Migrantes: un motor económico cada vez más necesario

La llegada de extranjeros es clave para el desarrollo, pero las fronteras siguen sin abrirse del todo en una Europa envejecida y necesitada de talento

Una migrante rumana trabaja en la cosecha de tulipanes cerca de Holbeach (Reino Unido) en 2019, antes del Brexit.OLI SCARFF (AFP via Getty Images)

La política económica migratoria de Europa es como una de esas puertas oscilantes que daban entrada a una cantina en las películas del Oeste: nunca se sabía quién iba a aparecer por la puerta. Europa tiene una intención común, pero en la práctica, 27 políticas nacionales distintas. Lo triste es que, quizá, por primera vez en la historia de la humanidad, lo que opinen los economistas es irrelevante. Resulta casi imposible encontrar un experto de primer nivel que en una sociedad, por ejemplo, c...

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La política económica migratoria de Europa es como una de esas puertas oscilantes que daban entrada a una cantina en las películas del Oeste: nunca se sabía quién iba a aparecer por la puerta. Europa tiene una intención común, pero en la práctica, 27 políticas nacionales distintas. Lo triste es que, quizá, por primera vez en la historia de la humanidad, lo que opinen los economistas es irrelevante. Resulta casi imposible encontrar un experto de primer nivel que en una sociedad, por ejemplo, como la española, con una tasa de fertilidad (número de hijos por mujer) del 1,19 en 2020, no exclame: “¡Necesitan niños!”. De dentro o de fuera. El planeta urge inmigración.

Un trabajo de la OCDE reveló que de media, en el periodo 2006-2018, la contribución fiscal neta de los inmigrantes oscilaba entre el 1% del PIB en la mayoría de las 25 naciones analizadas y el -1%. “Este dato demuestra por sí solo la falsedad de los demagogos que sostienen que la contribución neta [impuestos pagados menos recibidos] resulta negativa solo porque vienen a disfrutar de la educación y la sanidad”, desmonta Mauro F. Guillén, decano de la Escuela de Negocios de la Universidad de Cambridge. Y precisa: “En términos brutos, la contribución debe ser del 5%”.

Pero existe una inmensa distancia entre los números y las calles que caminamos. Muchos occidentales pasean como si llevaran brillantes en las suelas de sus zapatos. Un grupo de destacados economistas preguntaron a 24.000 personas acerca de la inmigración en Francia, Italia, Alemania, Suecia, Gran Bretaña y Estados Unidos en 2018 (antes de la pandemia). “En todos los países les parecía excesivo el números de inmigrantes, y pensaban que, religiosa y culturalmente, estaban muy alejados de ellos y además desde la mirada económica eran más precarios —menos educados, con un paro elevado y más favorecidos por las ayudas estatales— “dada la situación”, sostiene el informe, publicado en The New York Times, por Alberto Alesina (fallecido), Armando Miano y Stefanie Stantcheva, todos de la Universidad de Harvard. ¿Qué está pasando? “Siempre hemos sabido que el egoísmo era malo para la moral, ahora sabemos que también es malo para la economía”, advirtió el presidente estadounidense Franklin D. Roosevelt, en su segundo discurso presidencial en 1937.

Palabras que migran décadas, en un país como España que es una bandera de banderas. Convive con siete millones de extranjeros (datos de la ­OCDE, 2020). El 15% de la población. Y un 52% son mujeres. Promesas de llantos, tan necesarios, de niños en las cunas. Sobre todo, marroquíes (11%), rumanos (8%), que están bajando su porcentaje, y colombianos (6%). El año anterior, los nuevos visitantes fueron, sobre todo, colombianos, marroquíes y venezolanos. Si la patria son los zapatos, estos son los de España. Y no calzan brillantes en sus suelas. Es la puerta batiente.

Prioridad estratégica

En el primer semestre del año pasado, 202.000 personas abandonaron España y llegaron más o menos las mismas. Tiene que arder mucho la tierra bajo sus pies para marcharse en este número. El INE, cita José Ignacio Conde Ruiz, subdirector de la Fundación de Estudios de Economía Aplicada (Fedea), calcula que “se necesitan entre siete y ocho millones de extranjeros hasta 2050″ para soportar el sistema de pensiones y cubrir aquellos puestos que los nacionales no quieren ocupar.

