Mucha empresa diminuta y poco valor
El tamaño medio de las compañías en España es muy reducido, lo que resta capacidad de competir al lastrar la productividad
El país A tiene 715 empresas por cada 10.000 ciudadanos mientras que en el B solo hay 396. ¿Cuál de los dos tiene mayor renta per capita? La respuesta es el B, pero no por el menor número de empresas, sino porque las que tiene venden más, poseen mayor capacidad empleadora y van por delante en los índices de productividad. Y sí, el país B es Alemania y el A ya se lo puede usted imaginar.
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El país A tiene 715 empresas por cada 10.000 ciudadanos mientras que en el B solo hay 396. ¿Cuál de los dos tiene mayor renta per capita? La respuesta es el B, pero no por el menor número de empresas, sino porque las que tiene venden más, poseen mayor capacidad empleadora y van por delante en los índices de productividad. Y sí, el país B es Alemania y el A ya se lo puede usted imaginar.
En España, el insuficiente tamaño que alcanzan las empresas es un tema que viene preocupando a gobiernos en distintas legislaturas aunque por ahora ninguno lo haya logrado solucionar. Las estimaciones del ejemplo inicial son de 2018 (con datos de Statista y de Eurostat), pero las cosas no parecen haber cambiado. De acuerdo con los cálculos del INE para 2020, el 99,23% de las empresas españolas no llegan ni a la definición de mediana (entre 50 y 249 empleados); y un 82,81% tienen a menos de tres personas en plantilla.
La generación de economías de escala, tener más recursos para exportar y acceder a financiación más barata son tres de las razones clásicas para explicar por qué las empresas más grandes suelen ser también las más productivas. Según el economista José Moisés Martín Carretero, la otra gran virtud es su potencial como generadoras de empleos. Las microempresas fijan puestos de trabajo en el territorio y especialmente en zonas poco pobladas, dice, pero también le ponen límite al crecimiento en el número de empleos. “Un bar te va a crear 2 empleos, pero no te crea un tercero; la microempresa puede pasar de 1 a 2 empleos o de 8 a 9, pero casi nunca va a pasar de 14 a 600″, dice.
Se suele argumentar que la mayor importancia de la industria en países como Alemania está directamente relacionada con la necesidad de sus empresas de crecer y generar economías de escala. Pero en el sector terciario, más relevante en España, las sinergias son igual de necesarias. “No es lo mismo el quiosquero de la esquina que la consultora McKinsey, y las dos son servicios”, explica Martín Carretero, para quien los bares y restaurantes también se beneficiarían mucho del crecimiento, como demuestran las “enormes economías de escala de las franquicias en el diseño del menú, en la negociación con proveedores, en el marketing o en la experiencia de usuario… Incluso en ese tipo de servicios se gana productividad con el tamaño”.
Más burocracia
Otra explicación recurrente sobre el tamaño empresarial en España es la que hace referencia a las obligaciones administrativas, que se disparan cuando el perímetro crece: presentaciones del IVA más regulares, fin de los métodos abreviados para las cuentas anuales, obligación de contratar auditorías, creación de comités de empresa para representar los intereses de los trabajadores… Según el presidente de la patronal Cepyme, Gerardo Cuerva, “las obligaciones administrativas a las que se está sometido a partir de los 50 trabajadores hacen que se sea mucho más ineficiente en la propia empresa, y la gente es reticente a incrementar porque se le vienen unas obligaciones y una burocracia asociada que hacen que deje de ser atractivo”. En su opinión, el Gobierno facilitaría el crecimiento de las pymes si algunas de esas regulaciones fueran pospuestas o introducidas de manera más gradual, para que no se conviertan en una frontera tan evidente.
Carlos Martín Urriza, director del gabinete económico de CC OO, no lo cree así. “Se ve cierto apelotonamiento [en el número de empresas con casi 50 empleados], pero no mucho, y en cualquier caso similar al que se da en todos los países de Europa, así que esa no es la verdadera limitación al crecimiento”, dice. Donde el economista del sindicato sí coincide con Cuerva es en las dificultades que enfrentan las pequeñas empresas para crecer debido a la competencia fiscal y financiera que ejercen las grandes. Como se supo a principios de octubre, 20 multinacionales con sede en España pagaron una tasa real en el impuesto de sociedades inferior al 2% y una gran mayoría se mantuvo por debajo del 15%, frente al 25% que terminan pagando la mayoría de las pymes. Como dice Cuerva, “a la empresa pequeña le resulta muy difícil tener a gente buscando todas esas posibles deducciones”.
