Europa se queda sin autonomía en campos clave: “Para defender la soberanía, antes hay que tenerla”
La fragmentación de los Veintisiete y la falta de recursos lastran el avance en materias clave como las materias primas, los semiconductores o la industria militar
Airbus y Gaia-X podrían ser las dos caras de la misma moneda. La primera fue un proyecto europeo para fabricar aviones comerciales made in Europe que pudiera competir con la estadounidense Boeing y se puede explicar como una historia de éxito. La segunda, mucho más joven, nació para intentar hacer frente a Amazon Web Services, Microsoft Azure, Alibaba y Google Cloud, los grandes servicios de la nube, pero su fortuna está más que cuestionada. Tanto en una como en la otra, Europa perseguía en dos campos que consideraba claves su autonomía estratégica: anteponer su soberanía para no depender en exceso de Estados extranjeros y de sus empresas. Porque es justo ese uno de los retos que tiene ante sí en su competición con Estados Unidos y China.
Y esa cuestión es uno de los puntos cruciales que, después de años de debate, ha vuelto a colocar sobre el tablero Mario Draghi en su informe El futuro de la competitividad europea. Las alarmas saltaron cuando la crisis del coronavirus puso de manifiesto que Europa dependía incluso de las mascarillas chinas y volvieron a sonar con la guerra de Ucrania y el fin del petróleo y el gas ruso. Con el coche eléctrico ha quedado de manifiesto que China no solo era la fábrica para Europa de productos simples como los cubrebocas. Existen más factores para estar preocupados: “Alrededor del 40% de las importaciones europeas llegan de un pequeño número de proveedores y son difíciles de sustituir, y alrededor de la mitad de estas importaciones proceden de países no alineados con la Unión Europea”, reza el documento.
A partir de la crisis de la covid-19, la Comisión Europea puso en marcha un amplio paquete de ayudas a través de su Plan de Recuperación y los fondos Next Generation, con los que se pretendía poner al día ámbitos que se habían quedado rezagados. Aquel esfuerzo de 750.000 millones de euros, aparte de la lentitud en su aplicación, ha acabado siendo un plan de choque insuficiente. Un informe elaborado hace dos años por el Parlamento Europeo señalaba que era necesario asumir cuantiosos planes a largo plazo y con partidas anuales. Por su parte, el informe Draghi señala que solo “fortalecer” la cadena de suministro de semiconductores requeriría centenares de miles de millones de gasto.
En esa guerra de los microchips, Europa sigue en la zozobra mientras Estados Unidos compite en el diseño y Corea, Taiwan y China se reparten la fabricación. Los mayores países europeos se han enzarzado en una batalla por captar fábricas de los grandes fabricantes globales a golpe de chequera y siguen sin garantías de poder contar con instalaciones con capacidad para producir microchips de menos de 22 nanómetros, los más avanzados, los de mayor valor, y los que utilizan ingenios tan populares como los teléfonos móviles. España ha puesto sobre la mesa 12.250 millones para levantar ese sector y, por el momento, los resultados no colman las expectativas iniciales. “Esa es una batalla muy difícil, porque el principal fabricante está en Taiwán [TSMC] y va a ser complicado que nadie le convenza de que su principal base tecnológica la ponga en Europa. Porque, además de que seguramente no contemos con el personal necesario, si lo hiciera, ¿qué compromiso tendrá Europa para defenderla ante China?”. Lo que dice Esteve Almirall, profesor del departamento de Operaciones, Innovación y Data Sciences de Esade, se aproxima mucho y muy gráficamente a la definición de soberanía: tejer interdependencias que te den poder.
