El futuro de China ya no es lo que era
No está claro el modo exacto en que terminará la burbuja de la vivienda en el país asiático, pero bonito no va a ser
A principios de 2022, muchos retrataban a Joe Biden como un presidente fracasado. Su programa legislativo parecía atascado, y las dificultades económicas parecían garantizar pérdidas devastadoras en las elecciones de mitad de mandato. En vez de eso, lo que ocurrió fue que se promulgó la Ley de Reducción de la Inflación, que es principalmente una ley sobre el clima que cambia totalmente el panorama, la tan cacareada “ola roja” [del Partido Republicano] se quedó en una o...
A principios de 2022, muchos retrataban a Joe Biden como un presidente fracasado. Su programa legislativo parecía atascado, y las dificultades económicas parecían garantizar pérdidas devastadoras en las elecciones de mitad de mandato. En vez de eso, lo que ocurrió fue que se promulgó la Ley de Reducción de la Inflación, que es principalmente una ley sobre el clima que cambia totalmente el panorama, la tan cacareada “ola roja” [del Partido Republicano] se quedó en una ondita y, aunque muchos economistas siguen prediciendo que habrá una recesión, el desempleo se mantiene en niveles bajos y la inflación ha estado remitiendo.
En cambio, a primeros de año, Xi Jinping, líder supremo de China, seguía sacando pecho por su triunfo sobre la covid. Y en efecto, durante un tiempo, lo normal era oír afirmaciones de que el éxito aparente de China en la gestión de la pandemia era una alfombra roja para su nuevo papel como potencia líder en el mundo. Ahora, sin embargo, Xi ha puesto fin abruptamente a su política de covid cero, y todo apunta a un enorme aumento de las hospitalizaciones y muertes que tensionarán el sistema sanitario hasta el punto del colapso; parece que la economía china tendrá que enfrentarse a problemas importantes a lo largo de los próximos dos o tres años; y las proyecciones a largo plazo del crecimiento económico chino se están revisando a la baja.
Por lo visto, el futuro de China ya no es lo que era. ¿Por qué?
La capacidad de China para limitar la propagación del coronavirus mediante confinamientos draconianos pretendía demostrar la superioridad de un régimen que no necesita consultar a los ciudadanos, que simplemente puede hacer lo que hay que hacer. Sin embargo, a estas alturas, la negativa de Xi a preparar el relevo, junto con su fracaso al no adoptar las vacunas más efectivas y no vacunar a los ciudadanos más vulnerables, resaltan los puntos débiles de los gobiernos autoritarios en los que nadie puede decirle al líder que se equivoca.
Más allá de la perspectiva de una escabechina inminente, las prolongadas dificultades macroeconómicas de China parecen estar llegando a un momento crítico.
Es evidente desde hace años que la economía de China, pese a su asombroso historial de crecimiento, presenta grandísimos desequilibrios. Una proporción muy baja de las mejoras que ha traído este crecimiento ha llegado a los hogares, por lo que el consumo privado se mantiene muy bajo como proporción del producto interior bruto. Esto se ha visto compensado por unas tasas de inversión extremadamente elevadas, pero todo indica que esas inversiones obtienen una rentabilidad cada vez más escasa, por lo que las empresas se muestran cada vez más reacias a embarcarse en nuevas iniciativas.
No obstante, China ha logrado mantener el pleno empleo, principalmente mediante la promoción de una enorme burbuja de la vivienda. El sector inmobiliario de China alcanza dimensiones colosales. Según una estimación, representa el 29% del PIB, y la inversión en bienes inmuebles como porcentaje del PIB duplica los niveles alcanzados en Estados Unidos en el punto álgido de la burbuja inmobiliaria de la primera década del siglo XXI.
Una situación así no es sostenible. Los economistas citan a menudo la Ley de Stein: “Si algo no puede seguir para siempre, se detendrá”. No está claro el modo exacto en que terminará la burbuja de China; podría darse una ralentización brusca, o podría haber un período de crecimiento de “baja calidad” que oculte el verdadero alcance del problema, pero bonito no va a ser.
Sin embargo, lo que realmente me ha sorprendido es la manera en que los analistas han estado rebajando sus proyecciones a largo plazo para el crecimiento chino.
Dos advertencias al respecto. En primer lugar, a nadie se le da muy bien predecir el crecimiento a largo plazo; como bromeaba no hace mucho el economista Robert Solow, del Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT, por sus siglas en inglés), los intentos de explicar las diferencias en las tasas de crecimiento nacionales suelen terminar en un “gran despliegue de sociología de aficionados”.
En segundo lugar, a la hora de medir el tamaño de las economías nacionales, hay que diferenciar entre el valor en dólares del PIB y la producción medida conforme a la “paridad del poder adquisitivo”, que normalmente es más alta en las economías de ingresos bajos, en las que el coste de la vida tiende a ser relativamente bajo.
Según esta última medición, los cálculos indican que China superó a Estados Unidos en torno a 2016. Pero la medición basada en dólares podría considerarse más importante en el tema de la influencia geopolítica. Así que, ¿cuándo tomará China la delantera?
Recientemente, Goldman Sachs, que anteriormente proyectaba que China sería la primera potencia económica hacia mediados de la década de 2020, ha retrasado esa fecha hasta 2035. El Centro Japonés de Estudios Económicos, que anteriormente proyectaba el liderazgo chino para 2028, y luego para 2033, afirma ahora que tardará algunas décadas en producirse. Algunos analistas piensan que nunca ocurrirá.
¿A qué se debe este nuevo pesimismo? Parte de la cuestión tiene que ver con la demografía. La población en edad de trabajar de China se ha reducido de hecho desde 2015. La economía china aún puede crecer rápidamente si mantiene un crecimiento fuerte de la productividad. Pero los traspiés políticos de China parecen reforzar la percepción de que está entrando en la “trampa de los ingresos medios”, un fenómeno ampliamente reconocido (aunque controvertido) por el que algunas naciones pobres recuperan rápidamente el terreno, pero solo hasta un punto determinado, y se estancan muy por debajo de los niveles de ingresos de las economías más avanzadas.
Nada de esto debe interpretarse como un menoscabo del enorme aumento del nivel de vida en China a lo largo de las cuatro últimas décadas, o como una negación del hecho de que China ya se ha convertido en una superpotencia económica. Pero si daban por sentada la supremacía económica de China, puede que tengan que esperar mucho tiempo. Como les decía, el futuro de China ya no es lo que era.