredero saludó al presidente norteamericano en Riad. Esa desconfianza se ha agravado en los últimos meses, en los que la versión ampliada de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP+, que lidera junto con Rusia) ha intentado lo imposible por mantener alto el precio del crudo, con severos recortes de oferta que la han enfrentado con Occidente. Toda “una declaración de independencia, una reafirmación del poder saudí en la escena mundial, en medio de los continuos esfuerzos del reino por redefinirse a través de su política exterior”, remarcaba en octubre pasado un análisis del Instituto de los Estados Árabes del Golfo, un think tank con sede en Washington.

Luna de miel con China

Que el pacto del pasado 10 de marzo para normalizar las relaciones saudíes con Irán se anunciara en Pekín —el principal destino de las exportaciones saudíes— es igualmente significativo, según Zaccara, toda vez que China “no ha sido un gran factor en la firma de este acuerdo, que se venía negociando desde 2019 en Omán e Irak”. En su opinión, tanto Teherán como Riad, que firmaron un comunicado a tres bandas con Pekín, “decidieron darle parte del crédito a China como mensaje a Occidente”. Una muestra más del papel que quiere desempeñar Riad en el cambio de orden global que pregona Xi Jinping.

El acercamiento a Pekín, sus acuerdos ocasionales con Rusia y el interés mostrado por sumarse al grupo de potencias emergentes de los BRICS (China, Rusia y tres países no alineados: Brasil, India y Sudáfrica) confirman la diversificación de alianzas de Bin Salmán. La edición de 2022 de la Iniciativa de Inversión Futura, una organización sin fines de lucro dirigida por el principal fondo soberano saudí (el Public Investment Fund), congregó a más de 6.000 inversores bajo un lema elocuente: “Instaurar un nuevo orden mundial”.

En paralelo al poderío económico, para Arabia Saudí “trabajar más en el ámbito de la mediación y la resolución de conflictos es una forma de elevar su perfil global y mejorar su reputación”, asegura Jacobs. El Estado que Biden definió como un “paria” en 2019 y que se enfrentó “a importantes protestas internacionales por su guerra en Yemen, el asesinato de Jamal Khashoggi y otros asuntos relacionados con los derechos humanos” trata ahora de “enfriar la temperatura en la región e intentar pasar página a años de conflicto”. El nuevo rostro de país mediador e incluso proveedor de estabilidad regional que busca el reino de los Saúd halló hace justo un mes su imagen icónica: la fotografía de una militar saudí con un bebé dormido en los brazos. El niño era uno de los miles de evacuados por buques de ese país tras el último estallido de violencia en Sudán.

Las potencias petroleras están instaladas en una suerte de dicotomía ciclotímica entre un boyante presente inmediato y un futuro en el que la suerte está echada… en su contra. La transición energética implicará también una pérdida de peso relativo de quienes hasta ahora tenían una mina de dinero en su subsuelo en favor de aquellos con mayor potencial renovable. Hasta entonces, en cambio, es el momento de saborear las mieles de un insospechado periodo de precios altos del petróleo. Riad, además, cuenta con dos potentes cartas para tratar de ganar esa partida. La primera tiene que ver con su bajo coste de bombeo, derivado tanto de sus ingentes reservas como de su muy engrasado proceso de extracción: el monopolio de Aramco aún tiene muchos años por delante haciendo dinero a espuertas. La segunda, con su envidiable posición natural para la energía solar: terreno casi ilimitado en el desierto y sol de justicia prácticamente todos los días del año.

“En 2020 podremos sobrevivir sin petróleo”, proclamaba el príncipe heredero en la puesta de largo de su estrategia de diversificación. Era 2016. Tres años después de la fecha marcada en el calendario, a la luz está que no es así. Pero su estrategia no solo sigue, sino que ha tomado un nuevo impulso, en una suerte de doble o nada. “El desafío al que se enfrenta Bin Salmán es que 2023 está ya a mitad de camino respecto a 2030 y muchos de los megaproyectos siguen en una fase temprana de desarrollo”, apremia Ulrichsen. “Tiene que enseñar resultados pronto”.

Instalación petrolera de Aramco al sur de la capital saudí, Riad, en una imagen de 2019. FAYEZ NURELDINE (AFP/GETTY IMAGES)

Cronología

  • Septiembre de 1960. Nace el cartel de la OPEP, con Irán, Irak, Kuwait y Venezuela.
  • Octubre de 1973. Crisis del petróleo, que dispara su precio.
  • Abril de 2016. Riad lanza su estrategia Vision 2030 para diversificar su economía.
  • Noviembre de 2017. Mohamed bin Salmán da un golpe de mano con una purga anticurrupción en el hotel Ritz-Carlton de Riad.
  • Octubre de 2018. El régimen asesina al periodista Jamal Khashoggi en el consulado de Arabia Saudí en Ankara (Turquía).
  • Septiembre de 2019. Ataques con misiles de crucero y drones contra las ­instalaciones petroleras claves de Aramco en Abqaiq y ­Khurais, en el este de Arabia Saudí. Los hutíes de Yemen reivindican el ataque, pero Riad culpa a Irán.
  • Abril de 2020. La pandemia maniata la economía ­mundial y lleva el petróleo a cotizar en negativo por primera vez. El modelo económico saudí, en el aire.
  • Noviembre de 2020. Joe Biden gana las elecciones en EE UU tras una campaña electoral en la que llega a calificar a Arabia Saudí de “paria”.
  • Marzo de 2022. La guerra dispara el precio del crudo hasta casi 130 dólares por barril, su nivel más alto en más de una década, y ofrece un potente balón de oxígeno al Reino del Desierto.
  • Marzo de 2023. Arabia Saudí e Irán anuncian el restablecimiento de sus relaciones diplomáticas, rotas desde hacía siete años, bajo el auspicio de China.

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