¿Llegarán? ¿Cómo pueden algunos negarles su valor y dignidad? “Dentro de dos décadas podríamos tener un serio problema de reproducción de la especie”, alerta Emilio Ontiveros, presidente de Analistas Financieros Internacionales (AFI). Y apostilla: “Aumentar la natalidad y atraer el talento joven deberían ser una prioridad estratégica española”. Porque, de cumplirse las predicciones, la pirámide de población se desmoronará, augura el economista de Fedea, por la peor parte: los jóvenes. “La inmigración es una fuente de diversidad y es una condición necesaria (aunque no suficiente) para la prosperidad de la sociedad del conocimiento, pues produce el caldo de cultivo donde arraigan las ideas y el talento”, reflexiona Carlos Martín, director del Gabinete Económico de CC OO. España creó en 2000 un Ministerio de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones y “se han hecho avances en la digitalización de los procesos de migración”, respalda la OCDE. Además, se ha flexibilizado la reunificación familiar. Sin embargo, no es suficiente.

Esa es la realidad. Pero de nada sirve recordar cuando el planeta parecía próspero y relampagueaba joyas frías. A los cinco años de la llegada de los inmigrantes a España —estima el catedrático de Economía de la Universidad Pompeu Fabra (UPF), José García Montalvo, basándose en datos del FMI— la riqueza aumenta un 1%, la productividad el 0,6% y el empleo de los nacionales no se ve afectado. “Esto es lo que perdemos cuando se apuesta por cortar la inmigración”, enseña. “Sin entrar en los efectos fiscales y sociodemográficos, que, quizá, son los más desconocidos”.

Si los años veinte del siglo pasado fue la historia de un mundo contado en jazz, nuestro tiempo es el relato contado del talento. “Hay una batalla mundial por el talento joven”, avisa el geopolítico Parag Khanna, quien acaba de publicar Move, que narra la migración masiva y sus causas. Y la puerta oscila. Canadá dará la residencia a 1,2 millones de nuevos inmigrantes en 2023. Israel está contratando cuidadores médicos de Nepal, y Australia, que tiene falta de mineros, ha duplicado el número de operarios que pueden entrar este año, y, además, paga 65 dólares la hora por lavar platos en Sídney los sábados por la noche. Incluso Nueva Zelanda (famosa por sus duras leyes migratorias) ha extendido las visas temporales (unas 165.000) de forma indefinida.

Centro de capacitación laboral de inmigrantes en Dortmund (Alemania).LAETITIA VANCON (LAETITIA VANCON / New York Times)

Este es el campo de batalla de España. “Al ser un país frontera tenemos mayor presión —aunque ha ido descendiendo— de inmigración irregular”, narra Jesús Fernández-Huertas Moraga, experto en Economía de la Inmigración de la Universidad Carlos III. ¿Qué sucederá en esas horas oscuras incalculables para el ser humano? La pandemia ha hecho más evidente el desequilibrio demográfico. Las naciones ricas y envejecidas “producen” pocos nuevos trabajadores y los países con exceso de jóvenes no pueden, a menudo, ofrecerles trabajo. “España y Europa tienen un exceso de oferta (sic) de jóvenes educados. Pero [el Gobierno] no hace lo suficiente para apoyar el espíritu empresarial debido a la normativa y los elevados impuestos”, describe Parag Khanna. Y asume: “La gente se marcha de Europa del Este a la Occidental, lo que provoca que la primera sea más pobre y la segunda rica. Existe una métrica simple para [cuantificar] el éxito durante este siglo: atraer a jóvenes trabajadores y estudiantes de cualquier lugar y de todas partes. Ganarán las naciones que capturen talento; las que los jóvenes dejen atrás se descompondrán”.

Dispersión

En 2019, Polonia (datos de Eurostat) expidió por primera vez 625.120 permisos de residencia remunerados sobre todo a ciudadanos ucranios —habrá que ver cómo se comportan los flujos migratorios con la crisis rusa— y Alemania abrió la mano con 65.717 formularios. “El debate [también en España] se centra en su origen (dentro o fuera de la Unión Europea) y en las condiciones de entrada. ¿Se debe admitir a los trabajadores estrictamente de forma temporal o darles una residencia permanente?”, lanza Kate Hooper, analista política asociada al Instituto de Política Migratoria (MPI, por sus siglas inglesas).

