EL PAÍS

La globalización entra en barrena

La guerra en Ucrania es el último episodio de una batería de cambios hacia un modelo más fraccionado y compartimentado en la economía global

Puerto Barcelona
Imagen aérea de la terminal de contenedores del Puerto de Barcelona, el 24 de marzo.Alejandro García (EFE)

A diferencia de lo que sucede con una pandemia, las guerras provocan cambios estructurales en la economía global y la invasión rusa de Ucrania no va a ser una excepción, como apunta Enrique Feás, investigador del Real Instituto Elcano. Pasó con la Primera Guerra Mundial, que puso freno a la primera ola globalizadora, y sucedió también con la ...

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A diferencia de lo que sucede con una pandemia, las guerras provocan cambios estructurales en la economía global y la invasión rusa de Ucrania no va a ser una excepción, como apunta Enrique Feás, investigador del Real Instituto Elcano. Pasó con la Primera Guerra Mundial, que puso freno a la primera ola globalizadora, y sucedió también con la Segunda, que derivó, por un lado, en la Guerra Fría y propició por el otro el establecimiento de instituciones para facilitar la gobernanza global. Ahora, el conflicto ha agudizado cambios que venían produciéndose desde hace años y ha reescrito décadas de orden geopolítico y cooperación multilateral.

“A falta de una palabra mejor, la desglobalización ha desatado un shock político y económico masivo en Europa, aunque no solo aquí. Lo que nos espera cuando pase el shock, cómo será la próxima normalidad, todavía está por ver, pero hay cambios drásticos evidentes”, subraya por correo electrónico Erik Nielsen, asesor económico de Unicredit. Solo en los últimos años, la globalización se ha visto golpeada por las consecuencias de la crisis financiera de 2008, la guerra comercial desatada entre Estados Unidos y China, la pandemia del coronavirus y, ahora, la guerra en Ucrania. Cada uno de estos episodios ha ido arañando espacio al libre comercio y la libre circulación de bienes y personas y hoy avanzamos sin remedio hacia un modelo más fraccionado y compartimentado del que las autoridades han impulsado en décadas.

La economista jefe de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), Laurence Boone, ya advertía a finales de marzo que “esta guerra ha puesto en marcha fuerzas desglobalizadoras que podrían tener efectos profundos e impredecibles”. Por lo pronto, los economistas de ING anticipan que el comercio mundial se desplomará este año y que los flujos comerciales se verán severamente reajustados en busca de una mayor autosuficiencia, una dinámica que se inició con la pandemia.

Para el premio Nobel Paul Krugman puede haber efectos adversos: “Si bien la globalización tal como la conocíamos tenía aspectos negativos, las consecuencias serán aún peores si, como otros muchos y yo mismo tememos, asistimos a un retroceso significativo del comercio mundial”. Miguel Sebastián, profesor de Análisis Económico de la Universidad Complutense, discrepa. “No creo que una caída en el comercio mundial sea en sí misma una muestra de desglobalización. Sí que veo ese fenómeno en dos ámbitos: por un lado, el impacto que va a tener la huella de carbono, que va a primar la producción de proximidad para reducir la penalización por emisiones de transporte, y, por otro, la seguridad del suministro, que va a acabar con la teoría competitiva de David Ricardo por el que cada país se especializa en determinadas áreas y va a traer de vuelta producción que se había externalizado a terceros países”, subraya.

Pero el impacto de la seguridad sobre las relaciones comerciales va mucho más allá de las cadenas de suministro a las que alude Sebastián, aunque sean unas de las principales afectadas, especialmente tras la pandemia. Fue el anterior presidente de EE UU, Donald Trump, el que esgrimió el argumento de la seguridad en su guerra comercial y tecnológica con China, un postulado ahora asumido por todo el mundo occidental en el desarrollo, por ejemplo, del 5G. El conflicto en Ucrania ha abierto otro ángulo en el ámbito de la seguridad: que el suministro proceda de socios fiables y con los que se comparten valores.

De hecho, la guerra ha servido de llamada de atención para aquellos países que se mostraban reticentes a cortar lazos con regímenes autoritarios. Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, la teoría de las relaciones internacionales se ha basado en profundizar en la interdependencia económica como vía para evitar el conflicto armado. Es lo que los alemanes denominan “Wandel durch handel”, el cambio a través del comercio, desde el convencimiento de que las políticas autoritarias de países como China o Rusia se transformarían en un sistema más libre, abierto y democrático mediante lazos económicos más estrechos. Eso explica, en buena medida, que la primera economía europea haya acabado dependiendo para la mayor parte de su suministro energético de Rusia. Pase lo que pase ya en Ucrania, Moscú ha dejado de ser un socio fiable para Europa y el resto del mundo occidental y la decisión de reducir progresivamente la compra de energía a Rusia no va a cambiar. Además, y de vuelta a la seguridad, una vez que grandes compañías como BP o Shell han anunciado su intención de retirarse del mercado ruso asumiendo pérdidas milmillonarias no es fácil que los inversores vuelvan a apostar por el país en el medio plazo. En palabras de Erik Nielsen, “Rusia va a seguir siendo un Estado paria durante al menos la próxima década, y eso va a suponer que buena parte de las sanciones comerciales, financieras y de todo tipo se van a mantener”.

Cambios financieros

Con todo, el mayor cambio que ha propiciado la invasión de Ucrania ha sido el que afecta al sistema financiero, el sector más beneficiado de la globalización. “La exclusión del sistema de mensajería interbancaria Swift de varios bancos rusos y del procesamiento de pagos a través de la cámara de compensación ha llevado a China a acelerar su alternativa para intentar reducir su vulnerabilidad”, asegura Feás. “Lo mismo sucede con las reservas en divisas y el uso de monedas alternativas al dólar para desvincularse progresivamente del billete verde”, insiste. “No es algo que vaya a pasar de un día para otro, porque para convertirse en activo de reserva hace falta que la moneda sea plenamente convertible, que el país sea política e institucionalmente estable y que esté garantizada la independencia del banco central. Pero el camino ya se ha iniciado. El banco central de China ha empezado a promover swaps de divisas con otros bancos centrales y a intentar que empresas y gobiernos extranjeros emitan valores en los mercados chinos para ganar liquidez y profundidad”, apunta Feás.

Este nuevo escenario afecta profundamente a las relaciones internacionales. Las instituciones surgidas tras la Segunda Guerra Mundial, como el Fondo Monetario Internacional (FMI), no han sido capaces de adaptarse al cambio experimentado por la economía y la política global en estos años. El consenso para reformar la Organización Mundial del Comercio (OMC), que ya había apuntillado Trump, resulta a día de hoy literalmente imposible. Y el futuro de foros que habían surgido más recientemente, como el G-20, y que permitió la coordinación global en plena crisis financiera, está seriamente en peligro, según apuntaba recientemente el fundador de la consultora Eurasia, Ian Bremmer, en su nota semanal.

La invasión rusa de Ucrania pone fin a la globalización”, decía en su carta anual a los accionistas, Larry Fink, presidente del mayor fondo de inversión del mundo, BlackRock. Los expertos no se atreven a ir tan lejos, pero sí a que habrá una “próxima normalidad” distinta a la de los últimos años.


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