Y lo que ocurre en materia de microtransistores se repite en otros campos que requieren un salto en el que Europa nunca ha sobresalido: el que se da de la investigación a la innovación. Esa segunda palanca es muy débil y explica el diferencial de crecimiento económico con los otros dos grandes polos económicos globales. El desarrollo de la inteligencia artificial en el Viejo Continente depende de los servicios en la nube operados desde Estados Unidos (a los que pretendía enfrentarse Gaia-X) y lo mismo sucede con las plataformas de computación cuántica. Menos dependencia, apunta el último informe de la Comisión Europea, habría en el sector de las telecomunicaciones, aunque de los datos (materia prima para muchas compañías) se encargan gigantes foráneos.
Y tampoco está resuelto el suministro de materias primas que necesita una industria de peso como es la automoción, que requiere energías renovables y minerales para fabricar las baterías de sus coches eléctricos. Los riesgos que corren ambas han provocado la actuación de urgencia de la Unión Europea, consciente de que China ha tomado la delantera en dos sectores que años atrás lideraban empresas europeas. En ese caso, Draghi plantea armar una política para asegurar todas las fases de la cadena de suministro a través de una plataforma conjunta de los países para negociar con los productores, ganar margen de negociación y perder interdependencias incómodas. “Hay una cuestión de confianza, y no podemos confiar en todos los países. Pero tenemos que asegurar los suministros que necesitamos y a la vez tener garantías de que no compran nuestras empresas”, afirma Patricia García Durán, profesora de Historia Económica de la Universitat de Barcelona e investigadora asociada del Cidob. “Pero lo primero de todo es fiarnos de nosotros mismos”, remacha.
En todas esas propuestas falla una cuestión: la fragmentación. Los Veintisiete son tanto la fuerza como la debilidad del proyecto europeo, porque la fragmentación de políticas e intereses impide que la Unión Europea lleve hasta el final de las consecuencias su capacidad económica y de población. Los proyectos importantes de interés común europeo (IPCEI), que asocian a empresas de diferentes países en planes conjuntos, cuentan con voluminosos recursos pero las deficiencias en campos más avanzados confirman que algo falla en esa estrategia. “Hay que conseguir hacer un bypass para que las ideas y el dinero europeo vayan directamente a los proyectos y no se pierdan en gobiernos locales”, pide Almirall, que sugiere crear agencias para gobernar proyectos críticos. “La UE ha conseguido eliminar los controles transfronterizos internos, que es un paso enorme, pero falta acabar la parte financiera y aquí los países deberían hacer más cosas conjuntamente. Porque para tener empresas competitivas necesitamos el dinero de ese mercado de capitales unitario para apoyarlas. Si queremos competir con Asia y Estados Unidos hay que acabar ese mercado”, apunta García Durán.
El tiempo apremia. La guerra de Ucrania ha sido otra demostración. Y no solo por los costes energéticos que se han tenido que pagar por la parcial desconexión de petróleo y gas de Rusia, sino por el coste del conflicto bélico. “Hasta ahora nos habíamos beneficiado del dividendo de la paz, de la protección de Estados Unidos, de que podíamos comprar armas fuera… pero ese tiempo se ha acabado”, señala Félix Arteaga, investigador principal de Seguridad y Defensa del Instituto Elcano, crítico porque Europa sigue manteniendo la misma posición en materia militar y el liderazgo que mantuvo años atrás se ha ido “erosionando” por la falta de inversión: “La industria militar no ha estado a la altura porque los Estados miembros no han querido”. Denuncia la caída de la inversión en I+D y, como consecuencia, una pérdida de competitividad.
En su informe, Mario Draghi denuncia que la Unión Europea invierte cada año en torno a 1.000 millones de euros en I+D de defensa, pero que esos recursos llegan fragmentados porque quienes se encargan son los países. Y el problema es que hay campos que requieren de más coordinación: desde los drones a los misiles hipersónicos, la inteligencia artificial de defensa o la guerra del fondo marino y del espacio. Ningún país es capaz de afrontar el reto por sí solo y, como dice Arteaga, “para defender la soberanía, primero hay que tenerla; eso es lo que lastra a la Unión Europea”.