Las condiciones de financiación representan la otra gran desigualdad: las grandes logran mejores préstamos si se comparan con las comisiones bancarias que encarecen los créditos de las pymes, o directamente buscan dinero en los mercados financieros y con tipos excepcionalmente bajos.
Pero tal vez sea la competencia en los costes laborales donde más se siente la diferencia entre grandes y pequeñas. Según Martín Urriza, desde que la reforma laboral de 2012 permitió que las condiciones del convenio de empresa primasen sobre las del sectorial, muchas corporaciones de trabajo temporal armaron empresas que usaban prácticas fraudulentas para negociar convenios a la baja y ofrecerse después a las grandes como subcontratas. “Reponedores, responsables de limpieza, vigilantes… Las pequeñas que antes operaban en esos sectores se han encontrado con que pierden mercado porque compiten con los sueldos más bajos y las jornadas más largas de las grandes con servicios prestados desde empresas de trabajo temporal”.
¿Son más productivas porque son más grandes? ¿O crecieron porque eran más productivas? Para el catedrático de Dirección y Organización de Empresas en la Universidad de Zaragoza Vicente Salas, el primer enfoque es el correcto. La menor productividad en España, dice, no tiene tanto que ver con el capital físico como con las diferencias en el capital humano y de conocimientos. En sus investigaciones, Salas y el catedrático en Gestión de Empresas Emilio Huerta (Universidad Pública de Navarra) han puesto el énfasis en lo que ellos llaman el capital organizacional y la capacidad de las empresas para funcionar con mayor flexibilidad y autonomía interna. “Es uno de los factores que están condicionando la productividad de las empresas españolas y, por tanto, también su capacidad de crecer”, explica.
El potencial de crecimiento en las organizaciones está ligado a la capacidad de su equipo directivo para gestionar recursos. En sus propias palabras, si un equipo es capaz de gestionar un determinado volumen de empleados o de negocios, cuando sobrepase ese límite se volverá ineficiente. De ahí que sea tan importante la posibilidad de delegar y descentralizar la toma de decisiones.
“Lo que nosotros encontramos en los estudios es que en otros países esa capacidad para delegar es mayor que en España”, dice. Muy resumido, lo que sus investigaciones demuestran es que el control a los empleados y la falta de delegación hacen que los empresarios derrochen un tiempo precioso (o capacidad de gestión) que podrían estar empleando en imaginar estrategias de crecimiento.
No es que los empresarios españoles hayan salido de la nada. Según Salas, en las empresas de los países del norte de Europa hay más equipos autónomos de trabajo y más sistemas de retribución vinculados a resultados individuales, pero también más gente respondiendo que sí a la siguiente pregunta: “En general, ¿tiende usted a confiar en el resto de personas con las que se relaciona?”. “Hay unos patrones que se observan en España y en los países del sur de Europa, frente a los países del norte, que podrían estar relacionados con la calidad institucional en un sentido más amplio”, dice Salas.
El hecho de que el estilo “ordeno, mando y controlo” esté más presente en España que en los países del norte también se debe a la especialización en un tipo de negocio de menor valor añadido. Como dice Emilio Huerta, “no es lo mismo tener 350.000 bares y restaurantes que 350.000 empresas de alta tecnología”. En su opinión, la ambición de parte del empresariado español es muy limitada, centrada en negocios de restauración y de hostelería con escaso atractivo y pocas oportunidades de crecimiento.
“En el contexto europeo, los españoles que montan una empresa tienen una formación más limitada que los alemanes y los franceses, y eso también marca la diferencia en la ambición del proyecto empresarial y en la calidad de la gestión”, dice. En su opinión, una forma de solucionarlo sería profesionalizar la gestión: que esas personas que armaron la empresa a base de dinero, ingenio y esfuerzo sean capaces de dar un paso a un lado para contratar a directivos cuyo nivel de formación sí es comparable al de los vecinos europeos.
