Doble vara de medir en Fráncfort

El BCE se angustia por la menor rentabilidad que le cause una tasa tímida a la luz del obsceno festival de dividendos y remuneraciones de platino que acumula la banca

El vicepresidente del Banco Central Europeo, Luis de Guindos, durante una intervención este viernes en el campus IESE de Madrid.Javier Lizón (EFE)

Como siempre que conviene cargar contra las medidas económicas del Gobierno —o sea, siempre—, la prensa de la caverna se pone agónica. Dice que el BCE frena el impuesto a la banca por sus “beneficios caídos del cielo”. Habla de “mazazo” y “varapalo”, y de “frenar” la “imprudencia”. Ridículo.

El dictamen del BCE solo sugiere al Gobierno cosas razonables: un análisis “exhaustivo” del impacto d...

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Como siempre que conviene cargar contra las medidas económicas del Gobierno —o sea, siempre—, la prensa de la caverna se pone agónica. Dice que el BCE frena el impuesto a la banca por sus “beneficios caídos del cielo”. Habla de “mazazo” y “varapalo”, y de “frenar” la “imprudencia”. Ridículo.

El dictamen del BCE solo sugiere al Gobierno cosas razonables: un análisis “exhaustivo” del impacto del impuesto. Y que se fije cómo la Comisión de la Competencia (CNMC) garantizará que no se repercuta el impuesto a los clientes. Y que se precise la redacción, si se grava “la suma de ingresos por intereses y comisiones” o “la suma del margen de intereses y de los ingresos y gastos por comisiones”, ese desliz.

Nada exorbitante. Ni difícil de satisfacer. Ni ninguna enmienda a la totalidad del impuesto. El dictamen es mucho más suave que el emitido sobre Eslovaquia (26/11/2019), que denunciaba su “impacto desproporcionado” en la rentabilidad de la banca; o las “distorsiones indeseables” de los modelos de negocio en Lituania (16/12/2019); o el “incentivo en favor de productos de mayor riesgo” en el de Polonia (12/1/2016). Pero estudiarlos da pereza a la caverna. Allá esa vagancia y sus lectores.

Con todo, el dictamen es desequilibrado. Olvida que es el propio BCE quien favorece los beneficios excesivos al subir los tipos de interés. Y sobre todo, al mantener casi un semestre la subvención a la liquidez (TLTRO) que otorgaba si se depositaba en las cuentas de Fráncfort, gracias a la facilidad de depósito. Un aguinaldo de entre 24.000 y 100.000 millones de euros para la banca de la eurozona, según diferentes estimaciones. ¿Por qué no ofrece Fráncfort un informe “exhaustivo” de impacto en esto?

Y resulta asimétrico. Le inquietan las amenazas a la rentabilidad de la banca porque no pueda repercutir sus alzas de costes... mientras su presidenta repica cada día contra las repercusiones empresariales a las alzas energéticas, o contra los eventuales efectos de segunda ronda, en la inflación, de las reclamaciones salariales.

El BCE cuestiona un impuesto mínimo a la banca en relación con el golpe mucho mayor (aunque retrasado) que supone su coto final a la subvención de su liquidez. Y se angustia por la menor rentabilidad que le cause una tasa tímida. Timidísima, a la luz del obsceno festival de dividendos y remuneraciones de platino que acumula el sector (en vez de dedicarlos a fortalecer la solvencia), sin (por ahora) soportar aumentos de costes por morosidad.

Aroma a regulador cautivo de los regulados. El responsable de Estabilidad Financiera en el BCE es su vice, Luis de Guindos. Votó el dictamen. Lo justificó. Lo impulsó. El exjefe del quebrado banco Lehman Brothers en España, el propagandista de las ruinosas “preferentes”, el exministro del costoso rescate bancario, ¿no debería haberse abstenido? Es la práctica de la gente más fiable ante un conflicto de interés.

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