Columna

Hambre de dólares

Argentina lleva ocho años de crecimiento como nunca se habían disfrutado en sus 200 años de historia. Pero necesita dólares para seguir a flote. Tanto como un superávit comercial de 10.000 millones. No se puede permitir el lujo de pedir dinero en el exterior porque le cobrarían mucho más que a España. Y el frío amenaza al país como un lobo. En junio llegará el invierno austral y los dólares se escaparán por las rendijas de las puertas en forma de calefacción subvencionada. Se evaporarán las divisas por los tubos de escape y por las chimeneas de las fábricas que tanta energía consumen para sost...

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Argentina lleva ocho años de crecimiento como nunca se habían disfrutado en sus 200 años de historia. Pero necesita dólares para seguir a flote. Tanto como un superávit comercial de 10.000 millones. No se puede permitir el lujo de pedir dinero en el exterior porque le cobrarían mucho más que a España. Y el frío amenaza al país como un lobo. En junio llegará el invierno austral y los dólares se escaparán por las rendijas de las puertas en forma de calefacción subvencionada. Se evaporarán las divisas por los tubos de escape y por las chimeneas de las fábricas que tanta energía consumen para sostener un crecimiento que en 2011 se situó entre el 7 y el 8,9%. El problema es que para este año será necesario importar energía por valor, precisamente, de unos 10.000 millones de dólares. Y el déficit energético rondará los 3.000 millones. Por primera vez, el país se verá obligado a importar unos 80 barcos de gas licuado, mucho más caro que el que se extrae de Argentina. Así que hay que sacar dólares de donde sea.

Repsol-YPF puede ser un buen lugar en donde buscar los dólares. Otra cosa distinta es que ese dinero se capte —llamémosle así— con la aquiescencia de la compañía y de las autoridades monetarias internacionales. Frenar las importaciones también es una manera de retener dólares. Pero tiene el ligero inconveniente de que 40 países —entre ellos, EE UU, México y España— puedan redactar una carta conjunta ante la Organización Mundial del Comercio, como hicieron el mes pasado, para protestar ante la “aplicación de medidas restrictivas”. Aprobar una ley que permita echar mano de las reservas del Banco Central también puede servir, pero podría acarrear problemas inflacionarios a medio plazo.

De momento, el otoño es benigno y esos problemas no se atisban en la calle. El cantante Roger Waters llenó durante nueve días el campo de fútbol de River, con un aforo de 40.000 personas. Los menús de solo un plato cuestan el equivalente a siete euros como mínimo. Las entradas a los teatros de la avenida Corrientes rondan los 35 euros. Y suele haber colas siempre. Los billetes de cercanía y autobuses en Buenos Aires siguen siendo muy baratos. El Gobierno no se decide a retirar las subvenciones después del accidente de la línea Sarmiento, donde murieron 51 personas.

Algunos extranjeros también colaboran, modestamente, para lograr los 10.000 millones de dólares de superávit comercial. Sacar el visado de un año ampliable cuesta 500 euros. Y al hacer la mudanza, la compañía advierte en Madrid: “Al margen de lo que le cobremos nosotros, en Buenos Aires tendrán que abonar por lo menos unos 1.000 dólares de impuestos por retirar la mercancía”. La mercancía era la mínima que se puede contratar: un metro cúbico. Finalmente, el importe no fue de 1.000 dólares, sino de 1.663.

El bolsillo del argentino medio aún no se resiente. Los Gobiernos de Néstor y Cristina Fernández de Kirchner han reducido la pobreza y han elevado la calidad de vida de la clase media. Eso es innegable. Pero empresarios y fuentes cercanas al Gobierno dicen que el sistema corre el riesgo de colapsar porque las “cuentas no cierran”, no cuadran. Y el invierno acecha.

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