Según Huerta, “lo del control es una manera antigua de gestionar, construida desde la desconfianza, pero hoy el liderazgo tiene que ir mucho más allá del mando y control, que es lo que se observa en muchas empresas españolas, unos pocos tomando decisiones y una mayoría ejecutándolas”.
Colesterol bueno
Emilio Ontiveros, presidente de Analistas Financieros Internacionales (Afi), lo explica con un símil: “La productividad es como el colesterol, puede ser de la buena o de la mala”. La mala es la que reduce los costes al máximo, una estrategia que según él es pan para hoy y hambre para mañana, “porque si la supervivencia de la empresa en una economía avanzada como la española se tiene que basar en salarios superbajos, ya habrá alguna en Marruecos o en cualquier país emergente capaz de tener costes aún más bajos”. El objetivo debería ser que la economía española base su supervivencia en el colesterol bueno, dice. Es decir, la productividad entendida como capacidad de innovar y de hacer mejor las cosas: “La productividad entendida como productividad multifactorial, que es la que incorpora la calidad del empresario”.
Según Huerta, las empresas españolas están caminando demasiado lentamente hacia la reducción en niveles jerárquicos y hacia el aumento en el número de equipos de trabajo descentralizados. Ontiveros, que también es catedrático de Economía de la Empresa en la Universidad Autónoma de Madrid, se muestra más optimista. “Una parte significativa de los mejores alumnos está optando por crear su propia empresa o incorporarse a la de su familia para modernizarla”, dice. “Hace apenas 20 años, cuando el último día de clase yo preguntaba qué iban a hacer, ninguno de los mejores expedientes quería asumir la actividad empresarial, lo que querían era opositar o trabajar en banca”.
Además de su percepción personal, dice, han mejorado los niveles de innovación y exportación: “Nunca como hoy las empresas españolas habían vendido fuera una parte tan significativa de su producción, y también está habiendo un incremento moderado pero claro en el registro de patentes”.
En las estadísticas de Eurostat de 2019, España tenía un 26,3% de temporalidad, casi el doble del promedio de 13,6% para toda la Unión Europea (UE). Hace años que la UE viene pidiendo a España que reduzca la alta temporalidad de su mercado laboral, una característica que habría favorecido a las empresas que explotan la llamada productividad mala, con menor potencial de crecimiento.
Según Martín Urriza, el abuso del contrato de obra y servicio que se creó a finales de los ochenta con el objetivo de agilizar el mercado laboral ha tenido el efecto pernicioso de romper los procesos productivos y desincentivar los procesos de capacitación de los empleados. “Te mueve hacia una economía menos productiva porque las empresas se especializan en procesos de menor valor añadido donde es fácil que rote la mano de obra, eso es lo que facilita el contrato temporal”, explica. “Aparte, produce una economía más bulímica, genera más empleo cuando crece, pero también lo destruye más cuando cae”.
El ejemplo más evidente, dice, es el de las constructoras que crean una empresa con el inicio de la obra y la cierran cuando finaliza, dando por terminada la relación laboral con los obreros hasta la próxima edificación. “Nuestra tasa de temporalidad en construcción es del 40% cuando en Europa es del 20% porque tienen empresas de construcción más grandes que mueven a los trabajadores de una obra a otra”, explica. “Es como si a los bomberos les hicieran un contrato por cada fuego que tienen que apagar”, dice el economista de CC OO.
Motivos de esperanza
Este año se publicó el anteproyecto de ley de Creación y Crecimiento de Empresas, cuya medida estrella es reducir el capital social necesario para armar una sociedad: de 3.000 euros pasa a un solo euro. La propuesta legislativa parece más centrada en la creación de nuevas empresas que en facilitarle la vida a las pymes existentes, aunque también hay medidas para ellas, como la introducción de la factura electrónica, de mecanismos para reducirles los niveles de impago y morosidad, y de mejoras en el acceso al capital riesgo y a la financiación colectiva llamada crowdfunding.
A corto plazo, la factura electrónica puede tener costes de introducción para las pymes, pero en el sector ha sido recibida como positiva por los ahorros que generará en sistemas de almacenamiento y gestión de papeles. Según Salas, la digitalización y la adaptación a requisitos medioambientales cada vez más estrictos terminarán mejorando la productividad porque exigirán una mejor calidad en la gestión. “Hay que tomar conciencia de que las inversiones en tecnología tienen que ir acompañadas de formas de gestión más descentralizadas para poder sacar el máximo provecho, no es solo una cuestión de invertir en tecnología, sino en modelos de organización y de funcionamiento más participativos”.
