El Nobel de Literatura se queda en Suecia | Retazos autobiográficos y una valoración literaria

Animal de fondo

Tomas Tranströmer es un animal de fondo, tentado desde su primer poemario por la noche oscura y las luces que estallan en sus adentros. Amante de las palabras más temblorosas y sustanciales, padeció sin embargo una hemiplejía que lo dejó mudo, circunstancia que no le ha impedido seguir escribiendo.

Tranströmer es un poeta que busca la música "de los que mueren de frío", que se sumerge en los círculos más hondos del mito del Hombre, que explora "las fronteras del ser", donde "caen todas nuestras acciones, / claras como el cristal, / no hacia otro fondo que el de nosotros mismos", que per...

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Tomas Tranströmer es un animal de fondo, tentado desde su primer poemario por la noche oscura y las luces que estallan en sus adentros. Amante de las palabras más temblorosas y sustanciales, padeció sin embargo una hemiplejía que lo dejó mudo, circunstancia que no le ha impedido seguir escribiendo.

Tranströmer es un poeta que busca la música "de los que mueren de frío", que se sumerge en los círculos más hondos del mito del Hombre, que explora "las fronteras del ser", donde "caen todas nuestras acciones, / claras como el cristal, / no hacia otro fondo que el de nosotros mismos", que percibe el despertar "como un salto en paracaídas del sueño", y que sabe situarse "en la misma latitud que la aniquilación".

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Su poesía es la de la noche personal y la mirada interior, más abisal que abismal, pero también sabe proyectarse en los misterios del mundo, de la tierra y del mar, tan presente en sus poemas. Su obra está llena de fulgores que pueden dejarte helado, y que se adentra por igual

en el mundo del sueño y en el de la vigilia. En un poema de 1990 dice: "Soñé que visitaba un hospital. No tenía funcionarios. Todos eran pacientes". ¿Hay algo más terrible que un hospital sin médicos y enfermeras, y en el que únicamente hay enfermos? En otro poema de la misma época dice: "Soñé que conducía doscientos kilómetros en vano. / Entonces todo se agigantó. Gorriones enormes como gallinas cantaban de modo ensordecedor. / Soñé que dibujaba teclas de piano en la mesa de la cocina. / Tocaba sordamente en ellas. Los vecinos acudían a escucharme".

Es hora de escuchar la música de Tranströmer. Nos puede llevar muy lejos y a la vez tan cerca como nuestro propio cuerpo: "Esa región perdida bajo el mar de la insustancialidad y el ruido aniquilador", según sus propias palabras. Es hora de acercarse a este poeta de la profundidad que soñó que era transportado "en su propia sombra como un violín en su caja negra", y que con humildad confiera que lo único que ha querido decir "reluce fuera de su alcance / como la platería en la casa de empeños". Pero no es verdad: lo que Tranströmer quería decir en parte ya lo ha dicho en sus poemas, que brillan mucho más que la platería perdida en el Monte de Piedad y que resultan más vertiginosos que el silencio, ese silencio que tanto le ha seducido y que intenta acariciar continuamente como Celan, pero que nunca le ha impedido expresar la danza de los límites y el vértigo que siente la conciencia cuando se acerca a las fronteras del ser. Es como si Tomas Tranströmer estuviese buscando siempre la última palabra, la que precede a la mudez real de la muerte.

Jesús Ferrero es escritor.

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