La pérdida de la inmigración, sintetiza Gregorio Izquierdo, director general del Instituto de Estudios Económicos (IEE), supondría un menor crecimiento potencial en Europa y en nuestro país, el mercado inmobiliario —al crearse menos hogares— se vería afectado y se malgastaría la creatividad que aportan las sociedades más diversas.

El término que se repite como una sola ventana abierta es “talento digital”. La Estrella del Norte. La guía entre rompientes mareas. “La competencia en el sector servicios”, analiza Luis Garicano, economista y eurodiputado de Ciudadanos, “será mundial: traductores, diseñadores gráficos, programadores. E incluso llegará a los auditores y los contables”, aventura. “Esto provocará una mayor desigualdad. Un bufete de abogados puede tener un presidente que sea quien esté en contacto físico con sus clientes y los empleados (peor pagados) trabajarán telemáticamente”.

Las islas Canarias parecen haberse convertido en el génesis español de este nuevo mundo. Hay más de 30 países que ya tienen programas para atraer a trabajadores tecnológicos móviles, incluidos Barbados o Croacia. ¿A qué precio? Si se iguala talento y mérito, el problema resulta formidable. Qué mérito tienen Picasso o Newton de ser genios. Nacieron con ese don. ¿Queremos una sociedad más justa o tirar los dados? Atentos al pasado, porque, como afirma David Murillo, profesor de Esade, “históricamente casi siempre ganan las migraciones”. El conjunto sobre el individuo.

El Viejo Continente, con sus tasas de envejecimiento, necesita jóvenes. Una vez más, la demografía aboca al destino. Sin embargo, los países europeos solo escuchan el eco de sus propios intereses. “Los hechos son objetivos”, advierte Yanis Varoufakis, economista y exministro griego de Finanzas, quien contesta por correo electrónico. “Pensemos en Alemania. Se está cerrando. Mientras la población disminuye por el envejecimiento, los datos oficiales revelan que Berlín está reduciendo sustancialmente la admisión de inmigrantes extracomunitarios. La única diferencia con los países del Este es que no pudieron limitar su entrada porque era casi inexistente. El Reino Unido, Francia y Alemania vienen adoptando una actitud que se parece cada vez más a la de la Europa del Este”.

Malos datos

Los números se despeñan por la pirámide demográfica. La migración en la OCDE durante 2020, con unos 3,7 millones de migrantes, se encontraba en su nivel más bajo desde 2003. Por término medio —acorde con el Banco Mundial—, un emigrante gana entre tres y seis veces más que en su país de origen. Pero aun así, no llegan. Hagamos caso a Varoufakis. Hollemos con pisadas críticas cada tierra. ¿Qué queda de la fraternidad francesa? “La nación está atrapada en un círculo vicioso en términos de inmigración”, alerta Hillel Rapoport, profesor de Economía en la Universidad de la Sorbona de París. “Baja cantidad, baja calidad y baja diversidad se retroalimentan mutuamente. Desde los años setenta, el país ha cerrado sus puertas a la inmigración económica y laboral y la ha limitado a los inmigrantes por razones familiares o humanitarias. Ha caído el volumen, pero también su calidad (medida por la educación) junto a la diversidad, ya que la mayoría llegan de las antiguas colonias francesas”. Veremos cómo puede afectar, si gana en abril, un segundo mandato de Emmanuel Macron en el Elíseo.

Europa quiere una inmigración a la carta. El Instituto Económico Alemán (IW, por sus siglas alemanas) estima que el país perderá cinco millones de trabajadores en los próximos 15 años. En 2030 ya habrán desaparecido 3,2 millones. Ni Alemania soporta esta brecha. De ahí la nueva Ley de Inmigración, que acelera el reconocimiento de profesionales cualificados. La demografía económica la dicta Darwin. ¿Y las vocaciones? “El país, dentro de sus normas de inmigración para empleados ajenos a la Unión Europea, trabaja con lo que llama ‘ocupaciones escasas’, puestos cuyas vacantes resultan difíciles de cubrir”, observa Holger Bonin, director de investigación de IZA (Institute of Labor Economics, por su nomenclatura inglesa) en Bonn. Y, augura, si esta política es acertada debería aumentar el PIB y la riqueza de los germanos. Pero ¿están los alemanes dispuestos a derribar otro muro? Necesitan, acorde con The New York Times, 400.000 nuevos empleados anuales. Desde profesores a mecánicos.

