Tribuna:Adiós a Tàpies, el poeta de lo orgánico

La verdad sin coloretes

Para cualquier pintor de verdad, la muerte de Tàpies es equivalente a la muerte de la verdad. No de cualquier verdad que en ese caso sería igual a cualquier mentira, sino de una certeza natural y tan directa que su fuerza interior y su peso, su energía y su gravedad traspasaban toda mediación entre el pensamiento de pintar y la pintura pintada. Diría más: si Tàpies fue dueño de una potente ideología política, cultural o religiosa, poseía el pensamiento mínimo para realizar un cuadro.

No es fácil ser así, pero Tàpies no era como ningún otro. Estaba dotado de la misma facultad como pintor...

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Para cualquier pintor de verdad, la muerte de Tàpies es equivalente a la muerte de la verdad. No de cualquier verdad que en ese caso sería igual a cualquier mentira, sino de una certeza natural y tan directa que su fuerza interior y su peso, su energía y su gravedad traspasaban toda mediación entre el pensamiento de pintar y la pintura pintada. Diría más: si Tàpies fue dueño de una potente ideología política, cultural o religiosa, poseía el pensamiento mínimo para realizar un cuadro.

No es fácil ser así, pero Tàpies no era como ningún otro. Estaba dotado de la misma facultad como pintor que posee el material de la pintura o el lienzo y la tabla en blanco. Ninguna intención fue interponiéndose, a medida que avanzaba su carrera, entre el deseo de ponerse a pintar y el deseo que despertaba la convicción de su pintura.

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Como los procesos de la ceguera progresiva que empujan a acercar los ojos hasta rozar el plano de la página, la facultad de este genio fue tanto más grande cuando menos mediación lograba entre su cerebro y su trazo. O, mejor, su cerebro -si puede llamarse todavía de este modo- había ido trasladando toda su sede de la cabeza a la mano de forma que ya no existía necesidad de pensar.

Más bien pensar y la forma en que se plasmaba "aquello" formaban una misma unidad estética y su estética al cabo fue, durante muchos años, el resultado del secreto saber de la mano. ¿Una mano inteligente? ¿Una mente maravillosa? Nada de eso. Lo acertado sería atribuir su creatividad excepcional a la capacidad de haber transmitido a su mano de pintor la categoría de una verdad maciza.

No se equivocaba, de este modo, prácticamente nunca. Un garabato, una mancha, una composición de trazos y colores, siempre o casi siempre escuetos pronunciaban oraciones, pequeños versos o párrafos solemnes de formidable verdad. Ningún pintor contemporáneo recuerdo tan capaz de hablar pintando, pintar hablando y no decir jamás una mentira. Ni las necesitaba para impresionar, ni le caían bien a su organismo.

De la misma manera que los vegetarianos son longevos sin carne, Tàpies será inmortal no habiendo probado durante décadas un sorbo de mendacidad y habiendo ganado audiencia sin la menor retórica, sin poses, coloretes o banda de música alguna.

Maqueta de Mitjó (El calcetín), de Antoni Tàpies.FUNDACIÓN ANTONI TÀPIES
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