La competencia fiscal entre empresas diminutas y empresas gigantescas, otro de los escollos para el crecimiento, también podría reducirse si el Gobierno sigue adelante con el plan anunciado en octubre de fijar en un 15% el tipo mínimo del impuesto de sociedades para grandes empresas. En financiación, como dice Cuerva, aún falta mucho por hacer para que los programas oficiales de ayuda a la internacionalización y al crecimiento lleguen de verdad a los pequeños. “Una de nuestras obsesiones en Cepyme es trasladar toda esta información, que no llega a calar en el tejido empresarial, algo que recrimino a los gobiernos porque se conforman con anunciar los programas sin un seguimiento para que de verdad se utilicen”, dice.
¿Y la capacidad de delegar de los empresarios? ¿Esa cómo se mejora? Por ahora, dice Salas, hay quien se limita a pronunciar la fórmula basada en “aumentar la confianza” como si bastara con eso. En cualquier caso, su opinión es que hemos pasado demasiado tiempo hablando de mercados externos y demasiado poco hablando de lo interno, de cómo funcionan de verdad nuestras empresas. “No hemos prestado tanta atención al cuello de botella que condiciona la productividad”, dice. “Estamos en un momento de toque de atención”.
Los secretos de las ‘Mittelstand’
Que en España abunden las microempresas y que haya menos empresas con más de 50 empleados que en Alemania no significa que no haya historias de crecimiento exitoso, más allá de los casos excepcionales de Inditex y de las grandes del Ibex (muchas de ellas deben su tamaño a una primera vida como corporaciones estatales). Pero si Alemania es un referente mundial no es solo por la robustez de sus pymes, sino por su proyección internacional. Según el consultor Hermann Simon, prácticamente la mitad de las pymes que están entre los líderes del sector en el ámbito global vienen de Alemania.
Simon es autor de Hidden Champions (Campeones ocultos), un libro en torno a una categoría creada por él con empresas que reúnen estas características: estar entre las tres primeras del mundo de su sector (o ser la primera de su continente); tener ingresos por debajo de los 500 millones de euros; y ser relativamente desconocidas para el gran público. “No estoy hablando de empresas como BMW, Mercedes o Siemens, sino de este tipo de pyme que representa el corazón de la economía alemana”, explica.
Buscando entender por qué el 46% de estos campeones ocultos son pymes alemanas, Simon identificó una posible razón histórica: “Alemania no era una nación hasta hace muy poco, y la única forma de crecer para un emprendedor de Múnich, en Baviera, era internacionalizar su empresa; por eso digo ahora que la vocación exportadora está en el ADN del emprendedor alemán, que se internacionalizó mucho antes que el francés, el japonés o el estadounidense”.
Un segundo motivo, también histórico, es la existencia de centros de alta competencia técnica desde épocas antiguas. “En la región de la Selva Negra hay una tradición centenaria de hacer relojes y esa capacidad técnica está detrás del crecimiento de la industria de tecnología médica en la zona, donde ahora hay más de 500 empresas de este sector, muchas de ellas, líderes globales”, dice.
Otros ejemplos son las empresas de sistemas de medición del norte alemán, que Simon relaciona con el prestigioso Instituto de Matemáticas de Gotinga; o las de productos de fotónica en Alemania del Este, derivadas de la tradición en óptica de la zona.
La tercera causa es la más invocada cuando se habla del éxito manufacturero alemán: las escuelas de formación profesional con su sistema de prácticas en empresas. “Durante tres años los aprendices trabajan tres días a la semana percibiendo un salario modesto y los otros dos días toman clases en el centro de enseñanza, eso hace que tengamos a los mejores trabajadores cualificados”.
Especializada en prótesis y con sede en Duderstadt, la centenaria Ottobock es una de las pymes que figuran en su libro. Según Sven Köpsel, uno de sus portavoces, el sistema alemán de educación profesional con prácticas ha sido esencial para su dotación de empleados y para la formación de todo el sector. “Gracias a ese sistema educativo hay gente preparada para diseñar los mejores tratamientos para los pacientes, se nota la diferencia cuando vamos a los mercados emergentes, llevamos el producto pero hace falta gente con capacitación para el tratamiento”, dice.