Mientras, ¿en el Reino Unido? ¿Recuerdan aquella máxima? “Niebla en el canal: el continente está aislado”. Ahí sigue. Ajeno y despreocupado. “El número de trabajadores de origen comunitario en las nóminas de las empresas se redujo en unos 200.000 durante 2020″, calcula Giles Alston, analista de la consultora británica Oxford Analytica. Y suma: “El Gobierno ha proporcionado muchos visados a los camioneros extranjeros para que trabajen en el Reino Unido. Sin embargo, bastantes no estaban interesados en venir porque temían ser expulsados nada más se normalizase la cadena de suministro”.

El Brexit —según estimaciones oficiales— disminuirá la riqueza del país a largo plazo un 4%. Y el coronavirus solo afectará un 2%. Los británicos creen que lo resistirán, como el Blitz sobre Londres durante la Segunda Guerra Mundial. “Esto no es peor”, aseguran los partidarios de la marcha (brexiters). “Aunque el fin de la libre circulación está teniendo importantes costes económicos, sobre todo en hostelería y asistencia, puede compensarse, en parte, gracias al aumento de la inmigración procedente de fuera de la Unión Europea”, prevé Jonathan Portes, profesor de Economía en el King College de Londres. Fuera significa la India y Asia. Antiguas colonias.

El caso de EE UU

Sin embargo, el desastre extiende las palmas de sus manos. Carentes de inmigración, los expertos advierten que el Reino Unido y Europa podrían sufrir una crisis laboral jamás vista en las próximas tres décadas. La iridiscencia se contagia al igual que bombillas encendidas. Menos población, más envejecimiento, pocos niños. El laboratorio de ideas Centro para el Desarrollo Global (CGDev, en sus siglas inglesas) de Washington estima que ambas economías perderán 44 millones de trabajadores en 2050. Pero en su propio país, la política migratoria de Joe Biden semeja la de Donald Trump. En un año normal, Estados Unidos recibe un millón de inmigrantes (se suelen ocupar de los trabajos más duros), pero en 2020 esa cifra cayó a los 263.000, en parte afectada por el coronavirus.

Yanis Varoufakis denomina a esta estrategia, que se adentra en un callejón oscuro y tapiado, el “gran cierre”. “Con la escasez de mano de obra en un momento en el que la inflación, por el empuje de los costes, resulta el mayor riesgo al que se enfrenta Europa, lo obvio que se debería haber hecho —para buscar mayor crecimiento con menor inflación— es abrir las fronteras. Ergo, la única explicación que queda es la política: los partidos gobernantes olfatean el aire y huelen la xenofobia generalizada”. Y resume: “El Brexit se ganó difundiendo el miedo al extranjero. Macron pretende ganar robando votos a la derecha abiertamente racista, y en Alemania, tras Merkel, nadie en el poder quiere heredar la ira de los criptoxenófobos [odio a los emigrantes griegos, españoles, italianos…] que se alzaron contra la tímida apertura de la canciller en 2015. En cuanto a Europa del Este, el triunfo de la derecha va de la mano de un racismo institucionalizado”.

Lo fácil sería escribir que existe un cambio de patrones demográficos tras la pandemia. Pero la transformación llega tarde y detrás de la geografía. Poco a poco, surge una “Europa vaciada”. En el norte de Macedonia, en los Balcanes, se ha visto disminuir su población un 10% en las dos últimas décadas. Unos 600.000 macedonios —según el Banco Mundial— viven fuera. Como dicen ellos: “Es mejor ser un esclavo por 2.000 euros en cualquier país extranjero que ser un esclavo por 300 euros en casa”. A través de todos los Balcanes se repite esa frase. Unos dos millones de polacos —el 5% de la población, según The Economist— habitan en Europa pero fuera de sus fronteras. Generalmente los más preparados. El politólogo búlgaro Ivan Krastev escribe en esta revista: “Resulta más fácil ser alemán que Bulgaria funcione como Alemania”. Y la gente, claro, lo cree.

La situación es grave. Hay 27 ideas migratorias en la Unión Europea con sus costes económicos asociados. “Los responsables políticos no han aportado ninguna solución real en materia de política migratoria”, subraya Daniel Kelemen, presidente del departamento de Ciencias Políticas de la Universidad de Rutgers (Nueva Jersey). “En muchos casos están complaciendo a la extrema derecha y, en general, los Estados miembros no pueden ponerse de acuerdo sobre las reformas de política migratoria o de asilo, salvo para acordar mayores controles fronterizos. La política está bloqueada”.

