‘Milagro’ económico con malestar social
El pecado de la economía española no proviene ni de una falta de crecimiento ni de un exceso de reparto social. Sino de la (todavía) insuficiente redistribución
El milagro económico español está supercertificado. España se asienta como líder en crecimiento de sus pares europeos, y en el grupo de cabeza de los desarrollados. Lo avisaron las instituciones: FMI, OCDE, Comisión Europea siguieron al Gobierno en sus verificaciones y pronósticos de crecimiento, y su continua corrección al alza. Ahora, las agencias de calificación lo corroboran con sus ratings, que miden la capacidad de un país de cumplir con sus compromisos financieros.
Esas calificaciones contradicen al catastrofismo. Y se erigen en factor de influencia procíclica. Cuando la Gran Recesión/crisis de la deuda soberana, eran negativas: agravaron la coyuntura española. En esta bonanza, son positivas: aumentan el atractivo para la inversión exterior. Abaratan el coste de la deuda (el Tesoro ya ha recortado en 5.000 millones la emisión prevista para este año), lo que afianza la consolidación fiscal: clave para hacerla sostenible, inmune a percances, y para el nivel de gasto/inversión pública.
En septiembre, las cuatro grandes (S&P, Moody’s, Fitch y la europea Scope) han elevado su nota, hasta la A (a secas, o plus), que es la división de honor, la recomendable para invertir en un país. Importa su historia. De 1988 a 2012, España ya gozó de esta nota. Capotó entre 2012 y 2017 a la segunda división, la B, con variantes. Y se elevó a la A (con signo minus) desde 2018 a la actual. Interesante incitación para politólogos.
Tanto como el qué de la mejora es ilustrativo su porqué. Las tres agencias clásicas coinciden en dos motivos principales: un modelo de crecimiento más equilibrado, que ha “superado las expectativas” de crecimiento propias (al 2,6% o el 2,7% este año), y comparativas, en su calidad de líder europeo. Y el “dinamismo del mercado laboral” gracias a la inmigración y a la reforma laboral que reduce el empleo temporal. La fortaleza de la exportación, de la banca y los servicios, o el saneamiento de familias y empresas, así como el despertar de inversión y productividad son otros hilos conductores comunes. Y también los puntos débiles: lentitud en la rebaja de la deuda, debilidad parlamentaria, incertidumbre presupuestaria.
Las biblias de la prensa económica liberal prodigan parecido reconocimiento, a veces trufado de críticas políticas a Gobierno y oposición. Abrió fuego The Economist (12/12/2024) con su Which economy did the best que eligió a España como la economía de mejor desempeño en todo el mundo, combinando cinco indicadores: PIB, Bolsa, inflación, desempleo y política fiscal. Y que completó con What Spain can teach the rest of Europe, sosteniendo que su lección al resto de Europa es el impulso reformista (laboral, financiero, energías renovables). Ahora, Financial Times se une a este enfoque con el editorial: España se ha convertido en la economía más destacada de Europa (28/9): en sintonía con los demás, subraya que su “principal motor ha sido la inmigración”.
¿Por qué al milagro macroeconómico le flanquea un enquistado malestar social? Por un triple agravio. Uno, el menor ritmo de recuperación salarial que el de la inflación, aunque el saldo se está equilibrando. Dos, el mayor ritmo de los precios alimentarios (igual que la media europea) y de la vivienda (peor, como peor es su acceso) que el del reequilibrio del poder adquisitivo. Tres, la brecha entre el disparo exponencial de beneficios bancarios y empresariales y la modesta alza en rentas salariales (salvo el SMI) o familiares.
Conclusión sintética: el pecado de la economía española no proviene ni de una falta de crecimiento (un mayor PIB es condición necesaria pero no suficiente para permear a toda la sociedad) ni de un exceso de reparto social. Sino de la (todavía) insuficiente redistribución.