Para Simon, la innovación y la internacionalización son claves más importantes que la productividad a la hora de explicar la solidez de estas empresas alemanas. El argumento de la economía de escala no le vale porque muchas de sus campeonas escondidas son empresas pequeñas muy especializadas. “Cuando te concentras en un nicho de mercado, las economías de escala no son tan importantes, lo que tienes que hacer es combinar la especialización con un mercado internacional”, dice.
El presidente de Afi, Emilio Ontiveros, tiene una reflexión similar. “Si uno hiciera un mapa de la innovación más avanzada en el mundo, vería que en gran medida esa innovación tiene lugar en empresas en su fase de primera adolescencia, lo que pasa es que las grandes acaban absorbiéndolas”.
Festo es otra centenaria alemana que encaja en la caracterización de Simon. Especializados en automatización industrial y en cibernética, destacan la capacitación constante de sus empleados como uno de los pilares de su buen desempeño. También, la independencia que les da seguir siendo una empresa familiar desde su fundación en 1925.
En un correo electrónico enviado desde la oficina del presidente (Oliver Jung, un ejecutivo profesional que antes de Festo formó parte de la directiva del grupo Schaeffler), describen cuál es su receta: “En Festo, pensamos en términos de generaciones, no de años fiscales”. Esa libertad financiera es la que, según ellos, les permite reinvertir una parte importante de sus ingresos en investigación y desarrollo.
Pero hasta las más virtuosas tienen piedras en el camino. Incluso con un sistema educativo tan alabado, encontrar personal capacitado se ha vuelto un problema para muchas Mittelstand (como también se llama a este grupo de medianas y pequeñas empresas de Alemania), dice Simon. Aunque, según él, el principal obstáculo es y será la competencia de China, “donde se han vuelto más innovadores y donde están los rivales más duros”.
Según sus cálculos, las Mittelstand ya han abierto más de 2.000 fábricas en China. Ese es precisamente su consejo para no sucumbir. “La solución es volverte chino”, dice. “Conozco dos empresas en el sector de la tecnología minera que llevaron su centro de Alemania a China, porque en Alemania ya no hay minería, pero en China, sí”.
¿Y el temor de robos a la propiedad industrial que las empresas occidentales solían sentir en Asia? Según Simon, aunque el riesgo todavía existe, cada vez es menos importante gracias a las mejoras en protección de patentes. “Por supuesto, siempre te pueden robar, pero si desarrollas una buena política de patentes, el riesgo es controlado… Pero sobre todo, si no vas a China y le dejas el mercado de China a un competidor, de aquí a 10 años va a venir a tu propio mercado y te va a liquidar; perder China es, con bastante probabilidad, perder el mundo”.
En busca de la proporción óptima
- El raquitismo empresarial es malo para la productividad, pero el gigantismo también produce monstruos que imponen su ley frente a los consumidores y gobiernos. ¿Cómo definir entonces el tamaño óptimo de una empresa? En función de las dimensiones de su mercado, dicen los especialistas: un tamaño que le permita innovar, generar economías de escala y abordar procesos de internacionalización sin acapararlo todo.
La Administración de Biden ha lanzado una cruzada en Estados Unidos para terminar con una excesiva concentración empresarial que en ciertos sectores está atentando contra la libre competencia, el santo y seña del capitalismo. En Europa, según Emilio Ontiveros, de Afi, no hay grandes motivos de preocupación más allá de algunas empresas relacionadas con las tecnologías digitales que operan en todo el mundo. En cualquier caso, dice, la regulación europea para evitar la concentración empresarial viene funcionando bien, “aunque sea de forma lenta”.
No lo ve igual el economista Carlos Martín Urriza, de CC OO, que pone como ejemplo de concentración a la banca española. En su opinión, esa concentración la están pagando las pymes con mayores costes financieros, “porque los bancos compiten mucho menos entre ellos”, y todas esas personas de “la España vaciada a la que les han quitado las sucursales” y las personas de rentas menores a las que les están cobrando por mantenerles la cuenta. “¿Para qué sirve ser uno de los principales bancos del mundo?”, se pregunta. “Lo que hace falta es una banca que atienda las necesidades de financiación del tejido productivo, no la dimensión”.