Y el miedo al otro es la piedra que erige los monumentos antiguos y modernos de Roma. El empedrado de la nueva vía Apia. “El problema en Italia es que tenemos dos grandes partidos, los cuales podrían gobernar después de las elecciones de 2023, es decir, Lega y Fratelli d’Italia, que basan su política en declaraciones en contra de la migración”, avisa Michele Raitano, profesor de Economía en la Universidad de la Sapienza en Roma.

En el mar se alza una luna de oblea llena de rostros desaparecidos para siempre. El hombre se empeña en justificar con números algo tan innegociable como habitar la piel y la vida de los otros. Sin excusas. Cuadra la demografía, la econometría, la geografía. Todos los sufijos posibles. Necesitamos migración como voces de un niño en un huerto. Porque el camino de ida y de vuelta es uno y el mismo.

Pelea mundial por el supermigrante

Todo país es patria para un hombre y exilio para otro. Europa tiene 27 políticas migratorias diferentes. Millones de personas se sienten en su patria, millones se sienten en el exilio. El Pacto sobre Migración y Asilo (septiembre de 2020) pretende conseguir cierta uniformidad para atraer talento. Pero el compromiso de Hungría, Polonia o la República Checa nada tiene que ver con el de Grecia, España o Alemania. Para los primeros, el envejecimiento ni existe. Deben vivir bajo el elixir de la eterna juventud. 
“Lo que resulta problemático es cómo la Unión Europea puede mantener la libre circulación interna dentro del espacio Schengen mientras las naciones siguen políticas tan contradictorias”, advierte Daniel Kelemen, presidente del departamento de Ciencias Políticas de la Universidad de Rutgers (Nueva Jersey). Al crupier no le falta razón. O se juega con la baraja europea o se levantan de la mesa. Las cartas parecen marcadas. “En la última década, los Estados miembros expidieron entre 2,5 y 3 millones de nuevos permisos oficiales de residencia”, precisa un portavoz del comisario europeo de Economía, que cita un informe de la OCDE para sostener el valor económico de la inmigración y su contribución neta a la riqueza.
Algunos dirán que el corazón de la Unión jamás llegó a dar el menor número de latidos por segundo. Porque los extranjeros no son la solución. Envejecen y mueren. “La migración podría desempeñar un papel mitigador, pero resulta imposible invertir tendencias demográficas generales”, admite el portavoz comunitario. Y Europa se toma el pulso. Sístole, diástole. “Es probable que no existan suficientes trabajadores cualificados que quieran trasladarse al Viejo Continente”, avisa Holger Bonin, director de investigación de IZA (Institute of Labor Economics) en Bonn. Y resume: “La UE [que quiere evitar la fuga de cerebros] compite en un mercado global y frente a otros destinos como Estados Unidos. Pero también contra Canadá, Australia, Singapur y algunos de los Estados del Golfo. Europa podría ofrecer mejores normas sociales y menos conflictos, pero salarios inferiores”. 
El objetivo del mundo más avanzado es captar el mayor número posible de supermigrantes y sus poderes. Muy innovadores, investigadores y líderes empresariales que asumen riesgos generando mayores beneficios frente a los empleados “ordinarios” extranjeros. Para muchos, esta teoría migratoria que prima a los más capacitados podría equipararse a una especie de eugenesia laboral.
La algarada demográfica procede de América Latina y, sobre todo, de África, las dos únicas regiones del mundo con abundancia de juventud. 
Débiles argumentos
La migración africana encuentra el rechazo en muchos países porque sostienen que se adaptan peor a las costumbres y exigencias europeas. Un argumento que parece bastante flojo. “Los inmigrantes aportan un impulso considerable. Después de todo, han tomado la valiente decisión de venir y han superado muchas barreras para lograrlo. Además, suman talento, puesto que tienen un gran papel en la creación de nuevas empresas y productos, y ocupan el trabajo que la población no quiere hacer o al que no llegan los robots (agricultura, cuidado a domicilio o ayuda para que las mujeres puedan trabajar)”, desgrana Charles Kenny, director de tecnología y desarrollo y miembro sénior del think tank estadounidense Centro para el Desarrollo Global (CGDev, en sus siglas inglesas). Porque a la gente lo que de verdad le aterra es la diferencia. Esa es la migración mental que debe hacer Occidente. 

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