Playa del Inglés tiembla ante la cuarentena inglesa
Trabajadores, hoteleros y visitantes de una de las principales zonas turísticas de Canarias critican la cuarentena impuesta por el Reino Unido
Hace escasos siete meses, el añejo centro comercial a pie de la Playa del Inglés (en el extremo sur de la isla de Gran Canaria) constituía un negocio aceptable para sus propietarios, pese al irregular estado de sus instalaciones. Un centenar de restaurantes, supermercados y tiendas de todo a cien aportaba servicios de bajo coste a pie de la espectacular playa, algo que parecían apreciar los miles de consumidores que diariamente abarrotaban sus estrechos pasillos al aire libre.
La cosa ha cambiado: menos de la m...
Hace escasos siete meses, el añejo centro comercial a pie de la Playa del Inglés (en el extremo sur de la isla de Gran Canaria) constituía un negocio aceptable para sus propietarios, pese al irregular estado de sus instalaciones. Un centenar de restaurantes, supermercados y tiendas de todo a cien aportaba servicios de bajo coste a pie de la espectacular playa, algo que parecían apreciar los miles de consumidores que diariamente abarrotaban sus estrechos pasillos al aire libre.
La cosa ha cambiado: menos de la mitad de los comercios están abiertos. Y los que sí lo están añoran tiempos pre covid-19. “Esto es un desastre”, aseguran Antonio y Germán, dos camareros de uno de los restaurantes a primera línea de playa. “Por la noche se anima un poco más, pero aun así estamos a años luz de lo que solía ser”.
En 1797, el almirante Nelson emplazó en este trozo de arena uno de sus campamentos. Parece que fue esta elección lo que terminó por dar nombre a esta playa de tres kilómetros de longitud, unida de forma natural a los otros tres kilómetros de la de Maspalomas. 223 años después, otra decisión inglesa (esta vez la de poner en cuarentena a los turistas que regresen de España) vuelve a propagar el terror en la costa canaria.
El sábado, el Gobierno de Boris Johnson retiró a España de la lista de países exentos de cuarentena, después del repunte de casos de coronavirus en zonas como Cataluña, Aragón o Murcia. Comenzaron entonces los esfuerzos diplomáticos para excluir del castigo a Baleares y Canarias, algo que, al menos por ahora, descarta Downing Street.
Como era de esperar, esta noticia ha causado un sismo en el sector turístico canario, el tercero de España por número de viajeros extranjeros (por detrás de Cataluña y Baleares). En realidad, la alerta lleva meses instalada en la zona. Playa del Inglés no solo constituye una de las zonas turísticas pioneras de Canarias (sus inicios datan de principios de los sesenta). Es, además, el microdestino de las islas que más ingresos genera (418,4 millones en 2019) y la que más pernoctaciones registra (con 12,9 millones), según los datos del Instituto Canario de Estadística (Istac).
Susto
“Si no tenemos turismo, el hambre se comerá a Canarias”, aseguraba este martes el presidente de Canarias, Ángel Víctor Torres. “Estamos asustados, la verdad”, coincide con el mandatario isleño Sellam, un camarero melillense que trabaja en el restaurante Columbus. “Ahora es cuando empezaban a llegar en masa los ingleses, y sin ellos no sé cómo vamos a terminar el año”. El año pasado, los turistas británicos aportaron el 37,1% de los 13,15 millones de turistas internacionales que recibieron las islas, según el INE. Le siguen los provenientes de Alemania, país que este martes ha desaconsejado a sus ciudadanos los viajes no esenciales a tres comunidades autónomas españolas: Aragón, Cataluña y Navarra.
Los pocos británicos que han visitado Gran Canaria este verano no parecen muy conformes con la decisión del Ejecutivo de Boris Johnson. “Es una decisión ridícula”, coinciden David y Luke, una pareja de veinteañeros procedentes de Birmingham que pasean por el centro comercial y que tienen previsto abandonar la isla este viernes. “Aquí no hay coronavirus, la cosa está mucho peor en casa”, aseguran casi al unísono.
Este es, precisamente, el principal argumento que esgrimen los hoteleros de las islas para defender que se exima a los viajeros procedentes de Canarias y Baleares de guardar cuarentena a su regreso. “Actualmente es más seguro estar en Canarias que en el Reino Unido”, aseguró recientemente a EL PAÍS Jorge Marichal, el presidente de la Confederación Española de Hoteles y Alojamientos Turísticos. Canarias presenta 5,8 casos acumulados por cada 100.000 habitantes; Reino Unido, 14,7; la media española está en 37,9.
“Es una vergüenza”, coincide Sandra, una jubilada escocesa de Cumbernauld (norte de Glasgow) que apura su café en una plaza del centro comercial junto a su marido y su nieta de siete años. “Todavía tenemos diez días por delante para que cambie la situación, pero, si no lo hace, a ver cómo hacemos para que Amy empiece el colegio tres días después”. Su marido, Michael, se toma las cosas con algo más de flema. “¿Nos quieren encerrar? Pues vale, que nos encierren”, asegura en un inglés con fuerte acento escocés. “Ya estuvimos confinados cinco meses y aquí estamos. Me da igual”.
No comparten su opinión Gemma y sus hijos Jack y Ryana, los integrantes de una familia de Essex, al noroeste de Londres, que almuerza tranquilamente en otro restaurante sin rastro alguno de uso de mascarillas. “Si lo hubiésemos sabido no habríamos venido, la verdad”, afirma Jack con una sonrisa. “Aunque me parece normal que tomen esta decisión si las cosas están empeorando en España”.
Incertidumbre
Es justo este tipo de opiniones una de las que más teme David Morales, director del Lopesan Costa Meloneras y vicepresidente de la Asociación de Profesionales Turísticos SKAL Turismo Gran Canaria. “Esta decisión del Gobierno del Reino Unido genera una gran incertidumbre, no solo entre los británicos, sino entre los turistas de todas nacionalidades”, explica. “Veníamos de estar parados, de un cero turístico como nunca habíamos visto y empezábamos a ver algo de vida con el mes de julio, aunque no fuese una situación comparable a la de otros años. Y, de repente, recibimos este regalo de la noche a la mañana”.
La solución de consenso que proponen tanto Morales como Jorge Marichal o el director de operaciones de Gloria Thalasso & Hotels y presidente de la Federación de Hostelería y Turismo de Las Palmas, José María Mañaricúa, es asumir junto con la Administración el coste de hacer test de salida a todos los visitantes. “Unos 60 o 70 euros por test no constituyen nada en una estancia semanal de 1.500 euros por persona”, sostiene David Morales en conversación telefónica.
Pero a Antonio, un residente del cercano barrio de San Fernando que degusta una Tropical (la cerveza de la isla, actualmente propiedad del conglomerado AB InBev) en una de las terrazas que dan a la playa, la medida que proponen los hoteleros le deja frío. “Se jodió el verano”, concluye serio. Y echa otro trago.
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